Hacer cosas concretas

Por: Segisfredo Infante
Aquellos que me conocen de verdad saben que soy amante de los conceptos filosóficos abstractos, y de las buenas imágenes poéticas. Me apasiona la especulación filosófica rigurosa, sin olvidar los giros científicos. Y me apasiona la poesía que colinda con lo clásico, sin perder de vista los experimentalismos poéticos. Me doy cuenta, casi de inmediato, cuando alguien escribe un “estudio” filosófico o poemático recargado de sectarismo, exclusión y de sesgos ideológicos deliberados; a veces agazapados. Sin embargo, en materia económica y política, voy casi siempre detrás de las cosas concretas que hacen o dejan de hacer los dirigentes políticos y los empresarios. En mi ya larga carrera de periodismo de opinión, y de ensayista, siempre he sabido deslindar los campos entre unas disciplinas y otras. Es decir, entre lo filosófico y lo científico, entro lo empírico y lo humanístico, con sus ligamentos interiores y su trasfondo histórico permanente.
En los comienzos de los años ochentas venía a Tegucigalpa un comerciante de libros, de origen español, que residía en San Salvador, y en varias oportunidades trajo algunos volúmenes para obsequiármelos. Uno de los libros que me es difícil olvidar lleva por título “Los intelectuales en los países en desarrollo”, del sociólogo Edward Shils (segunda edición de noviembre de 1981).  Hay un capítulo en el libro que nunca he logrado olvidar, y es aquel dedicado a los “Demagogos y a los cuadros en el desarrollo político de los nuevos Estados”. Intentaré, en consecuencia, recordar lo esencial del capítulo aludido del profesor Shils. Dice, más o menos, que los demagogos de los países en vías de desarrollo atraen a las “masas” populares (y populacheras) con unos discursos altamente fulgurantes (o retóricos), que hacen creer a los pueblos que con tales predicamentos se resuelven, en sí mismos, los problemas estructurales de las naciones aludidas. Entre más atrasada se encuentre una sociedad, más encendidos son los discursos de los políticos demagógicos, especialmente aquellos con cierta tendencia de “izquierda”. Hay que reconocer, con el filósofo Aristóteles, que existen, sin embargo, retóricas buenas y necesarias. Pero uno de los campeones latinoamericanos en tales recursos de lenguaje fulgurante (ideologizado y mentiroso hasta la médula del hueso), mantuvo a su pueblo hambreando durante más de cincuenta años, recibiendo aplausos por doquier. El autor sugiere que entre más pobre es un pueblo, más espacio existe para la demagogia vacía de ciertos políticos y de algunos intelectuales excesivamente ideologizados, que dicho sea de paso logran alcanzar éxitos de poder (y de distorsión de la verdad) durante décadas, tal como ha ocurrido, añadimos nosotros, en Corea del Norte y Venezuela. No hay que alarmarse demasiado, porque los mentirosos sistemáticos, los exhibicionistas, los sesgados y los archi-falsos, terminan siendo desenmascarados, tarde o temprano.
Mis lectores permanentes deben recordar que en varias oportunidades he mencionado mis conversaciones durante más de tres décadas con el historiador, bibliógrafo y politólogo Ramón Oquelí Garay. Hombre desprendido como el que más, que aunque tenía su corazoncito ideopolítico, solía ser imparcial con el prójimo. En cierta ocasión me comentó, quizás por desencanto, o por madurez, que había que olvidar los discursos encendidos de los políticos, y detenerse a observar las cosas concretas que hacían en cada comunidad. Por ejemplo, expresó el amigo Oquelí, en Puerto Cortés existía un alcalde “liberal” que “había hecho cosas” por la ciudad-puerto. Nosotros, agregaríamos aquí, las cosas concretas que ha hecho el alcalde “liberal” sempiterno de Comayagua; aunque se le olvidó invitarme a la inauguración restauradora del edifico de la “Caxa Real”, cuya iniciativa fue principalmente mía, desde comienzos, casi hasta el final, apoyado por el historiador Mario Felipe Martínez Castillo (QEPD), por el Dr. Jorge Ramón Hernández Alcerro y por el abogado “Tavito” Sánchez Barrientos.
Al margen de los discursos excesivamente retóricos se debe reconocer que en la actualidad, el gobierno del licenciado Juan Orlando Hernández ha concretado proyectos de magnitud nacional, como la carretera que conecta a Santa Rosa de Copán, con la ciudad de Gracias y La Esperanza, en el occidente de Honduras, que es indispensable para el desarrollo productivo cercano (o lejano) de la mencionada subregión. Ha continuado, además, trabajando en el famoso “canal seco”, con las posibilidades de unir tierra firme con Amapala. Ha enfrentado, como nunca antes, al crimen organizado nacional e internacional que opera en Honduras. Ha construido casas para la gente más pobre de nuestro país. Y un largo etcétera que por ahora sería difícil enumerar. También ha realizado cosas concretas, insoslayables, el alcalde de Tegucigalpa, don “Tito” Asfura. Desconocerlo significaría como cerrar los ojos frente al sol. Por cierto que el alcalde capitalino rehúye hablar en público, entre otras cosas porque prefiere trabajar día y noche. No estoy reconociendo ni redescubriendo nada nuevo, pues esto lo he expresado varias veces, verbalmente, y por escrito, en este mismo espacio de opinión.