¿Tácticas o estrategias para América Central?

Por: Segisfredo Infante

En una conversación con un viejo amigo correligionario, surgió la idea de abordar el delicado tema de las teorías y acciones diplomáticas de algunos dirigentes norteamericanos respecto de Honduras y de los demás países de América Central, en donde a veces se perciben nubarrones casi indescifrables. En el caso nuestro (me refiero al grueso poblacional de los catrachos) hemos sido, tradicionalmente, fuertes admiradores de los Estados Unidos de Norte América. Tal cosa ha quedado en evidencia por dos circunstancias culturales e históricas recientes. La primera es que los hondureños han reproducido, como pocos ciudadanos del mundo, el famoso “sueño americano”, sobre todo a partir de la instalación de las compañías bananeras de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, en que los campeños y administradores reprodujeron unas visiones y unos lenguajes que se ligaban a la cultura estadounidense. Mi señora madre (“Doña Francisca”) que desde niña se crió en la costa norte, sobre todo entre la ciudad de El Progreso y la ciudad-puerto de Tela, posteriormente en San Pedro Sula, bajo el auxilio del patriarca familiar el general y hacendado olanchano don Rosendo López Osorio Cubas (uno de los viejos gerentes bananeros), desarrolló un imaginario sencillo pero idílico respecto de la atractiva cultura estadounidense, que consciente o inconscientemente inyectó, en medio de su tremenda humildad, a sus tres hijos, principalmente a mis hermanos menores. Por cierto que uno de los hijos de mi “Tío Rosendo” murió como oficial de las fuerzas armadas estadounidenses, peleando en Europa en la Segunda Guerra Mundial.

La segunda circunstancia es que Honduras fue el mejor aliado regional de Estados Unidos en las grandes guerras del siglo veinte y, sobre todo, en el contexto de la amarga y controversial “Guerra Fría”, de la cual se desprende el fenómeno de la masiva circulación de armas mortales de grueso calibre (de fabricación rusa predominantemente) que continúan circulando y haciendo daño a la población hondureña y centroamericana, por regla general indefensa. Los hondureños seguimos siendo víctimas de las borracheras, frialdades y resacas armamentísticas e ideológicas de aquella “Guerra Fría”, razón por la cual sostengo la hipótesis que las nuevas generaciones nada podrán comprender de las confusiones políticas e ideológicas del siglo veintiuno, si nada saben de los acontecimientos trágicos del siglo veinte (con los totalitarismos extremosos incluidos), y si parejamente sus profesores universitarios y de secundaria, se encuentran como incapacitados para aclararles imparcialmente las cosas a los jóvenes estudiantes, tal como en realidad ocurrieron, sin exageraciones ideológicas marginales que tanto fascinan a muchos hombres y mujeres unilaterales de América Latina y de otras partes del mundo.

Ambas circunstancias se conjugan en el alma de los hondureños (y de muchos centroamericanos) que buscan refugio dentro de las fronteras de los Estados Unidos de América del Norte, especialmente los salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, que tratan de escapar de la violencia extrema que se respira en varios puntos geográficos de los tres países aludidos, y que buscan encontrar el “sueño americano”, gracias a las resacas armamentísticas de aquel belicismo gélido, y gracias al crimen organizado internacional con sus ramificaciones en los municipios, barrios y aldeas. Este es un punto crucial que los dirigentes norteamericanos deberían considerar al momento de abordar el capítulo del “TPS” que por ahora favorece a los habitantes oriundos del “Triángulo Norte” de América Central. Y que los presidentes de los tres países deberán negociar próximamente.

En este punto surge la pregunta inevitable (y como historiadores y filósofos siempre formulamos preguntas) respecto de si acaso los dirigentes estadounidenses, tanto militares como políticos, incluyendo a los de inteligencia, toman en consideración a nuestra América Central desde el punto de vista puramente táctico de intereses inmediatos, o si por el contrario poseen una mirada estratégica (de largo plazo) ligada a la alta importancia geográfica y económica de países como Honduras y Panamá. De tal pregunta central derivan otras preguntas concomitantes acerca de la seriedad o frivolidad con que son analizadas las situaciones ideopolíticas de estos pobres países, acorralados en unas circunstancias que varias veces han sido importadas del exterior, como las armas y otros condimentos. E influidos (estos países “mendigos”) por algunos dirigentes lugareños extremadamente frívolos, arrogantes y enamorados de sus propios sombreros y pantorrillas, que le podrían inferir un gigantesco daño a las personas del presente mediato y del futuro lejano. Aun cuando en tales proyecciones, como simples seres humanos, podríamos equivocarnos.

Por último, los “hispanos” o latinos, llevamos al seno de Estados Unidos altos valores cristianos, o que son propios de la Civilización Occidental, que hemos heredado de Europa y de las culturas mediterráneas desde hace unos tres mil años aproximados. Si se pierde de vista este detalle histórico-cultural, se pierde de vista casi todo.