AHORA que uno de esos políticos anda promocionando regresar a los subsidios de la gasolina, dizque para favorecer a los consumidores, pareciera que nada han aprendido de lecciones que están allí, a la vuelta de la esquina, a disposición de cualquiera que quiera aprender. Gastar los ingresos limitados de un país acabado, como este, para subsidiar el consumo de gasolina —y hasta el despilfarro de energía– robándole a las necesidades que hay de educación, de salud, infraestructura, es un pecado. Así como se volaron aquellos recursos del perdón de la deuda destinados a la inversión social, cuando la comunidad internacional los dio para la reducción de la pobreza, subsidiando babosadas y gastando en otros menesteres. Y para terminar de hacer teatro, solo faltaría regresar a pagar asesorías millonarias a un aventurero norteamericano a que viniera a hacer la patarata de cambiar la tal fórmula del combustible, sin que aquello reportara ni el más mínimo beneficio al país.
Si alguien duda del desastre que puedan ocasionar a un país las políticas ruinosas de un gobierno populista atentando contra el sistema de mercado no tienen que ir muy lejos. Que vayan a Venezuela, sumida en deplorable caos, a enterarse de las consecuencias de cada disparate de Nicolás. Entre más medidas se le ocurren para detener la debacle, más apresura la caída al precipicio y más sofoca a la pobre gente. No hallan cómo sacudirse de esa autocracia atornillada al poder. Una escasez brutal de todo lo básico, que tiene al pueblo padeciendo calamidades. La inflación de 500%, la más alta del mundo, ha obligado al gobierno retirar los billetes de 100 bolívares para sustituirlos por otros de mayor denominación. La moneda no vale ni el papel en que está impreso. El aumento que acaba de hacer al salario mínimo, dizque para contrarrestar la caída estrepitosa de los ingresos de los trabajadores, alcanza para comprar un huevo por día. Por supuesto que deberían ir pensando qué medidas podrían tomarse en la medida que suben los precios de los combustibles, ahora que el detestable cartel del la OPEP decidió recortar el suministro. Como la devaluación de la moneda incide en el incremento del precio de las gasolinas –como de todos los productos esenciales que se importan– quizás la primera medida gubernamental sería instruir a los tecnócratas del Bantral que le quiten los pies de plomo al acelerador del deslizamiento. Al día de ayer la moneda se cambiaba a 23.7063 lempiras por un dólar. Le metieron más de 1.38 lempiras de devaluación el año pasado y calculan otro tanto para el presente año.
Debe hacerse conciencia en el público sobre los problemas que el país enfrenta. Si bien los políticos solo hablan de su circo y este es año de proselitismo político para agravar el bullicio, alguien tiene que prestar atención a los temas de interés colectivo. Así que convendría iniciar una campaña de ahorro de combustibles como de energía eléctrica. Si detuvieron la segunda tanta del incremento tarifario –hasta que no haya recorte a los costos de distribución– en cualquier momento sorprenden al público. Ese sería alarido que pegarían en las zonas residenciales, pero igual en las industrias y los comercios. El alza en los costos atentaría contra la generación de empleo. No hay que esperar a la crisis, cuando los precios de las gasolinas lleguen a los 100 lempiras el galón, para poner en efecto un plan de ahorro energético. Algo bien pensado. Socializado con los sectores sociales para que estos se comprometan a colaborar. Pero ojalá no vaya a tener eco aquí esa prédica fracasada de la “Revolución del Siglo XXI” cuyo efecto ruinoso lo siente el adolorido pueblo venezolano.