“Azul”

Por Patricia D´Arcy Lardizábal

Hace ya muchos años, nos picó el gusanillo de la pintura. Mi madre era muy hábil en todo lo que es “arte”. Desde pequeña nos ponía a dibujar, decía para mejorar la escritura, y nos compró en “La Samaritana” un estuchito completo de pinturas al óleo, con sus pinceles, aguarrás, y una tablita para mezclar los colores en ella.

Le insistíamos casi con colerita que cómo íbamos a plasmar en el lienzo algo si no podíamos ni tomar correctamente los pinceles. Me contestó que todo se puede en la vida si lo hacemos con voluntad, y que habría que ensayar de todo para saber si teníamos “aptitud” para ello, de esa manera teníamos la oportunidad de llegar a ser una pintora reconocida. No lo fuimos, pero tengo varios cuadros que hicimos inspiradas y que me los han “piropeado”.

Mi madre sí pintaba muy lindo, era uno de sus pasatiempos favoritos, lo hacía con acuarelas y al óleo y algunas de sus obras se encuentran adornando las paredes de sus nietas y de las que fueron sus más íntimas amigas. Tissy, una de mis cuatro hijas mujeres, en su clase de artes plásticas era una de las mejores alumnas, mi mamá le daba el “toque final” a sus pinturas y siempre sacaba un cinco.

Recuerdo, que en el “arte culinario”, se esmeraba por hacer platillos exquisitos, su fuerte eran los postres, y cuando se ponía a ensayar algún platillo tomado del libro que le dejó mi abuela, siempre estaba en un banquito parada a su lado otra de mis hijas, la mayor, María Eugenia, (Maru) a quien le heredó todos su libros de receta escritos a mano con su letra “Palmer” tan linda y tan clara que al solo verla daban deseos de experimentar y hacer su famoso “pan hecho en casa”, y que con su aroma inundaba toda la estancia.

Crecimos dentro de un entorno lindo y culto, conocí lo que era un piano de cola en casa de mi abuela Edith, que con sus largos dedos en el blanco y negro teclado, ejecutaba con destreza lindas melodías como “El Danubio Azul” y otros valses de su época que nos inspiraba y hacía repercutir en nuestros oídos notas melodiosas, suaves y armoniosas que transportaban la imaginación a lugares remotos, como Viena, de donde se importaban las sillas y mecedoras “vienesas” y espejos de cristal de roca, a través de las casas “Sierke” y “Rosner”. Me cuentan que como no había carreteras y eran tan delicadas, que las cargaban desde Trujillo en las espaldas de robustos cargadores.

Hace algún tiempo, leímos en este prestigiado diario, un interesante artículo escrito por nuestro dilecto amigo y sensible crítico de arte, Ramón Villeda Bermúdez, (Q.D.D.G.) intitulado “GELASIO”. En el que mencionaba que uno de los más lindos cuadros lo teníamos en nuestra sala, en un lugar especial, intitulado “Los Cangrejos”. Conocí los tres animalitos que le sirvieron de modelo a este gran pintor plástico, los vi en su “atelier” o estudio cuando recibíamos clases de pintura, colgados de una “cabuya” los cuales se podían adquirir a tres por un lempira en el mercado de Comayagüela. Quién podría decir que estos animalitos reproducidos por un pincel privilegiado y ubicados con una perfecta euritmia podrían emocionar y afectar los sentidos causando complacencia?: El arte, es todo aquello que emociona.

Me impactó la muerte de este solitario personaje que se aislaba como un ermitaño para pensar y que no lo interrumpieran en su creación, lo que hizo que por huraño algunos de sus congéneres, les cayera mal. Tenía a su vez la propensión a generar “la calma”, especialmente cultivando un “bonsái” que lo traducen los orientales como “árbol en macetera”. Ellos creen que un pequeño toque de verdor es suficiente para aliviar las tensiones de la vida cotidiana. Recomiendan la adquisición de un “bonsái” para tenerlo en su oficina o en su casa lo que permite vivir en “un jardín de meditaciones”, con ello dominas el estrés de una vida profesional agitada, como cuando tomas un crayón o un pincel para transmitir una idea creadora en un lienzo.

Tuve, talvez por coincidencia cuando era su alumna, la oportunidad de que pintara mi retrato y cuando le pregunté por qué lo había hecho en color “AZUL” me respondió bruscamente “porque así te veo”. Era franco hasta la tosquedad, pero sensible hasta lo divino: así son los genios, especialmente de la pintura.

Fuimos a buscar un día con Enrique, una pintura, y logramos comprarle algo que para nosotros era su cuadro preferido y el único que tenía colgado en la cabecera de su cama. “El Cristo Encolerizado”. Acostumbrado a ver el dolor y la piedad que despiertan otros Cristos crucificados, este ostentaba la cara de ira de nuestro Señor.

Como siempre, Gelasio Gimenes, como él escribía su nombre sin jota ni zeta, quería ser “diferente” a todos los demás. Una cualidad más en su personalidad: ser original.

Le agradecemos a Fidel Castro que le haya obligado a salir al exilio, como lo hicieron otros grandes hombres de la Perla del Caribe, que llegaron a nuestro país y a Centroamérica, como José Martí, y el profesor De Paula Flores, fundador del colegio “La Fraternidad” de Juticalpa, de donde han salido tantos hombres de prestigio como Froilán Turcios, el bachiller Edgardo Ayes Rojas, Pablo Ernesto Ayes, Fernando Figueroa, Zacarías, Álvarez y Ulises Cruz; todos ellos que constituyen una pléyade de valores olanchanos, progenitores de Juan Manuel Gálvez, de Manuel Bonilla, de Francisco Beltrán y de José Manuel Zelaya Rosales.

Ahora que ya no está con nosotros, quiénes regarán sus bonsái?