Se llamaba Manuel Rodríguez pero para todos era Manolete

Por: Ricardo-Alonso Flores

Vivió físicamente treinta  años, pero a los cien de su nacimiento, pareciera que Manuel  Laureano Rodríguez Sánchez, continuara existiendo en el mundo de la tauromaquia.

En esa galaxia se le conoció como Manolete, un diminutivo de Manuel y que lo inmortalizó, al ser considerado el mejor torero que ha existido.

Vino al mundo en Córdoba, en esa Andalucía encantadora, en una ciudad famosa por sus patios llenos de flores, donde su mayor monumento es La Mezquita y que tuvo sus años de esplendor en los tiempos del Califato, cuando florecieron las ciencias y las artes. Córdoba llegó a brillar en occidente como en Bagdad y en Constantinopla, en otras latitudes.

Por eso a él, le llamaron El Califa, porque era un maestro del toreo y alcanzó las alturas de los ruedos como Joselito y Juan Belmonte.

Es fácil criticar el toreo, sobre todo cuando no se le conoce. Nunca fui un anti taurino como los hay muchos ahora. De niño me gustaban las películas de toros, como Sangre y Arena y más tarde en México más de una vez fui a la Monumental Plaza de Toros y pude ver una corrida bufa de Cantinflas en la Plaza El Toreo. Pero fue en España donde más le entendí y curiosamente por dos escritores no españoles, Ernest Hemingway con Fiesta y el francés Jean Cau, autor de Las Orejas y el rabo, donde describe paso a paso la solemnidad de una corrida. En Madrid comenzaba con  la rifa ante Notario de los toros, previo a la lidia. Esto se hacía en La Casa de Campo, un espacio público a manera de parque grandioso, donde curiosamente los niños que quieren ser toreros van a mostrar sus conocimientos con otros jóvenes que hacen de toro o bien con una carretilla que simula a la bestia.

El día de su muerte, al resultar herido por el toro islero, de la ganadería de Miura.

Lo demás es todo un espectáculo, con un presidente de la corrida que es quien decide si otorga o no una oreja, o dos, según sea el caso. Muchas veces el público muestra sus pañuelos pidiendo la oreja, que el presidente es libre de conceder.

Pude leer unos artículos que Hemingway escribió para Life, a los que tituló “El verano sangriento”, donde narra la rivalidad entre los dos mejores matadores del momento, Luis Miguel Domingín y Antonio Ordóñez, el maestro de Ronda. Aquella descripción es impresionante, porque esa temporada fue un verdadero duelo entre los dos, que entonces eran cuñados, pero rivales a la vez y ambos amigos del Premio Nobel.

Junto a su amigo y contendiente el mexicano Carlos Arruza.

Manolete fue algo especial. Sobrio, delgado, generalmente muy serio tenía todas las virtudes que hacen de un torero una leyenda. Cuentan sus biógrafos que tuvo dos amores en su vida, su madre doña Angustias y su compañera sentimental, la artista Lupe Sino, con quien tenía una relación muy cercana, superando los prejuicios y la rígida moral de los años franquistas.

Pero, a Manolete se le permitía todo, no de otra forma se explica que en un viaje a México, se haya reunido con los emigrados republicanos Indalecio Prieto y Antonio Jaén. Su presentación en México armó revuelo. Allí tuvo ocasión del alternar con Silverio Pérez, a quien hiciese un corrido el maestro Agustín Lara, gran aficionado taurino. Sería muy largo describir su permanencia en suelo mexicano, donde se le admiró y reconoció su valía sin par.

El cartel de la fatídica corrida en Linares.

Inicialmente fue rival de Carlos Arruza, para terminar siendo uno de sus mejores amigos.

No había Plaza en España o en México donde no causara sensación y aunque tenía su Apoderado que le llevaba todos sus asuntos, los contratos le llovían . Toma la alternativa, que así se llama el paso de novillero a torero, en La Real Maetranza de Sevilla y la confirma en Madrid. Ahí es nada, en los máximos templos de la tauromaquia.

Su fama era tanta, que le lleva a torear en la Plaza de Linares, en Jaén, junto a Luis Miguel Dominguín, el padre de Miguel Bosé y Gitanillo de Triana II. Le toca en turno lidiar a Islero, de la ganadería de Miura, famosa por la bravura de sus astados. Era un toro de 500 kilos, quien le da una cornada que le atraviesa el muslo derecho, provocándole una hemorragia incesante  y es intervenido por un médico especialista, pero su gravedad continúa.

Modernas versiones dicen que no fue precisamente de la cornada por lo que fallece, sino que un plasma que estaba en mal estado y que había llegado a España como donación de un país nórdico. En medio de la tragedia, quiere contraer  matrimonio con la artista Lupe Sino, pero hay una conspiración contra ella, al no permitírsele entrar a la habitación. Algunos dicen que fue fraguada entre su madre doña Angustias y un ganadero famoso, para que la fortuna no pasara a la dama, sino que quedase en la familia.

La muerte de Manolete conmueve a España y al mundo taurino, especialmente a México que le conoció y le rindió admiración.

Con Manolete no se acaba el toreo. Al contrario renace y surgen varios diestros de enorme prestigio, como Santiago Martín “El Viti”, que dicen era lo más parecido al genio cordobés. Luego Paco Camino Palomo Linares, Manuel Benítez (El Cordobés, otro que revoluciona a la fiesta) José Luis de Ubrique, todos ellos ya retirados y actualmente destacan  el Juli, Morante de la Puebla, José Tomás, Enrique Ponce, José Mari  Manzanares, Alejandro Talavante. El Fandi, entre otros. Ellos, no conocieron a Manolete, pero siguen sus pasos.

Quiero terminar con una cita encontrada en una carta que enviara Ernest Hemigway a F. Scott Fitzgerald: “Para mí el Cielo sería una gran Plaza de Toros”.

Con la mujer que no pudo casarse pero que tanto amó, Lupe Sino.