Monsieur Enmanuel Macron

Por: Segisfredo Infante

Soy un antiguo admirador sincero de las cosas buenas de la historia de la vieja Francia; e incluso de cierto tipo de pensamiento francés. Especialmente de sus historiadores de la segunda mitad del siglo diecinueve y primeras décadas del veinte. Sobre todo de la “Escuela de los Annales”. No así de los excesos ideopolíticos que se registraron en algunos quiebres del siglo dieciocho que por ahora conviene dejar en un tercer plano. Por eso me levanté una madrugada a escuchar el discurso de asunción del nuevo presidente de la “Quinta República” de Francia, Monsieur Enmanuel Macron. En tanto que frente a las posibilidades reales que lograra llegar al trono del “Palacio del Elíseo” (frente al cual he caminado más de alguna vez) Madame Marine Le Pen, de clara tendencia ultraderechista y xenofóbica, me encontraba como en un estado de aprehensión, un poco “desazonado”, para decirlo a la manera filosófica alemana. Pues de alguna manera comparto el proyecto, medio concreto y medio utópico, de la Unión Europea, en donde Francia se juega uno de los papeles centrales. Destaco la frase “de alguna manera” porque el buen proyecto ha estado impregnado y socavado (pese a las interesantes doctrinas sociales de mercado), de un cierto tipo de neoliberalismo extremoso, alejado de los intereses de cada pueblo de Europa y de los programas socialcristianos, liberales y socialdemócratas moderados.

El discurso de asunción presidencial de Monsieur Enmanuel Macron, en el marco de una recepción pequeña y modesta (parecida a la del hondureño Don Juan Manuel Gálvez en el viejo “Chico Club” de Tegucigalpa), fue un discurso coherente y bastante prometedor, si partimos de las reiteradas crisis que por diversos motivos han venido experimentando los países miembros de la “Zona Euro”, y a mis propias cosmovisiones respecto de lo que debería significar un nuevo liderazgo mundial, según algunos artículos que he publicado en este mismo espacio de opinión. Enmanuel Macron ha prometido salvaguardar los intereses de los franceses olvidados (por aquellas políticas extremosas de mercado) y rescatar la buena imagen de Francia frente al mundo. Dentro de su perspectiva incluye la necesidad de acercarse a todas las élites de su propio país, sean económicas, políticas, sociales y culturales, tal como lo debe hacer un verdadero presidente que está pensando en todos los segmentos de su sociedad particular. Porque aquellos que solamente se llevan bien con sus “amigotes” más cercanos y con los que comparten sus respectivas ideologías, muchas veces sectarias y excluyentes como suele ocurrir en América Latina y otras partes del mundo, no sirven ni para líderes ni para ninguna otra cosa, por lo menos desde el ángulo necesario de reactivar y crear nuevos espacios económicos concretos para las mayorías de una nación, ya sean heterogéneas u homogéneas. Ya tuvimos bastantes experiencias calamitosas con diversos “mandatarios” arrogantes, despóticos, megalómanos, “verborrágicos” (¿mi nuevo neologismo?), narcisistas y excluyentes, a lo largo y ancho del siglo pasado y comienzos del veintiuno, como en el caso de la pobre Venezuela, en donde la miseria mental y verbal de su actual gobernante, ha venido conduciendo a la miseria física del pueblo venezolano, al grado de encontrarse ahora mismo en los bordes de una verdadera hambruna general, producto de la irracionalidad económica con que suelen administrar las cosas aquellos supuestos revolucionarios que se encuentran ideologizados hasta la médula del hueso, muchas veces sin capacidad de autocrítica o de autocorrección, como sí la poseía Vladímir Ilich Lenin, a pesar de sus desastres totalitarios y otros “errores”. Ellos y ellas son como calaveras vociferantes en medio de un cementerio de éxitos macabros. (Colocándose máscaras de “honestos revolucionarios” exhibicionistas). Pero, sobre el tema de las hambrunas nacionales y mundiales, hablaremos en otro momento.

Subrayo que Enmanuel Macron ha pronunciado un discurso alentador, enfatizando la parte que concierne a una nueva línea orientada a que Francia recobre una especie de liderazgo mundial, que francamente ha venido perdiendo en los últimos decenios, poco después de Charles De Gaulle, sobre todo frente a los países tercer y cuartomundistas, cuyas gentes se inspiraban en algunos ideales de la Francia progresista y libertaria. Ciertas personas equivocadas creen que identificarse con la Francia histórica es dejarse crecer una melena desgreñada y llevar una vida sexual libertina, para darse aires de supuestos librepensadores, alejados del pensamiento profundo (en teología, matemáticas, historia y un poco en filosofía) que se ha experimentado en diversos momentos de la historia franco-galesa. Sin caer en xenofobias extremistas Macron ha prometido, también, mantener la lucha contra el terrorismo que atenta contra nuestra “Civilización Occidental”.

Esperamos, tal vez utópicamente, que Monsieur Enmanuel Macron se identifique, sin sesgos ideológicos, con los genuinos ideales libertarios y democráticos de Honduras y de América Latina, porque siempre existe el riesgo (para usar el lenguaje de Aristóteles) que la “potencia” nunca se convierta en un “acto” real. Tal como ocurrió con el bonito discurso de asunción presidencial del buenazo de Mister Barack Obama.