CONFIANZA Y LAS REGLAS

CUANDO pase esta desgraciada agitación política el país tendrá que lidiar con la ardua tarea de recuperarse de todo el daño inferido a su imagen nuevamente empañada. Claro que hay lesiones internas. La más grave es el resurgimiento de los rencores en una sociedad que queda otra vez dividida. Más aún, partida en dos mitades. Volvieron a aflorar los odios y los políticos sacaron el cobre. Sale lacerada la economía y las finanzas públicas. Los comercios que perdieron una buena parte de la época navideña para recuperar pérdidas o prosperar. Están a punto de arruinarle sus fiestas navideñas a la gente. La inestabilidad que ello genera, el clima de desconfianza que se acrecienta, el retrato de un país anárquico que se transmite al mundo, va a cargarle la factura al pueblo hondureño. De eso nadie se salva.

La vaina es que los más vulnerables son los que más padecen, cuando suben los precios de los artículos de primera necesidad por el desabastecimiento; cuando se encogen los mercados por falta de suministro y los consumidores no encuentran cómo abastecer las mínimas esencialidades en sus hogares. A lo interno va a costar que los empresarios tengan ánimo de expandir sus industrias y sus comercios. Sin el ímpetu de la iniciativa privada no hay generación masiva de empleo. Lamentable, si ahora con el resguardo de las fronteras en los Estados Unidos, los compatriotas que no encuentren trabajo no podrán ir a buscarlo a ese lugar. Si crece el auge de las deportaciones mayor será la masa de desocupados y la necesidad nacional de generar fuentes de trabajo. ¿Quién piensa que esta calamidad ayude a la generación de fuentes de empleo? Si se complica el clima adentro, la esperanza sería recurrir a los de afuera. ¿Qué espacio queda para ese propósito? No va a ser fácil, después de los saqueos, de las trancas en las carreteras, las erupciones violentas, convencer a extraños que este sea un paraíso ideal para venir a invertir. Volver a motivar inversionistas es cuesta arriba. Habría que mostrar que el país ha recuperado su estabilidad política e institucional. Los inversionistas, tanto locales como extranjeros, ocupan que les definan las reglas del juego. El primer requisito que exigen es que haya confianza para hacer sus inversiones. Confianza en la economía, pero más la confianza que les garantice que no les van a cambiar las reglas a medio camino. Cada vez que el gobierno se reúne con empresarios, más que solicitar incentivos o estímulos –que también ocupan porque tienen que soportar una pesada carga impositiva que les eleva los costos de operación y los saca de competencia– insisten en que se establezcan las reglas.

Que garanticen que su inversión no estará sujeta a los vaivenes de decisiones caprichosas. Que hoy es una cosa y que mañana será la otra. Que les permita hacer un plan y programar sin que a medio camino se encuentren con que otras son las circunstancias. La confianza es la base del bienestar de los mercados. Si los empresarios nacionales tienen que quedarse en el país porque no hay otro lugar donde ir los de afuera son más escrupulosos. No vienen si no hay seguridad que el capital destinado al proyecto que emprendan no será una aventura financiera sometida a riesgos de la inestabilidad. Así que esta tarea de convencerlos de nuevo que el país puede garantizar estabilidad, que lo que inviertan no será malogrado, tomará su tiempo.