Agradecimientos personales

Por Juan Ramón Martínez

Evito en lo posible, usar esta columna para asuntos personales. Pero esta vez, obligado por los imperativos de la nobleza, me siento comprometido con quienes,  compartieron la satisfacción mía y de mi familia, por el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa, 2016. Porque aunque nunca busqué premio alguno, me llenó de enorme satisfacción, porque como todo ser humano, necesito el apretón de manos, el suave cariño de los saludos e incluso, la palmada suave sobre las espaldas, como expresión afectuosa. No esperaba las reacciones que provocó el Premio Ramón Rosa, porque en las anteriores oportunidades, el acontecimiento -que lo es, por más que algunos crean que las actividades culturales son, irrelevantes- pasó casi desapercibido por los medios de comunicación, especialmente. En mi caso, fui muy afortunado con los comentarios de Jonathan Roussel, que desde la cama, escribió una nota, me llegó a lo profundo de mi alma, porque sé de su espíritu crítico y su discreción cuando se trata de alabar la actividad de otras personas. Luz Ernestina Mejía escribió una carta aparecida en El Heraldo, celebrando lo que, desde su condición de amiga de muchos años, cree que son mis virtudes de comunicador. El fraterno, Juan Fernando Ávila P., desde mi querido Olanchito escribió una nota muy hermosa, relatando parte de las actividades intelectuales que hicimos y soñamos juntos en nuestras mocedades. Nery Alexis Gaitán, también escribió un artículo muy hermoso celebrando el hecho. Y Segisfredo Infante, muy ocupado en sus cosas, me dispensó sin embargo, unas pocas líneas en su publicación “El Búho del Atardecer”.

Muchos  amigos y lectores me llamaron por teléfono. No puedo citar sus nombres para no incurrir en olvidos. Pero todos mostraron alegría y felicidad porque, aunque tarde dijo uno, “te reconocieron el enorme trabajo cultural que has hecho”. Evelio Reyes, educado como siempre, me hizo llegar un presente que me honra mucho. Y en conversación telefónica con Carlos Flores le comentaba que, por lo menos, esta vez no había ocurrido lo que a Óscar Flores que, cuando se lo otorgaron, un grupo de jóvenes intelectuales,  escribieron una carta descalificándolo porque según ellos, no tenía obra literaria que lo hiciera acreedor al premio. Pasaron por alto que Óscar Flores había publicado dos libros de cuentos en donde muestra su manejo de esta forma literaria. Y que, durante muchos años, mantuvo una actitud observadora y  crítica sobre la actividad cultural, en diferentes revistas y periódicos en los que colaboraba o dirigía.

La embajada de México me sorprendió mucho, cuando organizó un coctel en la casa México, en mi honor. Y al cual asistió, pese a que tenía compromisos fuera de la capital, el embajador de España, Miguel Albero. La embajadora de México Dolores Jiménez y su esposo Tomás Díaz -con el que comparto aficiones por los corridos mexicanos y por la vida y actividades guerreras de Francisco Villa- atendieron a los invitados, la mayoría amigos personales, entre los cuales destaco a miembros de la Academia Hondureña de la Lengua, funcionarios de la misma, de la Fundación Clementina Suárez, del Club Rotario, de la Universidad Pedagógica y los directores de Abriendo Brecha Rodrigo Wong Arévalo -que expresó en este medio su simpatía y satisfacción por el premio que me fuera otorgado- y Adán Elvir, director de LA TRIBUNA, con los cuales, he compartido la mayor parte de mi vida adulta, al servicio de Honduras y su sociedad. Y muchos más, amigos que sería prolijo mencionar; pero que ellos saben que los llevo en mi corazón. El discurso de la embajadora, me conmovió mucho. De forma que cuando me tocó hablar, aunque llevaba el discurso que leí en Casa Presidencial en donde Tito Cardona me entregara a nombre de JOH, el “Ramón Rosa”, por sugerencia de Rolp Oppenheim preferí improvisar para agradecer el acto y ratificar mi compromiso con la cultura y el idioma. Cosa que hiciera desde mis años estudiantiles en Olanchito, en la década de los sesenta del siglo pasado. Y que afortunadamente he cumplido, como un obligado servicio a mi patria y a su pueblo.

He sido esquivo con los piropos, felicitaciones y celebraciones. Pero, en el último tramo de mi vida, me sale natural del fondo de mi alma, un: ¡Muchas gracias a todos! De verdad que sí. ¡Muchas gracias!