De democracia a autocracia

Por: T. Antonio González

Es inevitable, al menos hasta ahora así parece serlo. Nuestro país, porque lo hemos adoptado, sin renunciar a la patria ausente, se encamina, y aceleradamente, al umbral de la entrega de la democracia que ha caracterizado a los Estados Unidos de Norteamérica, a cambio de una maquinaria autocrática cuyo eje fundamental es la división de lo que hasta hace poco era una sociedad respetuosa de su país, de sus leyes, de su estilo de vida y, principalmente, de la libertad, relativa desde de mi punto de vista, que le ha otorgado a esta nación el título de “Líder del Mundo Libre”. Aunque para mí este no es nada más que un título honorífico, no hay otro país, grande o pequeño que pueda ostentar ese calificativo, por honorífico que sea. Los lamentables acontecimientos de los últimos días nos demuestran en forma clara y definitiva el rumbo que sigue la actual administración, cuyo titular, y por esto hay que darle crédito, enunció durante la campaña electoral presidencial un atrabiliario plan de acción para cuando alcanzara el solio presidencial. Logró este gracias al voto de los constituyentes de los estados de mayoría blanca y al obsoleto sistema de elección por medio del Colegio Electoral. Hillary Clinton ganó el voto popular por más de tres millones de votos. Hubo un factor determinante para despertar el interés del llamado “inculto voto blanco”. La supuesta amenaza interna que representan los cada vez más numerosos grupos minoritarios, el hispano hablante a la cabeza, cuya presencia en este país continúa siendo utilizada por el ocupante número 45 de la Casa Blanca para crear una campaña, de temor xenofóbico primero y odio racial después. Este último sentimiento ha venido creciendo en espiral ascendente hasta alcanzar proporciones de alarmante preocupación entre las clases pensantes y más sensatas de nuestra sociedad que ven cómo cada día, se multiplican los llamados crímenes de odio, provocando no solo heridos y lesionados entre los más vulnerables, hispanos, musulmanes, asiáticos, negros y nativos americanos. También se han registrado dolorosos acontecimientos, como el brutal atentado perpetrado en la apacible comunidad de Charlottesville, Virginia, durante una confrontación entre elementos de grupos de supremacistas blancos, apoyados por militantes de organizaciones neonazis y neofacistas que eran animados entusiastamente por los ubicuos integrantes del Ku Klux Klan. Heather Heyer, una joven blanca que participaba en la marcha de protesta por la presencia de los grupos racistas en la pequeña ciudad, fue cruelmente arrollada por el auto, conducido a alta velocidad, por un integrante del grupo neonazi, coorganizador de la marcha. El presidente habló sobre los hechos tres días después. Se esperaban palabras condenando la violencia racial y un llamado a la unidad nacional. Fue todo lo contrario. Sus palabras crearon una inmediata reacción negativa debido a la comparación que hizo de los manifestantes victimizados. Aparte de la joven Heyer, diecinueve personas más resultaron con heridas y lesiones de gravedad. Dos agentes de vigilancia policial aérea también perdieron la vida en un confuso accidente cuando el helicóptero en que sobrevolaban la escena de los disturbios se vino abajo. El mandatario dijo que ambos bandos tenían igual responsabilidad debido a los actos de violencia registrados. Sus palabras envalentonaron aún más a los supremacistas blancos. La reacción no se hizo esperar. Grupos pacifistas denunciaron a Trump a quien calificaron de acariciar sentimientos racistas al manifestar que los neonazis y demás grupos similares eran igualmente víctimas.

La reacción oficial: “La prensa miente con noticias falsas”. La madre de la joven rehusó recibir a Donald Trump en su casa. “No quiero estrechar su mano ni escuchar sus palabras hipócritas”,  dijo en una entrevista televisada.

