Ante la muerte de Manuel Gamero

Por Ricardo Alonso Flores

Hace pocas semanas lo encontré, sin imaginar que sería la última vez que conversábamos y como siempre hablamos de cosas generales y cómo no de temas periodísticos, mundo del que se había retirado por circunstancias ajenas a su voluntad.
Tuve la suerte de conocerlo en México a finales de los años cincuenta, cuando él cursaba Derecho en la UNAM y yo me iniciaba en las Ciencias Políticas. Siempre noté su inclinación por la cultura y mientras otros se divertían en los teatros de revista o en los alegres salones bailables como el ESO en el centro de la ciudad, él frecuentaba el Palacio de Bellas Artes.
Lo volví a ver en Managua, cuando él trabajando para el Diario La Prensa, cubría una exposición de ganadería que se celebraba en la capital nicaragüense.
Entre los asistentes estaban don Héctor Callejas Valentine, Antonio Losada Montes, Roberto Ramón Castillo y varios ganaderos centroamericanos. Debo decir que su claridad para explicar situaciones como la crisis del Mercado Común, la recién pasada confrontación entre Honduras y El Salvador, concitó la atención de todos y fue una especie de conferencia al lado de la piscina del hotel.
Cuando se funda Diario Tiempo en San Pedro Sula, es nombrado director, cargo que ocupó hasta la desaparición del periódico. Eso motivó que en los primeros días se trasladara a San Pedro Sula, donde permaneció por algún tiempo.
Trabajando yo en el Diario La Prensa, no fue inconveniente alguno para continuar con la amistad y más bien se fortaleció, cuando coincidimos en San José de Costa Rica para asistir a la Asamblea General de la ya extinta Asociación de Periódicos de Centroamérica, ocasión que aprovechamos para ver en el Teatro Nacional la famosa obra de García Lorca, Bodas de Sangre, con el famosísimo Antonio Gades, uno de los grandes bailarines clásicos de España.
Al día siguiente se le presentó una emergencia y no pudo continuar en las sesiones, regresando a Honduras, no sin antes, haber delegado en mi persona el voto que le correspondía ejercer.
Era una muestra de confianza y amistad que siempre valoré. Tenía una redacción sumamente clara y cuando le tocaba ironizar lo hacía con suma elegancia. Me tocó leer en uno de sus artículos la frase que Honduras era el país del “no conviene” y daba razones válidas para creer en su afirmación.
Cuando tenía que confrontar lo hacía sin dudar y en una ocasión dijo que sí a una confrontación ante la televisión con el entonces canciller Edgardo Paz Barnica. Posteriormente fuimos varios los amigos que tratamos de retraer a uno y otro de ese duelo verbal, en el que Paz Barnica llevaría la peor parte porque un periodista tenía todas las ventajas y podría atacar más. Finalmente pudimos disuadirlos esgrimiendo razones que fueron escuchadas por ambos.
Con Manuel se va un periodista culto, inteligente y sobre todo muy decente, porque nunca sucumbió a los ofrecimientos que con tanta frecuencia tientan a muchos. Eso no sucedió con el colega y amigo.