“COLGADO”

ESTE solo ha sido el último de los ejemplos. Pero hay tantos otros, hoy allí, mañana por allá y pasado por acá. La primer ministro inglesa acaba de despachar a sus más cercanos colaboradores y estrategas de la campaña, que dieron durante todo este tiempo tal impresión de autosuficiencia que chocaba con lo repugnante. Después del trueno, “Jesús María”. Otra vez los ingleses se llevan otro susto. Primero fue el Brexit. Todo el “establishment” apostaba por la continuidad de la Gran Bretaña en la Unión Europea. El primer ministro Cameron, confiado apostó su prestigio en un referéndum, para perder el cargo después que una sorpresiva mayoría votó por salirse del mercado europeo. Ganaron las fuerzas antisistema. Los ingleses que culparon sus desgracias a la inmigración –asociándola con a la violencia y al terrorismo– a la falta de autonomía para tomar decisiones, a los efectos demoledores de la globalización para un amplio espectro de perdedores.

Fue un triunfo de los políticos populistas. Sin embargo, aún con la salida de Cameron, los conservadores retuvieron el poder. Le dieron a una mujer –que dicho sea de paso no simpatizaba con salirse de la comunidad europea– el cargo de Primer Ministro, para que dirigiera el proceso de salida. Por su temple y firmeza en las decisiones la comparan a la recordada “Dama de Hierro”. Creyendo haber ganado amplia simpatía del electorado, desde que asumió el cargo, y con una impresionante ventaja en las encuestas, llama a unas elecciones anticipadas. En escasos días, varios acontecimientos achican la amplia ventaja –así duplicando a su más cercano contendiente– que gozaba en la opinión pública. El resultado en las urnas es catastrófico.

La primer ministro pierde la mayoría absoluta en el Parlamento. Si bien los Tories siguen siendo el partido más votado, no era eso lo que anticipaban. Esperaban ganar unos 100 asientos adicionales y pierden 12 asientos quedándose solamente con 318 escaños. Los laboristas ganan 29 asientos y suben a 261. Eso deja un Parlamento “colgado”. O sea, la señora va a necesitar pactar con otras formaciones políticas para continuar dirigiendo los destinos del país. La oposición sin embargo pide que se vaya. Sostiene que su autoridad ha quedado diezmada y su credibilidad destrozada. Los Tories contaban con 330 escaños en una Cámara Baja de 650, cuando se disolvió el Parlamento, frente a los 229 del Partido Laborista. Aunque lo más delicado, que mantiene en vilo la posibilidad de seguir ejerciendo el cargo, es la rebelión que se produce a lo interno de su partido pidiendo su dimisión.

¿Cómo fue que todo esto ocurrió? ¿Qué la motivó a anticipar las elecciones si alguien en su posición no podía ignorar la fatalidad, en política, de cometer un error garrafal? Sobre todo ahora que cualquier imprevisto de último momento puede cambiar el juego abruptamente. La primer ministro aspiraba ampliar su ventaja, sumando más asientos y obtener un espaldarazo a su mandato. Quería respaldo para sus proyectos de ley –especialmente lo relativo al Brexit, sobre lo que los conservadores optan por una opción más dura que los laboristas– pero, en un decir Jesús, se le da vuelta la tortilla y pierde la apuesta. Aquí tiene el amable lector otro de esos sucesos no solo sorpresivos sino que sorprendentes. Que dejan con la boca abierta a los que analizan estos procesos de ahora con los mismos patrones convencionales a que están acostumbrados, desconociendo la rapidez con que puede configurarse o desfigurarse el mapa político.