¿CALLEJÓN SIN SALIDA?

EL secretario general de la OEA, en un informe detallado, hoy va más a fondo. En su cuenta de las redes sociales resume la intención: “Los hechos no dejan lugar a dudas, Venezuela viola todos los artículos de la Carta Democrática”. “En Venezuela hay ruptura total del orden democrático. La salida es que el pueblo pueda decidir su destino”. Almagro sostiene que “los reiterados intentos de diálogo han fracasado” y que las pláticas solo han servido como una “funcional estrategia del gobierno de sostenerse en el poder”. Reactivarlo, insiste, nada resuelve porque “no es recíproco, no ofrece garantías de cumplimiento y es utilizado por el gobierno para legitimarse”. Argumenta, además, que “la mediación no ha arrojado resultados” y continuar con lo mismo no lleva más que a un callejón sin salida.
“Intentar replicar ejercicios de mediación, gestiones diplomáticas, buenos oficios, misiones al terreno a través de nuevas configuraciones, mediadores u otras personalidades solo daría nuevamente al gobierno la oportunidad de ganar tiempo para mantener sus privilegios, al tiempo que prolongaría la miseria de la gente y el aplastamiento de sus derechos”. “Estoy convencido de que se trataría de un paso en falso sin otro resultado que un nuevo fracaso”. Lo que plantea ahora a los estados miembros es “reconocer la alteración del orden democrático y pedir su restablecimiento en el lapso de 30 días –bajo una serie de recomendaciones– y si el gobierno no atiende las sugerencias, se proceda a la suspensión”. Expresa que desde el informe emitido –cuando la decisión del club de presidentes fue impulsar el diálogo– la situación en aquel país se ha agravado. Considera que el paso dramático que sugiere no debe ser visto como “una sanción al pueblo de Venezuela, todo lo contrario, ya que este en su gran mayoría no se siente representado por la administración actual y es víctima de sus injusticias, y hace tiempo que la reclama”. Los artículos 20 y 21 de la CDI proveen que primero se deben “hacer esfuerzos diplomáticos para que se retome el orden democrático” –aunque a otros miembros, en el pasado, ya les hayan aplicado la medida máxima, en un decir Jesús; en juicios sumarios, sin tanto protocolo de agotamiento de esfuerzos diplomáticos o de diálogo como en este caso –antes de convocar una asamblea extraordinaria que discuta el tema. Si constata que los esfuerzos diplomáticos, las pláticas, o los convivios y francachelas fueron infructuosos, procede a suspender –con un voto de 22 de los 34 socios– al estado infractor.
Nicolás responde que se trata de “una intervención para alentar a los opositores a derrocar el gobierno”. Sin escatimar invectivas –desde “malhechor”, “basura”, hasta “enano”, hacia Almagro, quien a su vez compara a Nicolás con “Pinochet, Videla y Fujimori” –promete que el régimen venezolano va a “roncar y roncar duro”. Ahora bien, de lo planteado a que el “club” allá en la OEA vaya a proceder, hay un largo trecho por recorrer. Eso depende de la voluntad política que haya de 22 gobiernos de los 34 que suman la totalidad. Nicolás –aunque tiene pleito casado con varios de sus vecinos y la influencia de petrodólares desplomados ya no es ni la sombra de lo que antes era entre los satélites– no es solitaria golondrina. Aparte que antes de proceder drásticamente, cada uno de los miembros del club muy en sus adentros cavila, en pellejo propio, sobre las eventualidades. Entre otras preocupaciones, por ejemplo, sobre el grosor y la longitud de “la vara con que se mide”. Así que incierto hasta dónde llegue este último envión. O hasta dónde prive el interés de los pueblos o de los gobiernos que, pese al uso y abuso que el poder suele hacer del concepto “pueblo” no son la misma cosa. Nicolás –informando que planea importar granos de los Estados Unidos para paliar el hambre que sufre la gente– acaba de insinuar “sorpresas en la relación de la administración del “camarada Trump” –expresión literal de Nicolás– con su gobierno”.