MARCAS, PLANCHAS Y CARAS

SOLO en el departamento de Francisco Morazán los ciudadanos tendrán opción de escoger, aparte de marcar en la papeleta de la planilla presidencial y de la alcaldía municipal, entre 230 fotografías de candidatos a las diputaciones. En Cortés solo son 200 opciones, o sea un poquito menos. Algunos partidos –tal vez queriendo economizarles el dolor de cabeza a sus militantes de sopesar por quienes sufragar– han instruido a las bases que pasen la “plancha” en el mayúsculo barrilete que le entregarán en las mesas. Bien sea con marcas individuales, en secuencia interrumpida –“de bigote a bigote”– del principio al final, o trazando la línea recta para abarcarlos a todos sin titubear. En la antigüedad, las cosas eran distintas. Los favorecidos eran los primeros en la escalera, conforme a la distribución proporcional de cocientes y residuos electorales obtenidos por cada partido.

Sin embargo, gracias a la novedad de unas reformas electorales introducidas bajo el padrinazgo de alienígenas metiches, dizque en aras de la apertura, de incluir fotos para habilitar al prójimo el ejercicio del voto cruzado, el sistema fue modificado. Los más votados son los que salen; o sea los que obtienen el mayor número de marcas en forma individual. (Los demás se quedan lamentando haber gastado sus reales en propaganda infructuosa –no pocas fichas dicho sea de paso– o renegando que les hicieron fraude en la contada). Un avance que permitió “nuevas caras” incursionar en la política vernácula desplazando a los que llevaban tiempo y recursos invertidos en esa ingrata faena. Entre tanto diablo que aparece en diminutas fotografías –algunas tan retocadas que apenas asemejan la identidad del propietario o propietaria– hasta el reconocimiento de los reputados aspirantes se vuelve complicado. Muchísima gente escoge los rostros más conocidos. Ello independientemente del oficio apto para esos menesteres de Estado, del liderazgo probado, de la preparación para ejercer el cargo, a la cara reconocida que se marca. Así que los partidos atoran sus planillas con figuras destacadas en otras faenas que no necesariamente tienen que ver con el servicio público. Presentadores y periodistas, campeones del espectáculo, faranduleros, deportistas, futbolistas, entrenadores y directores técnicos, cantantes y agitadores, entre otros famosos que adornan el abanico electoral.

La moda de ahora más bien es probar con los “outsider”. (Aunque en esas crisis recurrentes allá en Guatemala ahora no los quieran ver ni en pintura). En esta época antisistémica, muchos de los dinosaurios que se mataron defendiendo sus partidos, o perdieron imagen sacando la cara durante todos los episodios aciagos que tocó construir la democracia, que se amuelen. Sin embargo, los ciclos pendulares de la democracia en eso consisten. En experimentar de todo en la esperanza que las cosas mejoren al vaivén de los modestos éxitos y de los estruendosos fracasos. Dicho lo anterior ¿Qué tanto ha mejorado la calidad de las instituciones públicas con esa nueva integración de los famosos? (Sin que lo anterior vaya a interpretarse alusivo a los titulares del Legislativo que hábilmente han lidiado con lo que a cada cual, en su época, le ha tocado manejar) ¿Qué tanto contribuyen –o por la muestra que ya se tiene, esperan contribuir– los rostros más lozanos –con sus contadas excepciones– al debate sensato en esos foros? Contrario al protagonismo bochinchero, travesuras infantiles o espectáculo circense ¿Qué tanto han sido autores de propuestas inteligentes que representen una diferencia tangible en la vida del hondureño? Una reflexión que el amable público debía hacerse antes de ir a marcar.