El desencanto y la atracción

Por Juan Ramón Martínez

Los juicios que se hacen sobre la realidad, tienen tres modalidades. Unos, desde la ética de la responsabilidad; no son fotográficos o testimoniales de ella; presentan alternativas. Otros, militantes que escriben, usan su talento para instrumentalizar, desfigurando los hechos y alterando la lógica de las cosas. Y otros, activistas en campaña; buscan el éxito, acomodándose al realismo oportunista de situarse en posiciones fáciles, buscando respaldo popular. Los primeros, se someten a la ética de la responsabilidad, permitiendo incluso el cuestionamiento teórico de sus reflexiones, facilitando la criticidad constante de sus análisis. Por ello, creemos, en este período tan singular que vivimos, conviene releer a Weber para intentar una exégesis de los hechos después del 27–N. Usando el primer paradigma crítico, –el de la ética de la responsabilidad–, hay que diferenciar, metodológicamente, las desordenadas fuerzas estructurales, que se han venido encima por falta de cuidado y mantenimiento; del comportamiento de los líderes y las actitudes que la población tiene frente a cada uno de ellos. En este caso, el desencanto con JOH; la atracción apasionada, irracional que despierta Salvador Nasralla, y la falta de conexión entre el electorado joven y la masa tradicional del Partido Liberal, con Luis Zelaya.
No hay duda que la mayoría está contra JOH. Se percibe un desencanto que nos parece inexplicable, por lo menos hasta ahora, frente a su figura; ante el desempeño de su gobierno y sus propuestas futuras. Buscando explicaciones podríamos anticipar –sujetas a la prueba, no como verdades inexorables–, que hay un rechazo extrapersonal por la mayor parte de los que votaron en contra del candidato del PN. La oposición a la reelección, es factor que disparó el desencanto. Pero, además, se dirige a su gestión administrativa, más complejo de explicar. En primer lugar, hay que prestarle atención al centralismo de un modelo de gobierno asfixiante, en que todo, día a día, ha terminado en manos de la administración pública, en perjuicio de la iniciativa de particulares, lo que ha molestado a muchos. En segundo lugar, la búsqueda del éxito electoral, desbordó muchos comportamientos de los activistas que, hirieron el sentimiento y la sensibilidad de importantes capas de los votantes. En tercer lugar, el ajuste económico impulsado por el FMI, empujó al gobierno de JOH a sacrificar a la clase media. Y en cuarto lugar, el Partido Nacional, no le dio a JOH, en su candidatura presidencial –como tampoco lo está respaldando ahora– todo el apoyo que este había esperado. Las cifras lo confirman.
Nasralla en cambio, tuvo la habilidad de atraer para sí –en la medida en que se volvió el más fuerte crítico de JOH– todo el desencanto y el rechazo al Presidente nacionalista. Además, logró que los segmentos nuevos de la población, las generaciones más jóvenes, poco comprometidas con el futuro y que solo buscan el éxito fácil, vieran en su figura antisistema, el líder con el que creen, en un espejismo terrible, que les llevará a la tierra prometida. De manera inmediata, sin sacrificio alguno. Por ello Nasralla, volvió invisible a Luis Zelaya.
Este prisionero de sus debilidades, muchas de ellas ancladas en desconocidas competencias rectorales, sin valor electoral, no pudo conectar con la población desencantada con JOH; con los liberales situados más a la derecha de sus posturas. Y menos, con las nuevas generaciones de votantes. Si JOH fue objeto del rechazo, Nasralla de la atracción. Zelaya, tan frágil e inconsistente, no fue percibido siquiera por los votantes, más allá de los conquistados en las elecciones internas.
Ahora, frente a la crisis –que puede comprometer la estabilidad del país– tanto Nasralla como Zelaya y JOH, están sometidos a la ética del compromiso con sus posturas y la búsqueda del éxito.
Por ello, son resistentes a la rectificación y tienen diferente compromiso con el futuro del país y la paz. Por supuesto, en grados diferentes. JOH, por su investidura, apela al respeto de la ley, la aceptación de los resultados y la felicidad del pueblo. Nasralla, animado por el autoafecto, se niega a imaginar que haya algo más importante que sus propias satisfacciones. No ve el futuro. Zelaya, es inconsciente. No percibe las oportunidades siquiera.
JOH, obligado, debe escoger entre seguir haciendo lo mismo; o cambiar. Para mejorar su situación y gobernar.