ACTITUDES ANTE EL PASADO

HAY gente que rehúye el pasado, es decir la verdad histórica, de cualquier manera posible, por motivaciones diversas, justificadas o injustificadas. Esta actitud es común en  sociedades más o menos recientes. O en el alma de aquellos que quisieran hacer desaparecer las fronteras, por arte de magia y por fuertes intereses económicos, derivados de las nuevas ideologías aparentemente internacionalistas que cada cierto tiempo se ponen en boga. Otros simplemente desprecian el pasado histórico por causa de las actitudes superficiales conectadas con la mala educación que recibieron en las aulas escolares y en las academias de nivel superior. O se encuentran digamos enamorados de un solo símbolo nacional, que los tiene atrapadas y los induce a rechazar o ignorar otros símbolos de igual importancia.

Al final resulta difícil resolver estas actitudes y estas problemáticas históricas, ya que los prejuicios se imponen durante décadas. Y a veces durante siglos. Sin ningún derecho a apelación por parte de los demás. Ni siquiera de los historiadores rigurosos que se han metido de cabeza en los libros serios y en los documentos de primera manera, para arrojar un poco de verdad sobre los hechos históricos, tal como ocurrieron, y no como algunos quisieran que hubiesen ocurrido. Especialmente de parte de aquellos superficiales que se convierten en nuevos creadores de mitos, inconsistentes dicho sea de paso.

Sin embargo, hoy nos detendremos en la sola actitud de aquellas personas que rechazan o desprecian todo conocimiento histórico, por pereza o por pura frivolidad. De hecho estas mismas personas recurren a las referencias históricas para salir del paso; o para distorsionar los hechos de la vida real, engañando a sus amigos y, lo que es peor, a sus propios hijos y nietos. Sus conocimientos históricos llegan hasta donde les conviene, según sean sus intereses presentistas, territoriales, narrativos o económicos, alimentándose de los titulares de algunas revistas anti-históricas, parcializadas, o según lo hayan visto en algunos documentales completamente distorsionados, de ciertos cables de televisión internacional, en donde se solazan destruyendo las imágenes de los personajes políticos, históricos, científicos o religiosos, con propósitos insospechados.

Aquellos que exhiben las actitudes propias de los señalados en el párrafo anterior, viven, nada más, el día a día, y muy poco saben de los hechos del pasado que repercuten en el presente, y posiblemente en el futuro. Sus informaciones llegan hasta donde sus padres les dijeron algo, sea verdadero, falso o ambiguo. Nada saben de sus abuelos ni mucho menos de los sucesos ocurridos en los últimos cincuenta años. Prefieren detener sus perezosas mentes en algún acontecimiento escenificado en el último decenio en donde han sido bombardeados por las llamadas “redes sociales”, algunas de las cuales se vuelven mentirosas y antisociales, por los ataques constantes contra personas que a los cibernautas les resultan antipáticas o ideológicamente contrapuestas.

La difamación pública digital se ha vuelto una especie de normalidad antiética, con la cual se alimentan los que exhiben desprecio por los hechos históricos del pasado, tal cual ocurrieron. Eso de ir a investigar a los archivos amarillentos y de primera mano, es algo que jamás pasaría por sus neuronas cerebrales, habituadas al facilismo “informativo”. Tampoco se les ocurriría salir a buscar libros serios, rigurosos e imparciales, que traten sobre el pasado de los pueblos históricos de cualquier parte del mundo. Ni mucho menos de su propio país.