(Motión)
Elsa de Ramírez
Situación como la que conocerán ustedes a continuación, constantemente es repetida en nuestro país y en otros de mayor o menor altura de civilización. Estas son las injusticias de la vida.
“El pueblo habla con amargura por medio de estos sus hijos humildes, que cubiertos de pobreza van dejando una suave luz de almas blancas y vigorosas. Motión caminó así por nuestras calles y con su desgarbada figura dejó una memoria que todos evocamos con cariño, con ese impulso sensitivo que nos hace sobrepasar los sufrimientos y exaltarlos hasta ese sitio indefinido, que corresponde a los personajes que forman el verdadero folklore de nuestro pueblo. Después de toda su tragedia el corazón se le astringe en esa ternura fuerte que nos hace impulsarnos mejor por los caminos de la vida…
Aquél día, en los cielos el Señor plasmaba uno más de los hombres… Sea porque se encontraba distraído o porque el barro era de mala calidad, la figura resultó desagradable; cuando se preparaba para fundirla de nuevo, San Pedro le aconsejó que la dejase tal como estaba y la mandara a Tegucigalpa.
San Benito, que a la sazón contemplaba la escena, extrajo de su bolsillo un pequeño corazón de oro y lo incrustó en el pecho de aquella mal confeccionada criatura de barro.
A ese hombre, hechura del Señor y tocado por dentro por la mano de un santo le conocí a lo largo de medio siglo en las calles de Tegucigalpa y con el remoquete de “Motión”.
Feo como noche sin luna y sin luceros; bonachón como la abuela con el nieto predilecto; alegre como un par de castañuelas… y siempre animoso para el trabajo y para hacer el bien.
Adolescente aún, acompañó por un tiempo la Banda de los Supremos Poderes, tocando el bombo y los platillos; más con frecuencia perdía el compás. No había nacido para músico.
Necesitaba aprender un oficio, pero le faltaba coraje. Los albañiles eran despiadados con los aprendices, los herreros, carpinteros y zapateros eran crueles también. ¿En dónde encontraría él entonces un trabajo independiente que le rindiera utilidad para su propio sustento y para la compañera que pensaba llevar al altar? Porque Motión no creía como la generalidad de nuestros campesinos y obreros que el hombre debe vivir “amachinado”.
“Un día San Benito en su ayuda, bajó de los cielos susurrándole al oído: “dedícate a deshollinar chimeneas, hijo”. Y ese oficio nuevo en la capital, le rindió buenos pesos.
Se casó como Dios manda y se estableció en un humilde cuarto fabricado de tabla de orilla, en la hoy distinguida y lujosa colonia Palmira. Poseedor era de todo lo que un hombre como él necesitaba para ser feliz: amor, trabajo, hogar y paz.
Pasaron para aquella humilde pareja varios lustros de casi ininterrumpida dicha, y aunque el Altísimo no los había premiado con la alegría de un hijo siquiera, ellos estaban conformes y contentos con su suerte.
Pero la dicha humana no está hecha para perdurar…
Así, un día de tantos, Motión fue llevado a la cárcel y torturado para que confesase un crimen que no había cometido.
Se le acusaba de haber violado una vecina suya menor de edad y de haberla lapidado después. El cadáver de la joven con el cráneo destrozado, fue encontrado en Palmira, a pocos pasos del cuarto que habitaba Motión con su señora.
“La Policía necesitaba un culpable para justificar su misión ante sus superiores y ante la sociedad y ¿qué importaba que el acusado fuese o no el verdadero responsable de aquella fechoría?
Muchos meses Motión estuvo a la sombra antes de que por mera casualidad las autoridades dieran con dos obreros que declarándonse culpables. Motión fue puesto en libertad, pero nadie habló de su inocencia. ¿Qué le importa a los periodistas o al público tal noticia, si se trataba de aquel “pobre diablo”.
Las amas de casa no buscaron más a nuestro amigo para que les deshollinase las chimeneas. Se le tenía como a un perverso. Los gandules de las barriadas le gritaban: ¡asesino!, ¡asesino!, ¡asesino!… y le tiraban guijarros…
“Motión fue reducido a su casa; y más que por hambre, murió de tristeza. Solo su viuda sigue creyendo que poseía un alma blanca y un corazón de oro”…
El narrador de este cuento “para ganarse la gloria” todos los sábados reparte un cobre a cada mendigo que se lo solicita. El último sábado una viejecita, triste, encorvada, de cabellos blancos y de vacilante andar, dijo: “Don Toñito, favorézcame con algo más de dos centavos. Usted fue amigo de mi marido, recuerde cuando lo salvó de aquel policía. ¡Cuántas veces el limpió la “chimenea” de su casa!…
Era la viuda de Motión a quien la sociedad por medio de las autoridades había quitado su puesto de esposa feliz, para convertirla en desolada viuda… en triste pordiosera”… Fuente: M. Antonio Rosa (el Tío Margarito)
¡Cosas veredes, Sancho amigo! Historias de la vida real.