LAS LUCHAS EMBLEMÁTICAS

LO recomendable es que se sienten a platicar. Que se apuren los convocantes de ese diálogo a hacer el llamado formal y echarlo a andar. Que traigan al chaperón de afuera lo antes posible –si aquí, ante la pobre autoestima y la falta de orgullo patrio ya llegaron al triste convencimiento que hasta la confianza hay que pedirla prestada al exterior– y arranquen de un solo. La instalación del nuevo gobierno –les guste o no– es un hecho consumado. Pero con el país partido no se va a ningún lado. Se ocupa de todos para avanzar. Lo que legitima el poder es la consonancia con el interés colectivo. Los grupos opositores intentaron frenar la instalación sin mucho éxito. Tampoco evitaron que se eligiera directiva del Congreso Nacional. Ofrecieron que 400 mil almas llegarían a sitiar Tegucigalpa para rodear el estadio Nacional e impedir la toma de posesión y no vino tanta gente. Ni hubo parálisis nacional. Lo mismo de otras veces. Algunas escaramuzas de bloqueo de carreteras y los bochinches hasta que los uniformados llegaron a dispersarlos con gases lacrimógenos. Los paganos de los disturbios, los negocios aledaños, como si con eso fueran a provocar un cambio ideológico y estructural del estatus imperante.
Si bien las protestas son la expresión democrática de todo reclamo, y los bandos opositores tienen todo el derecho a movilizarse sin represión, la procesión debe hacerse en forma pacífica porque el pillaje, la destrucción de propiedad pública y privada –donde a veces inocentes son los que terminan pagando el real del mandado– a nada conduce. Las luchas emblemáticas, si a eso nos vamos, que han provocado cambios sustanciales en sus países de origen son las de Mahatma Gandhi y de Martin Luther King. Y esas fueron de resistencia pacífica dándole la espalda a la violencia. Ellos demostraron que el liderazgo es aquel donde se convence por medio de la palabra elocuente y el ejemplo. Con cuotas de sacrificio personal, como igual ocurrió con Nelson Mandela quien salió de años de reclusión en las ergástulas penitenciarias, no a proferir odio contra sus encarceladores, sino a reconciliar su país. Aunque quizás esos espejos sean aspirar muy alto; hasta soñar despierto con hazañas imposibles, dada la pobre calidad de la clase política del país. Solo son parámetros para que sopesen, los que todavía poseen rescoldo de sensatez, en lo que hace las diferencias trascendentes. Qué podríamos esperar, si hemos venido sufriendo el deterioro de tantos valores, en todos los campos, hasta en la calidad de liderazgos como del peso específico de las figuras políticas.
Sin embargo, la política no se acaba con esta toma de posesión. Quienes reclaman debiesen reflexionar sobre sus activos hacia el futuro, ya que algunos de ellos, aún en la adversidad, salieron ganando en esta contienda. Ello es si reflexionan con mediano raciocinio en la esencia de lo obtenido para no deshacerlo con conductas impulsivas, improvisadas e infantiles. Otros no. Lo que consiguen es demasiado volátil sujeto a la coyuntura. A la atmósfera confusa del momento. Y cada vez podrían ir perdiendo lo que temporalmente se agenciaron, en la medida que la gente vaya rechazando la agitación y anhele estabilidad. Por interés propio de mantener sus trabajos, de no interrumpir lo que les da de comer todos los días, por tener en su vida cotidiana la tranquilidad y el sosiego para sí mismo y sus familias. La gente se va aburriendo de los relajos. Pueden muchos no estar a gusto e incluso descontentos. Pero eso no le representa bienestar alguno sino interrupción de sus vidas. No se puede tener a un país de escaso desarrollo económico y social, tan necesitado de tantas urgencias, alterado de esa forma. Demasiado tiempo ha perdido Honduras en turbaciones de distinta naturaleza. Así que mejor platiquen y lleguen a entendimientos civilizados sobre los que se pueda construir esperanza.