La figura de Morazán

Por: Dagoberto Espinoza Murra

En septiembre -mes de la patria- se celebra, el día 15, la emancipación de Centroamérica de la corona española. En actos cívicos se hace mención al sabio Valle, como redactor del Acta de Independencia y a otros próceres que contribuyeron a romper las cadenas que nos mantenían atados a una monarquía atrasada y decadente.

Pero un día -para muchos pasa desapercibido- cuando la patria cumplía su mayoría de edad (21 años) de independencia, se fusila, es más correcto decir se asesina, a la figura de mayor relieve de las cinco parcelas que constituyeron la República Federal de Centroamérica. Francisco Morazán, ese trágico día, pagó con su vida el haber luchado por mantener unidos estos jirones de la patria grande. El alto clero y los sectores más conservadores del istmo centroamericano, así como  el cónsul británico Shatfield combatieron las ideas y las transformaciones sociales que a su paso victorioso lograba imprimir el soldado estadista más grande que ha dado esta tierra.

Hace unos años nos atrevimos a escribir un corto trabajo, titulado “Francisco Morazán como estadista y educador”. En la introducción decíamos: “Francisco Morazán, grande en la adversidad y magnánimo en la victoria, sintetiza el espíritu de los más esforzados ciudadanos de la patria que él tanto amó. Dentro de su grandeza solo se le puede señalar como falta, si es que cabe este término, la de haber querido, con entrañable obsesión, la integridad de la República Federal de Centroamérica, pagando con su vida, “víctima de sus propias virtudes cívicas”, semejante osadía frente a las fuerzas del oscurantismo de aquella época”.

De Morazán, el educador, nos referíamos así: “El libertador de pueblos Francisco Morazán, fue educador y lo fue en toda la esencia, sentido e integridad de este concepto. Este carácter educador de Morazán, se extiende a lo largo de toda su vida pública, esto es, desde su posición de síndico del Ayuntamiento de de Tegucigalpa hasta el incomparable momento de su muerte en San José de Costa Rica, pasando por todo su luminosa gesta libertadora en Centroamérica”.

El pedagogo Hernán López Zelaya, conversando sobre este tema, sostenía: “Solo un educador -libertador de la talla de Morazán- pudo impulsar la transformación de seres oprimidos por el yugo de un extenso estado de servidumbre colonial, en hombres y ciudadanos libres, capaces de empuñar las armas y de llegar hasta el consciente sacrificio de sus vidas por su propia emancipación social y por el logro y vigencia de valores fundamentales, tales como la vida, la paz, la independencia y el imperio de la ley”.

Con esta visión, con esta figura del héroe, asistimos a ver la película que lleva su nombre y, con gran satisfacción, podemos afirmar que se trata de una magnífica obra, en que se revive, con la magia de la cinematografía, las últimas 48 horas de la existencia del hombre que vivió, luchó y murió por ver unidas las cinco parcelas de Centroamérica. La película nos mantiene absortos, expectantes y, por momentos, sacude las fibras más sensibles de nuestra conciencia cívica.

El nietecito de nueve años que nos acompañaba, en una de las escenas más dramáticas -cuando Morazán comenzó a dictar el testamento y su hijo prorrumpió en llanto-, en esos instantes el pequeño, sollozando, dijo: “Abuelo me están saliendo lágrimas”. Puse mi mano sobre su cabeza y le dije que a mí también me rodaban lágrimas por las mejillas. Lo mismo nos sucedió en el acto del fusilamiento.

Nos parece que con esta película la Universidad Pedagógica Nacional, que orgullosamente lleva el nombre de Francisco Morazán, está brindando un magnífico aporte para que se conozca, dentro y fuera de Honduras, la figura más preclara del suelo centroamericano. Los guionistas Dagoberto Martínez e Hispano Durón son merecedores del reconocimiento de quienes admiramos y respetamos a Morazán. El actor colombiano, Orlando Valenzuela, brindó a nuestros sentidos la imagen del Morazán que nos habíamos figurado con las lecturas de los años de estudiante. El resto del elenco: Hispano Durón, Tito Estrada, Melissa Merlo, Shirley Rodríguez y Eduardo Bähr, para solo mencionar algunos, tuvieron un lucimiento a la altura de actores de otras latitudes.

En nuestra opinión, todos los alumnos de quinto y sexto grado, así como los que cursan la secundaria, deberían ver esta película. Las autoridades de la Secretaría de Educación pueden con tribuir para que aún en los más apartados rincones del territorio nacional sea vista y discutida en escuelas y colegios esta valiosa  obra. ¡Así lo espera la patria!