Habitaciones oscuras

La literatura de terror, a nuestro criterio, constituye una deuda pendiente en la narrativa hondureña y latinoamericana. Si bien es cierto que tenemos a Lovecraft, Highsmith o al uruguayo Horacio Quiroga es poco lo trabajado en este género. En el país, autores como Froylán Turcios y su cuento “El vampiro”o de forma contemporánea, Kalton Bruhl o Ludwing Varela han demostrado con cierta maestría, que el horror es un lugar poco visitado, pero desde el cual se puede, a ciencia cierta, escribir.

El Calcetín Rojo

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo para poder lavarlo, quitarle la sangre y que volviera ser blanco. En la pureza de su uniforme, el apasionado color no tenía cabida. Finalmente, se rindió. Entre el revoltijo de su cuarto no encontraría a tiempo el calcetín delator y afuera ya estaba su taxi esperándola; su turno en el hospital iniciaba en apenas treinta minutos y ella debía atravesar la ciudad entera con el tráfico en su contra. Confió en que su compañera de cuarto no lo encontraría y pensó que, en caso de hacerlo, ella podría inventar una excusa para justificar la manchada prenda. Se subió al vehículo y saludó al conductor con una sonrisa forzada, no por descortesía sino por consternación. Revisó su mochila, se aseguró de llevar todo lo que necesitaba: cuadernos, lápices, estetoscopio y su preocupación. Ella siempre se ha preocupado de más, su papá solía decirle que tenía la mala costumbre de sobredimensionar los problemas propios y ajenos, pero aquel día su exageración obedecía al miedo inminente de ser descubierta.
Cuando se disponía a bajar el vidrio de su ventana, unas gotas de lluvia le decoraron la vista, mismas gotas que le recordaron la escena del día anterior, ese día en el que se le manchó su calcetín. Se miró en el retrovisor; sus ojos cansados, su cabello mojado, aún sin peinar después del baño y sus ojeras, también la exponían; pero sabía que por todas esas características podía culpar a su profesión. Hacía exactamente 4 años había pronunciado un juramento hipocrático que la obligaba a salvar vidas, a prolongar la estadía en el mundo de personas que no significaban nada para ella, personas que no eran más que pacientes, pero que no sabían tener paciencia; una de ellas fue quien la sacó de sus casillas y quien había manchado su calcetín entonces blanco. Mientras se cepillaba el cabello, viéndose en el espejo retrovisor, se preguntó si esa persona aún estaría en la morgue. Sintió deseo de llorar; lo contuvo. Cuarenta minutos más tarde, el conductor anunció que habían llegado a destino; metió la mano en su mochila buscando su billetera, lo que encontró fue el calcetín rojo y supo que nunca más volvería a perder los estribos.

Ivonne Cruz: Ingeniera civil que escribe. En su décimo cuarto cumpleaños descubrió que le gustaba contar historias y aunque lee más de lo que escribe, aprovecha cada rincón de tiempo y espacio para hacerlo y, de preferencia con cigarro en mano.