¡“Hola buen hombre”!

Recordando a Roberto C. Ordoñez

Por Gustavo Ordóñez

El título de este artículo es una frase con que mi papá me saludaba a menudo, esbozando una leve sonrisa y pícaro brillo en sus ojos. ¡Hola buen hombre! ¿Listo para un vinito? La respuesta por supuesto siempre era ¡afirmativo buen hombre!

A un año de su partida al más allá lejano, como él describió el máximo misterio de la vida, he tenido el tiempo para pensar sobre la vida y obra de este verdadero buen hombre. Mi relación con él era lo suficientemente madura para entender, que lo que lo hacía especial, eran sus virtudes y también sus defectos. Espero que esta reflexión, de un hijo que amaba a su padre, sea lo más objetiva posible en describir las que yo opino, eran sus facetas sobresalientes, y que a la vez sea del agrado de sus queridos lectores, amigos y familia.

Buen hombre de familia. Si una frase caracteriza la relación de mi papá con su familia es que los amaba abierta e intensamente. Nunca estaba más feliz que cuando tenía reunido a todo su clan. Ese legado perdura hoy en sus hijos que nos comunicamos diariamente a través de una red social, en un grupo titulado simplemente papá. Ahí compartimos tristezas, alegrías, preocupaciones, chistes, sabidurías, chismes y planeamos una que otra bebiata.

A menudo describía los años finales de su vida como “El otoño del patriarca”, mientras recordaba con melancolía a sus hermanos y hermanas ya adelantados en el más allá. La autoridad, respeto y cariño que se había ganado de sus familiares es lo que hacía de nuestro querido papá, “pita”, “chato”, “tío”, “Roberto”, “tongo” y otros sobrenombres, un verdadero patriarca.

Entre su esposa, hijos, nueras y yernos, nietos, hermanos y sobrinos existen todas las ideologías políticas, religiosas y culturales, muchas de ellas en diametral oposición a sus ideas. Sin embargo pesaban mucho más los lazos en común y amor que las diferencias, y esto siempre fue lo que marcó su interacción con todos nosotros. Ojalá la familia hondureña pudiera comportarse así.

Buen amigo. En mis cuentas mi papá tenía cientos de amigos. No los de Facebook, sino los verdaderos con quien uno se toma un trago, sale a comer, bromea y acompaña con su llanto en los momentos de necesidad y dolor. Su querido G40, del cual soy orgulloso miembro, fue parte fundamental de su vida. Entre ellos repartió muchos huevos de codorniz, mantequilla, queso y demás frutos de sus desaventuras como masoquista del agro en Olancho y La Brea. Él a su vez fue beneficiario del cariño y apoyo de este noble grupo.

En nuestras conversaciones comentábamos sobre el ir y venir de la sociedad hondureña, de la cual él conocía, o inventaba, las más jocosas y a veces bochornosas historias. Era amigo del chisme, pero lo lindo es que nunca intentaba propagar los malos. Si alguna vez comentábamos la desgracia de tal o cual persona lo hacía con verdadera empatía.

Buen capitalista. No en el sentido moderno del término, donde los gobiernos conspiran con los grandes capitales privados para acumular riqueza. Mi papá lo practicaba en su forma más noble. Es decir reinvirtiendo su capital para generar bienestar común. Nunca tuvo grandes cuentas de banco, inversiones en la bolsa, ni propiedades e inversiones en el extranjero. Todo quedaba en Honduras. Triunfó y fracasó en muchos negocios pero siguió trabajando hasta sus últimos días. Como buen y honesto economista me decía, con la convicción que solo tiene el que ha pedido préstamos y pagado impuestos justos e injustos, “a las autoridades del gobierno responsables de la economía y políticas fiscales les convendría repasar los principios económicos que propuso Adam Smith hace 250 años de cómo las naciones acumulan riqueza y bienestar”.

Buen hondureño. Nunca se dejó atrapar por la realidad virtual de ideologías políticas, religiones, fútbol y demás invenciones humanas que tan fácilmente llevan al fanatismo. Para él, Honduras era su pueblo, su historia y sus hermosos paisajes. Era una enciclopedia ambulante de la historia de Honduras.

Sus lectores esperaban con ansia el artículo de cada lunes donde, con su característico estilo y perspicaz análisis separaba la paja del trigo. Popularizó frases como elefante blanco para referirse al Parlamento Centroamericano, las cuentas de Garrison para describir el presupuesto nacional y mi favorita, usada cuando algo lo asombraba de nuestra maltratada sociedad, “Cosas veredes amigo Sancho que harán hablar las piedras”.

Hablaba y escribía con conocimiento enciclopédico de su querido y recordado San Marcos de Colón, de sus aventuras de cazador, pescador y ecologista por los cuatro rumbos cardinales de Honduras. De sus aventuras por La Mosquitia nos relataba su “descubrimiento” en los años 70 de la mítica Ciudad Blanca o del Rey Mono, ahora hecha internacionalmente famosa por arqueólogos profesionales de Estados Unidos. Enseñar la historia de Honduras se ha vuelto obsoleto en las escuelas donde la nueva cultura es la de “googlear” las respuestas, aprender a tomar exámenes, y “estandarizar” la inteligencia y talentos de los jóvenes, en vez de admitir nuestra ignorancia, investigar y analizar.

Buen humano. Para él la empatía y compasión era una práctica de vida, no una teoría dominical. Con lo que podía contribuir con 5 ó 6 caridades diferentes y si podía estaba dispuesto al sablazo de algún amigo en necesidad. Sus creencias no eran ni universales ni misioneras. Hablaba con su ejemplo y estaba dispuesto a modificar sus opiniones cuando nueva evidencia se le presentaba. Admitía, a regañadientes, sus errores. En fin nunca pensó que era una obra terminada y perfecta. Su propia admisión de sus fallas era su virtud más grande. Cada día era una nueva oportunidad de aprender y enmendar. El presente era donde él trataba de vivir. Tanto mi Mamá (con M mayúscula como mi papá se refería a su propia madre) como mi papá nos enseñaron a cultivar el pensamiento libre, ser autocríticos y cuestionar todo con la finalidad de crecer como humanos, miembros de una única tribu global.

Así como mi padre hay miles de buenos hombres y mujeres en Honduras. Con virtudes y defectos, sin fanatismo, dueños de raciocinio, de amor por su país, su pueblo y la madre naturaleza.

Ojalá la sombra, espíritu, energía o como quieran llamarle de los verdaderos buenos hombres y mujeres de Honduras, pasados y presentes, nos iluminen y guíen a un futuro donde nos podamos saludar como hermanos, pongamos de un lado nuestras diferencias y digamos de corazón y sabiendo que hablamos la verdad ¡Hola buen hombre!