La salud mental se ha convertido en el nuevo feminismo

Explotado hasta la saciedad por marcas y medios de comunicación, ¿corre el tema de la salud mental el riesgo de perder su sentido?

Sabes que algo va mal en los medios cuando los emails que recibes de Google Alerts empiezan a mostrar más resultados de «ansiedad» que de «calentamiento global» o «terrorismo».

El cambio se inició en diciembre de 2014, con una telemaratón benéfica organizada por The Guardian para recaudar dinero para organizaciones que promueven la salud mental. La primavera siguiente, VICE dedicó una serie especial de artículos al mismo tema, y a finales de 2015 ya eran numerosos los medios que se habían sumado a la tendencia.

Durante todo el 2016, la preocupación por la salud mental parecía haberlo invadido todo. Las palabras «ansiedad» y depresión» empezaron a aparecer en titulares aparentemente no relacionados con esos términos, y pronto el primero de ellos se comenzó a utilizar para describir todo un abanico de síntomas: «ansiedad laboral», «ansiedad en el orgasmo», «ansiedad al volante», etc.

Varios meses después, ya había modelos de contenido desechable establecidos: listículos de gente contando su lucha contra las enfermedades mentales, relatos de éxito, reflexiones de personajes famosos sobre el tema y el que posiblemente sea el formato más reductivo e inútil de todos: «¿Puede el yoga / el zumo de apio / el sexo / la dieta sin gluten / cambiarte de país ‘curar’ una enfermedad mental?».

Hay que reconocer que gracias a la difusión masiva se han logrado avances hasta ahora impensables: además de aumentar la sensibilización sobre las enfermedades mentales, se ha logrado reducir el estigma que llevan asociado y hoy día internet está repleto de recursos útiles para quienes las padecen. Las campañas dirigidas a los hombres, en concreto, han sido especialmente importantes. Y por si todavía hubiera dudas: ahora las enfermedades mentales están de moda. Y menos mal, ya que este nuevo enfoque ha venido a llenar un vacío que debía haberse cubierto hace décadas.

Han pasado unos cuantos años desde que se produjera esa beneficiosa explosión mediática y ahora parece que el ambiente de la salud mental se está contaminando con ruido de fondo. Muchos sitios web ávidos de clics publican contenido superficial carente de toda utilidad y los medios hacen refritos de las mismas historias en primera persona. La salud mental se ha convertido en el tema estrella, en un recurso cultural más para captar la atención. Un ejemplo de ello es la portada de NME de hace unos días, en la se citan las palabras de Stormzy en una entrevista sobre la depresión que concedió a Channel 4. El artista asegura que la revista en ningún momento le pidió permiso para hacer la portada, en la que se dice que ahora —en 2017, cuando todo el mundo lleva ya varios años haciéndolo— es «el momento de hablar» de la depresión.

 

Hoy día parece habitual airear los problemas mentales de los famosos en entrevistas y sitios web, cuya única intención es rentabilizar sus declaraciones y generan llamativos titulares, como los que anuncian a bombo y platillo que Emma Stone tiene ansiedad o que Selena Gomez tiene depresión.

Inicialmente, puede resultar un alivio saber que las celebridades también tienen los mismos problemas que nosotros, pero a la larga este tipo de noticias cansan, muchas veces son medias verdades y, en cualquier caso, no hacen ningún bien a nadie. Algo muy similar pasaba hace cinco años, cuando parecía que en ninguna entrevista a una mujer famosa podía faltar la pregunta de si eran feministas, con el único fin de suscitar una respuesta digna de titular de portada.

Si saber que una celebridad sufre depresión anima al lector a hablar abiertamente de su lucha diaria, fantástico. Pero quizá hemos llegado a un punto de saturación máxima provocada por el uso constante de los mismos formatos básicos para «sensibilizar a la población». Como consumidores —y también como productores—, deberíamos adoptar una actitud crítica respecto al discurso en torno a la salud mental, qué voces pronuncian dicho discurso y qué motivos tienen.

La primera pregunta que debemos plantearnos es: ¿qué significado tiene, hoy día?

La inmensa mayoría del contenido mediático sobre salud mental hace referencia a mujeres blancas —como yo— con ansiedad y a hombres blancos con depresión. El mundo se divide en dos categorías. Sigue habiendo segmentos muy poco representados, como la clase trabajadora o las personas de color, y se suele incidir principalmente en los trastornos del estado de ánimo, que son importantes, por supuesto, pero representan solo una porción de los problemas de salud mental que afectan a la población general.

