En casa de “Sandrita”

Por Segisfredo Infante

“Chemita” Valle Bustillo me informó que había fallecido “Sandrita” Lázarus Lozano de Paz Barnica. Me reclamó por mi ausencia en sus honras fúnebres. La verdad es que ni remotamente me había enterado de su precario estado de salud; ni mucho menos de su fallecimiento en fecha reciente. Luego leí el artículo, en dos partes, de su hijo Héctor Paz Lázarus (colega columnista), motivo por el cual han llegado a mi mente muchos recuerdos e imágenes positivas sobre “Sandrita”, a quien conocí por mediación de Ramón Oquelí Garay y de su señora esposa doña Rina, ambos ya fallecidos. Naturalmente que también la conocí y la traté por mediación de su difunto esposo Edgardo Paz Barnica, quien me invitaba a casi todas sus reuniones festivas, en su residencia de “El Hatillo”. Lo mismo que a algunos almuerzos intelectuales en restaurantes capitalinos. Uno de ellos con los historiadores Darío Euraque y el mencionado don Ramón Oquelí.
Las reuniones en su casa de “El Hatillo” eran apoteósicas. Tanto por las atenciones múltiples de Edgardo  como por las finezas de “Sandrita”, una mujer prudente que hacía de contrapeso ante las exuberancias verbales de su señor esposo. Recuerdo que al pie del árbol de Navidad siempre había un pequeño obsequio para mi persona. Asimismo recuerdo que en los diversos encuentros en su residencia, teníamos la oportunidad de conversar con personas de diferentes tendencias y partidos políticos. Ahí encontrábamos a varios correligionarios del Partido Nacional; amigos del Partido Liberal; integrantes del cuerpo diplomático extranjero; e incluso alguna gente de “izquierda”; que se movían con toda confianza en los espacios pluralistas de Paz Barnica y de su señora esposa. En una de las salas había un hermosísimo retrato, de cuerpo entero, de “Sandrita”, pintado (la memoria puede traicionarme) por Miguel Ángel Ruiz Matutte o por Mario Castillo. No recuerdo con exactitud este hermoso detalle. Pues ya he dicho que mi memoria suele flaquear en estos últimos años, por motivos que me resulta engorroso repetir.
Al fallecer Edgardo Paz Barnica nunca más volvimos a reunirnos en la pequeña pero bella casa de “El Hatillo”. Aunque siempre encontrábamos a “Sandrita” en algunos eventos ocasionales, o en la casa de Ramón Oquelí, en la colonia Miraflores, pocas veces volvimos a conversar como lo hacíamos en tiempos pasados. Por cierto que Ramón Oquelí sugirió, en algún momento, después de fallecer Edgardo y “Doña Rina”, la posibilidad de una aproximación sentimental con “Sandrita”. Pero en ese ínterin, se vino encima el fallecimiento de Oquelí. La misma viuda de Paz Barnica publicó un artículo, en LA TRIBUNA, al fallecer el historiador, bibliógrafo y politólogo, entrañable en nuestra común amistad. Siempre rememorábamos con nostalgia nuestras reuniones y hablábamos de la posibilidad de reanudarlas.
Con el profesor y escritor Mario Membreño González y su esposa “Soilita”, habíamos acariciado la probabilidad de organizar cuando menos un ágape más con “Sandrita” y otros de sus amigos. Pero, por múltiples motivos y razones, pospusimos el proyecto en forma indefinida, hasta que hemos sido asaltados por la tristeza que ha provocado su fallecimiento. Al grado de recordar que doña Gloria Leticia de Lázarus (QEPD) había mencionado un posible parentesco entre nosotros. No comprendí, en aquellos años, la alusión de “Doña Leticia”, hasta que con el paso del tiempo percibí que se trataba del tema sefardita por el lado de la familia “Lázarus”. Situación que en caso de ser cierta me convertiría en pariente lejano, de algún modo, de la misma “Sandrita”. Eso explicaría, en parte, su especial amabilidad conmigo.
Su hijo don Héctor Paz Lázarus, ha colmado en dos artículos sucesivos las virtudes de la amiga recientemente fallecida. Así que cualquier agregado nuestro podría convertirse en algo redundante. Pero los elogios, cuando son buenos y ciertos, se convierten en adornos barrocos indispensables en el retrato biográfico de una dama. Aparte de ser bella físicamente (aunque se quejaba de su otoño prematuro), era una mujer finísima en el trato interhumano, especialmente con los amigos suyos y de su esposo, sin importar para nada la tendencia política, o el nivel intelectual, de cada quien.
Nunca le escuché ningún exabrupto verbal contra nadie, y nunca la escuché quejarse, aun cuando poseía sus propias visiones políticas, porque ella había nacido para darse a querer por los demás. Así que nuestros abrazos pesarosos a su familia más cercana, y a sus verdaderos amigos de siempre.