POR MEJORES SENDEROS

HOY por hoy la República de Honduras se encuentra sobre una fea encrucijada, y los mejores hondureños, sean empresarios, campesinos, intelectuales, oficinistas, pequeños comerciantes, obreros, profesionistas, estudiantes, becados, jubilados, religiosos, activistas y políticos, deben poner sobre el tapete de la mesa nacional sus mejores intenciones, en procura de encontrar un camino que sea favorable para todo el conglomerado nacional. En los cuatro puntos cardinales. De antemano se debe anticipar y destacar que el derrotero de la bienaventuranza solamente es posible por el sendero de la paz y la concordia, sin derramamiento de sangre de ninguna de las partes. De ningún individuo. De ninguna colectividad.
No es fácil. Pero “querer es poder”, según un dicho popular de antaño. La voluntad de estructurar un mejor destino para todos los hondureños, está por encima de las ansiedades transitorias del ambiente. O de los proyectos de figuración inmediatista en que a veces naufragamos por leer la realidad equivocadamente; o por caprichos innombrables difíciles de desentrañar. Pero ocurre que hasta la más humilde ama de casa, desea que al salir de compras, por la calle, nadie le obstaculice el paso ni con gritos desacostumbrados ni con amenazas inauditas. El más humilde pulpero desea abarrotar de comestibles su tiendita con el fin de que los vecinos se alleguen sin temores y complicaciones a realizar el intercambio elemental. El verdadero estudiante proyecta finalizar sus clases para alcanzar el sueño de graduarse que anhelaban sus padres y abuelos. Los trabajadores de diversos niveles exigen que se les permita llegar a sus centros de labores y retornar a sus casas sin ninguna dificultad. Los operarios de los taxis y los autobuses sobreviven, ellos y sus parientes, con “aquello que consiguen cada día”.
Lo contrario de todo esto, es decir, del normal desenvolvimiento de la vida cotidiana, es repudiado desde el fondo del corazón por todas las personas civilizadas y honorables de nuestro país, o de cualquier país del mundo, que son de hecho las grandes mayorías. Puede haber momentos de euforia atrapadora. Y mucha gente puede enrolarse fugazmente. Pero al final de la jornada la realidad exige que las cosas retornen a sus cauces normales, al margen de la anarquía con sentido o sin sentido. No se puede ni se debe estar jugando con el destino de todos los hondureños, en nombre de subgrupos y de consignas históricamente desfasadas. Tampoco se debe mezclar el odio visceral en el proceso de construcción de cualquier sociedad. La historia enseña que para desarrollarse se requiere de cierto orden, de un ancho margen de libertad y de cierta racionalidad económica, sin aislamientos autárticos peligrosos.
Aquellos que desean incendiar a Honduras, en caso que los haya, caminan en dirección contraria a los deseos más íntimos de la hondureñidad. Ningún hondureño que realmente ame o se interese por su país, podría estar planeando el enfrentamiento sangriento entre los unos y los otros. Las guerras fratricidas sólo traen muerte, desolación, injusticias, hambrunas y atraso, con heridas difíciles de restañar entre los mismos hermanos.  Así lo ha demostrado la historia, aquí mismo, en Honduras, y en otras regiones del planeta, tanto en el siglo diecinueve como en el veinte. Pretender repetir los errores terribles del pasado, es ansiar la tragedia y las tinieblas. Es, al final de cuentas, odiar a Honduras y a todos los hondureños, incluyendo a los “correligionarios” de cualquier facción. Este es el momento apropiado para la reflexión profunda, y para medir en consecuencia cada uno de nuestros pasos, en la búsqueda de los mejores senderos sustantivos para el bienestar de las viejas y de las nuevas generaciones de catrachos.