LAS FOTOS DEL ALMUERZO

LA airada reacción del amable público a las fotos de los sentados en las mesas departiendo en el almuerzo de diputados que concurrieron al Congreso Móvil de Gracias, Lempira, era de esperarse. No se sabe, entonces, ¿de qué se asustan? Si estos son polvos de aquellos lodos. Nubes que continúan atizando ociosos y fanáticos todos los días en las redes sociales. Secuela del odio instigado por inconsecuentes durante aquel conflicto político para dividir irremediablemente a la familia hondureña. Que se sigue ventilando en los “chats” o en los despachos calumniosos anónimos de los que participan con apodo o con seudónimo en los portales digitales, desahogando su furia interna. Es el estercolero que se agita en comunidades virtuales alimentadas por furiosos de los bandos en contienda o en las declaraciones públicas –insultándose unos con otros– de los dirigentes políticos.

El ejemplo ofrecido por charlatanes injuriosos disfrazados de conductores de partidos o de coaliciones repelentes que –a falta de capacidad o de intelecto para debatir sobre los ingentes problemas nacionales– con su lenguaje grosero de mecapaleros han encontrado una afición sedienta del entretenimiento circense. Tan hondo ha caído el valor que nada es rescatable y poco es redimible. Así que las imágenes, que en cualquier otro momento no hubiesen trascendido más allá de la página social de los periódicos, tuvo otra evocación. “Ajá, miren no más lo que públicamente le dicen a la gente, el desprecio que se induce de todo eso que se dice, y allí están sonrientes, apacibles, conversando amigablemente, congeniando y casi comiendo en el mismo plato”. Esa escena, de no ser por todo eso que le han hecho creer al auditorio sobre la perversidad del oponente, no sería algo objeto del revuelo que ocasionó. Porque hubo durante mucho tiempo –en este largo camino de tránsito democrático– épocas en que la patria se entendía de manera distinta. Pero aquella vocación de privilegiar a Honduras sobre el interés mezquino se perdió. Y la animadversión de unos a otros se inflamó. “Piensa, quizás sea eso, quizás para estar a salvo haga falta ser impermeable –como mejor lo decía el autor peruano en sus “Conversaciones en la Catedral”– nada se te adhiere porque nada está bien ni mal ni regular”. Volvió el país a contaminarse del sentimiento cerril que se creía superado. Para ver al contrario no como adversario sino como enemigo.

El entendimiento que antes se tomaba como algo natural y hasta necesario entre la clase política, porque no hay forma de construir nación, sino es en base a los acuerdos, lo han enmugrecido como si se tratara de una transacción aborrecible entre comerciantes que compran conciencias y vendidos que empeñan el alma. Si la negociación es entre ellos está bien, pero si se trata de un trato de los otros, hay que desacreditarla como negocio sucio de mercaderes descarados o piratas que se reparten un botín. Ayer el respeto al criterio ajeno era la base armónica de convivencia, pero ahora es pecado que linda con la traición tener discernimiento propio distinto al dueño que maneja su grupo como peones en la hacienda de su propiedad. Sería cosa de escoger cual de todos los caprichosos sea el más autoritario, desafiando las enseñanzas bíblicas ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? El descaro no tiene fronteras. Cualquiera de inclinación dudosa escupe al otro en la cara. Así que la reacción a las fotos, no es más que reflejo de lo que le sucede al país. Las actitudes nocivas diseminadas que le impiden levantar cabeza.