¡GRACIAS, MÉXICO¡

Por: Juan Ramón Martínez

Soy por naturaleza esquivo a los piropos. Los rehuyo, la mayoría de las veces, por razones practicas: como medio, para preservar la libertad. Y porque, filosóficamente, soy escorado hacia Enmanuel Kant, en el sentido,  que las acciones morales autenticas, no buscan premios. Puesto que se hacen, tan solo por el placer que requiere su realización. Sin embargo, en el paso de los años, me he ido rindiendo. Y desde el “cara de palo”, como dijeran algunos hace un tiempo; que “nunca he querido a nadie”, he ido cambiando y dominando la risa socarrona – que mas de algún disgusto me ha producido, especialmente en televisión, con algunos de mis amigos y colegas –,  pasando a la tranquila capacidad de poder ser libre,  celebrando y apreciando las muestras afectuosas de amigos e instituciones. Por eso, nunca he creído que debo formar cofradías; ni mucho menos grupos de autobombo, que cuando muera, conserven mi memoria. Y celebren, lo que he hecho en la vida. Me he conformado, cristianamente que, al morirme, el olvido me sepulte, porque no he creado – como le ocurrió a Subirana, que a estas alturas, debía estar en los altares – grupos discipulares que, me honren como miembro del calendario nacional.

Como ser humano, tengo una sensibilidad dispuesta a valorar y celebrar las cosas buenas de la vida. Y entre ellas, la amistad, nacida espontáneamente. Y  sin que hayan acuerdos mutuos, estéticos o literarios, sino que simples afectos emocionales, incluso con personas que no están de acuerdo conmigo. Coincidentes en una sola cosa: conciencia comun para diferenciar el bien del mal. Especialmente cuando se trata de cuidar a los mas altos intereses de Honduras.

Por eso cuando el Gobierno de México, por iniciativa de su Embajadora en Tegucigalpa, Dolores Jiménez, me entregó una condecoración, – la OTHLI — por servicios distinguidos, flaquearon todas mis resistencias y temores. Y abrí mi corazón, recibiendola,  en los tiempos mas difíciles que he vivido, para entender y crear, que la valoración del trabajo en favor de Honduras y de México, naciones que fueron y seguirían siendo siempre, hermanas. Quedandome, solo queda la duda si soy digno de recibirla. Y es que de verdad, soy una persona dedicada al trabajo intelectual –  expresión que molestaba a algunos de mis ex correligionarios democristianos, adoloridos por profundos complejos de inferioridad – que cree en la cultura, como motor para impulsar iniciativas y hacer camino sobre la marcha. Cosa que he hecho en forma natural. Y que, me justifica cuando recibo, en una fiesta inolvidable, colmada de amigos, familiares, compañeros y diplomáticos, uno de los honores mas altos que posiblemente, recibiré en mi vida.

Aunque improvise un discurso el martes pasado, algo debo agregar. Serenamente. En el tema de la cultura por ejemplo – para encontrar la identidad y convertirla en relato nacional, base para un orden imaginado que nos motive a todos, a un comportamiento en que las discusiones sean sobre lo accesorio y nunca sobre lo fundamental, cuidando la existencia de Honduras – como instrumento básico que, pueda permitir el cambio del pueblo, la sociedad y las instituciones,  descuadradas por el tiempo y el descuido irresponsable de los caudillos.

Ademas, después de las conversaciones de sobremesa en el banquete ofrecido por la Embajada de Mexico, acepto que no somos ni españoles, indios o afrodescendientes, sino que mestizos, para desde la equidistancia, ante los que quieren dominarnos, derrotar los fantasmas del pasado y vernos, sin miedo, en el espejo. Y aceptarnos. Un error de los liberales – de Francisco Morazán ( que no era Dios, sino un hombre de su tiempo, reaccionando a su circunstancia) y los lideres de la Reforma – fue la destrucción de las comunidades indígenas, en la distante creencia que eran algo distinto, sin aceptar el mestizaje, que al personificarnos, nos impulse a cumplir una tarea, dentro de una ruta que al construirla, en la medida que cubramos el camino, nos permita hacernos, perfeccionarnos y definirnos, en lo que hacemos, y en lo que rechazamos. Y por supuesto, por lo que aceptamos como valido. Y lo que rechazamos, por negativo.

El OHTLI, me anima mucho. Confirma lo que Machado decía: “se hace camino al andar”. Y que, ademas, como enseñaba Ortega y Gasset, en la medida en que cambiamos las circunstancias,  nos transformamos. Y nos hacemos.

Unas ultimas palabras: Gracias México. Gracias Dolores Jiménez.