No todos somos periodistas

Por Aldo Romero
Periodista y catedrático universitario

Con la influencia del Internet, que cada día va tomando mayor protagonismo en la sociedad, se despierta en diversos sectores, particularmente aquellos ligados a las plataformas digitales, el dilema profesional de pretender que por el simple hecho de convertirse en un agente de divulgación se debe ser de inmediato considerado como periodista.
Es claro que el Internet cambió los entornos, generó nuevos espacios y nuevas oportunidades, el profesional parece ir quedando relegado en un segundo plano, en la red no hay distribución de funciones, tampoco revisión de contenidos y mucho menos jerarquización de datos, el simple hecho de publicar un mensaje y/o viralizarlo hace que el ciudadano adquiera la condición de informador para quienes quieren leerle, verle, escucharle e interactuar con él.
Analizando con detenimiento esta nueva realidad, y en contradicción con lo que ya se ha dicho a nivel internacional, el periodismo no es una actividad profesional a la que pueda dedicarse cualquier persona por el simple hecho de que le guste o le parezca fácil, la tarea periodística no es simplemente la de un emisor de mensajes sin forma y sin fondo, requiere de un alto componente de rigor intelectual y científico.
Tomando como fundamento los planteamientos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el sentido de calificar la información como un derecho humano, y la no obligatoriedad del grado profesional para el ejercicio del periodismo, vale la pena reflexionar en que nadie puede ejercitar este derecho humano si no es para informar con justicia, con honestidad y en el marco de los cánones éticos.
En esta era global, el periodismo es quizás una de las actividades profesionales con mayor incidencia de infiltración y manipulación, no solo por la visible presencia de políticos metidos a propietarios o directores de medios de comunicación que son utilizados como herramienta de poder, o de grupos particulares interesados en crear una especie de “prensa paralela” dedicada a la producción de noticias falsas, con el objeto de debilitar la credibilidad de los medios y de los periodistas serios, responsables y comprometidos con el bienestar del país.
Por supuesto que a nivel de gremio es importante reflexionar en el rol social de la profesión, la sociedad exige un periodismo ejercido por buenas personas, orgullosos de su profesión, apasionados por la verdad, autocríticos, independientes, de compromiso social, abiertos a nuevos conocimientos, con alto sentido de su misión profesional y que mantengan intacta su capacidad de encontrar la noticia, donde parezca que no la hay.
Sergio Martínez Mahugo, reconocido profesor e investigador de periodismo en la era del Internet, plantea que producto de una preocupante degradación, el periodismo va perdiendo la credibilidad y confianza de una audiencia que ante el enojo generalizado ya aboga por arrinconar al periodista y ocupar su lugar.
Ante este panorama, al buen periodismo solo lo puede salvar la profesión, y es aquí donde la academia juega un papel trascendental, promoviendo desde las aulas universitarias una profesión que privilegie la transparencia y la calidad de la información en beneficio de la comunidad a la que sirve.
Para reinventar el periodismo habrá que comenzar por comprender que nuestra actividad es fundamental e imprescindible para el desarrollo social, transicionar a lo que Martín Caparrós denomina el “periodismo mutante”, que no renuncia al proceso de buscar, mirar, escuchar y contar, que siga siendo el “perro guardián” de la democracia y que lucha por el bien público.
Por otro lado es necesario reasignar nuevamente el papel que a cada quien le corresponde, y en el caso de la información, solo el profesional, debidamente titulado y acreditado, puede estar a la altura de las exigencias, así como la medicina es para los doctores y las leyes para los abogados, el periodismo es para los periodistas.
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