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La semana pasada Phoenix, capital del estado de Arizona, fue escenario de una concentración, estilo campaña electoral que fue encabezada por el presidente. Una vez más quedó de manifiesto el uso de la retórica de odio y divisionismo que el mandatario utiliza para sus fines proselitistas. En Phoenix arremetió contra México y los mexicanos; a estos los acusó de “robar” los trabajos que pertenecen al estadounidense. Curiosamente, como lo ha hecho en ocasiones anteriores, esta vez nos   amenazó con hacer que nuestro vecino del Sur pague por la erección del muro. “Cerraré el gobierno” si el Congreso no otorga los fondos necesarios para la construcción de la gigantesca barda, amenazó. Seguidamente arremetió en contra del senador John McCain, de quien dijo no era héroe de guerra ni nada por el estilo sino un perdedor. Lo más lamentable del caso fue escuchar al nutrido grupo de seguidores del presidente lanzando palabras ofensivas en contra del senador republicano, quien se encuentra bajo intenso tratamiento médico debido al cáncer cerebral que le aqueja. El enojo de Trump fue por la crítica que hizo McCain al denunciar las palabras de este, dando tácito apoyo a los violentos grupos extremistas de la supremacía blanca en Virginia. Lo más abyecto de su discurso vino cuando comparó al tristemente célebre Joe Arpaio, a quien sí calificó de “verdadero” héroe nacional, con el senador McCain. Arpaio exalguacil del condado Maricopa, Arizona, se caracterizó por más de dos décadas por el maltrato y violación de los derechos civiles y humanos en contra de los reclusos, particularmente de origen hispano. Arpaio fue denunciado en repetidas ocasiones por imponer la práctica de: “perfil racial”,  arrestar a las personas por su apariencia física, lo que, según su criterio, los convertía de inmediato en sospechosos de ser residentes indocumentados. Miles de latinos, indocumentados, residentes legales y hasta ciudadanos estadounidenses pagaron caro el agravante de tener apariencia latina. Arpaio estableció lo que fue conocido como su campo de concentración personal. Carpas de campaña, sin más protección que un techo de delgada lona. En el caluroso condado de Maricopa las temperaturas alcanzan un promedio de 130 grados. Un juez federal ordenó al alguacil suspender de inmediato todo tipo de práctica que atentara contra el derecho civil y humano de los reclusos. Por año y medio Arpaio desestimó la orden del tribunal. Fue enjuiciado, perdiendo entre tanto la elección para un nuevo período como jefe de la Policía Condal. Se le encontró culpable de desacato a un  tribunal y sería sentenciado a seis meses de cárcel en el mes de octubre. Joe Arpaio, el héroe de Donald Trump, fue perdonado este viernes pasado según decreto ejecutivo. Trump violó así la enmienda número catorce de la  Constitución, que garantiza la protección igual de las leyes y prohíbe a los estados el que se niegue a los ciudadanos el debido proceso bajo la ley. Fue la enmienda catorce la que permitió que un juez pusiera fin al grosero, racista y discriminador estilo de Arpaio de imponer sus leyes personales. Al perdonar al enjuiciado alguacil, aún antes de que se le impusiera sentencia, Trump viola flagrantemente la Constitución. Como dicen en mi tierra, creo que aquí hay gato encerrado. Al perdonar a Arpaio, Trump explora la futura posibilidad de tener que recurrir a su poder presidencial para otorgar perdón a su hijo, su yerno, a sí mismo, y demás cómplices, en el ya conocido “Rusia-gate”. En mi opinión, si no se le detiene por la vía legal, continuará con esta práctica de violar las leyes y la Constitución, a la que juró proteger. Todos lo sabemos, Putin es un autócrata. Pero eso es en Rusia, donde no existen los mecanismos que restrinjan sus actividades dictatoriales. Aquí, su alumno más cercano está siguiendo sus pasos. Todo esto en el marco de una sociedad profundamente dividida y con dos partidos políticos incapaces de proteger el verdadero patrimonio de la nación: La democracia y la cada vez más debilitada libertad.