Por otra parte, últimamente la salud mental parece haberse convertido en una especie de bien comercializable, un sabor del mes a disposición de las marcas. El problema es que en el momento en que entran en escena las marcas, la salud mental se desvirtúa. Los contenidos de marca sobre la depresión o la ansiedad suelen consistir en historias de recuperación explicadas por sus protagonistas con la mirada lánguida puesta en la cámara. Suelen ser casos de ansiedad o depresión, pero nunca de dolencias más a largo plazo, como el trastorno bipolar o la psicosis, menos interesante mediáticamente.

Podríamos establecer un paralelismo con el feminismo. Desde el momento en que las marcas pusieron el ojo en el movimiento feminista, sus campañas contribuyeron al surgimiento de un tipo de feminismo de clase media no interseccional muy específico que culminó en el hartazgo del público en general. ¿Qué ha logrado cambiar? Poco, a la vista de los datos: la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 13,08 por ciento; en lo que llevamos de año, ya son 20 las mujeres asesinadas por violencia de género, y el Día Internacional de la Mujer de este año se informó de que el número de directoras generales en las empresas de Fortune 500 había caído más del 12 por ciento.

En lo que respecta a la salud mental, ninguna de estas muestras abiertas de aceptación se han traducido en cambios reales. Los medios prosiguen con su modelo de pago piramidal, según el cual los que están en la cúspide ganan mucho más que la mayoría de los que están por debajo y se ven obligados a trabajar durante jornadas extenuantes y con contratos temporales. Las revistas para mujeres se suman a la causa de las enfermedades mentales a la vez que siguen proyectando ideales muy alejados de la realidad y mensajes contradictorios como «Ten un aspecto saludable» y «Pierde peso».

Hemos topado con un muro. Para empezar, la marea de contenido sobre enfermedades mentales está en riesgo de acabar siendo impenetrable, y el uso abusivo e incorrecto de términos como «ansiedad» puede hacer que acaben perdiendo todo el sentido. «Sensibilizar» y «eliminar prejuicios» son verbos que quedan genial en contenidos de marca y publicaciones, pero ¿sirven realmente de algo?

«Por una parte, se ha demostrado que ofrecer una imagen positiva de las personas con problemas de salud mental fomenta una actitud más tolerante y anima a quienes los sufren a buscar ayuda», explica en un mail Jenni Regan, de la asociación benéfica estadounidense Mind. «Pero también es importante que haya servicios de ayuda a los que estas personas puedan recurrir. Los servicios de salud mental que ofrece el Gobierno estadounidense han sufrido importantes recortes a lo largo de estos años, coincidiendo precisamente con un aumento de la demanda. Y cuando esas personas no reciben la ayuda que necesitan, hay consecuencias».

Regan opina que, si bien la cobertura mediática de trastornos como la ansiedad o la depresión ha sido adecuada, se han dejado de lado muchas otras dolencias. Según datos de una investigación de noviembre de 2016 llevada a cabo por Mind, por ejemplo, tres de cada cinco personas creen que los medios de comunicación tienden a ofrecer una imagen más negativa de las personas que sufren esquizofrenia que de aquellas que padecen otros trastornos mentales; asimismo, el 45 por ciento de los encuestados afirma que el individuo esquizofrénico suele retratarse como alguien peligroso en los medios.

La empatía, la capacidad de comprensión y la confianza en la ayuda del entorno del paciente son vitales en lo que respecta a la salud mental, pero también son rentables políticamente. Al repetir constantemente el mantra «Es el momento de hablar de ello», no hacemos sino minimizar el papel que debería estar desempeñando el Gobierno. Hay un límite de peso impuesto por el neoliberalismo que el individuo es capaz de cargar.

En esto último coincide Ramona McCartney, de la organización para la lucha contra la austeridad The People’s Assembly. «Aunque es muy positivo que se dé más visibilidad a los problemas de salud mental, es preciso que abordemos el origen de estos problemas o la situación empeorará», agregó. «El Gobierno no solo ha recortado en materia de salud mental, sino que han empeorado la calidad de vida y las condiciones laborales. Por tanto, para empezar a hablar en serio sobre salud mental, el Gobierno debe asumir su parte de responsabilidad».

Hablar sobre salud mental es útil hasta cierto punto, pero hace falta más: más presión sobre el Gobierno para que destine más recursos; más indignación cuando se desvían presupuestos destinados inicialmente a servicios de salud mental (800 millones de libras en Reino Unido, por ejemplo). Debemos canalizar las energías hacia todas esas personas a las que el discurso predominante sobre salud mental ha relegado al olvido, «sensibilizar a la población» sobre las comunidades y minorías en las que queda mucho por hacer.