A VOTAR

ESTAMOS en las últimas horas del proceso electoral. En la víspera de la realización de elecciones. Con el único pesar, quizás, que esta campaña haya sido bastante mediocre. Nada comparable a otras en el pasado, mucho más creativas, esperanzadoras, propositivas que motivaron a los electores. Que a pesar de las rivalidades, prescindieron de los ataques groseros, de las ofensas inútiles. Los líderes de entonces buscaban unir al país no dividirlo. Entendían que una buena campaña se inspira en ese cometido. Sumar votos, apelar a lo mejor de la conciencia ciudadana. Transmitir que pese a las diferencias, todos son necesarios. Que Honduras no sale del inveterado atraso con esfuerzo de un solo bando, excluyendo a otros, sino con el concurso de todos. La campaña no es para polarizar a la familia hondureña. No es para atizar odios y rencores de modo que una vez decidida la suerte, no haya manera de acercar.

La política es de adversarios no de enemigos acérrimos. No sabríamos decir si la ausencia de propuestas y la abundancia de invectivas, –haciendo salvedad de las honrosas excepciones– de ponzoñosas entrevistas, discursos e intervenciones públicas cargadas de sectarismo, de tratarlo todo como si fuera circo haya sido por falta de formación, de cultura, de conocimiento de los problemas nacionales, de quienes dirigen esas instituciones de derecho público. Es triste, pero el común de la gente poco lee, no se instruye, no estudia. Si agarra algo para ver o para leer, no es para informarse, sino para entretenerse. Hay una tendencia a privilegiar lo superfluo despreciando el examen profundo de los temas. ¿Para qué presentar planes de gobierno o debatir sobre ellos si eso a nadie le interesa? Lo que quiere el frívolo auditorio es que lo diviertan. Con insultos, con ataques, con inventos, con teatro con puras poses cosméticas. O si esa falta de análisis y de interés a lo que preocupa a la colectividad derive de la creencia que la manera de ganar puntos sea bajando al adversario, descalificando al oponente, ultrajando a los demás, ante la imposibilidad de vender una imagen más positiva de lo propio. ¿Será por ello que inyectan ese virus dañino en los ciudadanos, que se trata de votar no a favor de alguien o de algo, o por lo que proponga fulano o mengano, sino en contra del otro o de tal o cuál otra cosa? ¿Cómo calibrar la calidad de lo que se vaya a elegir? Es un albur. Los electores van y marcan en los distintos niveles de elección por caras que en realidad no conocen. ¿Cómo hace la gente para saber qué capacidad tengan para desempeñar un cargo?

¿Qué cosa trascendente por el país han hecho ese montón de rostros extraños pegados en los postes de luz de las calles? Hasta aquí los lamentos. Dicho lo anterior, si bien la campaña pudo ser de mayor altura, más generadora de esperanza, también hay un lado positivo. Y ello es que Honduras vuelve a demostrar su vocación democrática. El sistema con todo y sus bemoles, funciona. Con defectos, con cuestionamientos, con traspiés, pero sirve como ejercicio democrático. La potestad de ir a votar; ese momento en que el ciudadano escoge a sus representantes, cuando manifiesta su voluntad, es sagrada. Ojalá lo hiciera a conciencia. Meditando lo que convenga al país. Lo que no vaya a hacerle daño a la democracia, a las posibilidades de futuro. Así que a salir a votar. A hacer buen uso de ese derecho.