Desafíos del adulto mayor

Por: Dagoberto Espinoza Murra

El primer anciano de quien guardo los primeros recuerdos, se llamaba don Pánfilo. Caminaba por las calles empedradas de Liure, auxiliándose con un bastón de  madera rolliza. Su cabellera y su barba eran blancas como la nieve; en su rostro, curtido por el sol, dibujábanse profundos surcos y, cuando reía, se observaba su deteriorada dentadura.

“¡Si se encuentran con  don Pánfilo, salúdenlo con todo respeto!”, nos decía mi padre. Además nos contaba que el anciano -cuya figura semejaba a la de esos profetas bíblicos- dos veces al año recorría muchas leguas a pie para trasladarse hasta  Choluteca, donde vivía una  de sus hijas. “Cierto  día -relataba con gran regocijo don Pánfilo a sus amigos-,  al regresar  de la ciudad me alcanzó don Liberato Mendoza (diputado en la administración del General Carías; persona de pocas palabras, que no subía a desconocidos a  su vehículo), quien detuvo su carro y me dijo:

-¿Hacia dónde se dirige, buen hombre?

-Camino para Liure, le respondí.

-Súbase y lo encaminaré hasta Orocuina; de allí solo le quedarán dos leguas para llegar a su morada, me  dijo el diputado con un gesto amable.

Años después, mientras estudiaba medicina, me enteré que don Pánfilo había fallecido y que por meses -según palabras de uno de sus hijos- pasó “entapiado de la orina”.  “Mi padre, agregaba el informante, se fue marchitando hasta exhalar el último suspiro”.

Al hacer pasantías en las salas del Hospital  San Felipe miré a muchos ancianos presentar retención urinaria y los maestros de Urología, Ignacio Midence y Salomón Munguía Alonzo, nos enseñaron a usar las sondas de Nelaton y de Foly para aliviar la severa molestia que produce no poder evacuar la vejiga. Un alto porcentaje de estos pacientes tenían un agrandamiento de la próstata, glándula en la cual no es infrecuente encontrar un tumor maligno.

Pero además de los “achaques” frecuentes a esa edad, los adultos mayores -hombres y mujeres- tienen que hacer frente, con mucha frecuencia, a conductas excluyentes de la sociedad y, lo que es más triste aún, al abuso y explotación de algunos familiares. Los ancianos gozaron, en muchos países -Honduras incluida-, del respeto y admiración de amplios sectores de la sociedad, especialmente en las áreas rurales. Al abuelo se le pedían consejos y orientación en las decisiones importantes del núcleo familiar. Actualmente vemos, por la televisión, que en algunos países donde, hasta hace unas décadas, se hacía  reverencia al “viejo”, al anciano, ahora se le trata con menosprecio por familiares, al considerarlos un estorbo en sus actividades de la ciudad.

Muchos galenos  tenemos la suerte de estar afiliados a la “Asociación de Médicos Jubilados”, presidida por el diligente y entusiasta colega, doctor  Jorge Alberto Higuero Crespo, la cual promueve una serie de actividades científicas y recreativas. Los que vivimos en la capital nos reunimos los martes y escuchamos charlas coordinadas por el doctor Rigoberto Trejo y  brindadas por colegas de diferentes especialidades. Un internista se refirió, por ejemplo, a estilos de vida saludables y nos convenció que debemos hacer algunos cambios en cuanto a la alimentación, realizar ejercicios físicos diariamente, evitar ambientes donde se fuma, así como fortalecer los lazos familiares y sociales. Varios miembros de la asociación se han iniciado en  la pintura, en tanto otros estamos orientados a la ejecución de un instrumento musical, de preferencia la guitarra.

La licenciada Gladys Gaviria, gerontóloga, con mucho entusiasmo coordina nuestras actividades recreativas y se ha convertido en depositaria de la confianza del grupo. En uno de los trabajos que nos obsequió podemos leer: “Honduras cuenta con una población de ocho millones de personas aproximadamente, a mediados de este año (2017), de los cuales los adultos mayores de sesenta años y más, asciende a 850,000, según el INE”. Del mismo trabajo entresacamos las siguientes líneas: “La violación a los derechos de los adulos mayores lleva a la exclusión, la pobreza y la discriminación. Sin embargo, los adultos mayores hacen contribuciones fundamentales a la sociedad con su experiencia y sabiduría”.

El uno de octubre, por resolución de la Organización Mundial de la Salud (OMS), está dedicado a las  “personas de edad”, que, en nuestro país, equivale al adulto mayor. La esperanza de vida en Honduras es de 73 años, para las mujeres y, de 71, para los varones. Afortunados los que sobrepasamos esas edades y, aunque existen leyes  que  protegen a este segmento de la población, el mayor desafío actual es lograr el cumplimiento pleno de esas leyes.