Cuatro disidentes mayores

Por: Óscar Armando Valladares
“Los desposeídos… están ahí con  la simplicidad de una fuerza mayor”.  Roberto Sosa
A decir verdad, no se requiere ser historiador, filósofo, académico o cualquier otro oficio -de grado o autoasumido- para ver y entender a ojos vista lo que acontece en la Honduras dual que anida en las 18 porciones: pudiente y minoritaria, una; paupérrima y numerosa, la otra.  Basta un sano entendimiento y no dejarse embaucar con los cantos de sirena del medio oficializado, del que miente más que habla.
Cuatro señores de canas y bordón, sentados en  sillas del IHSS, le entran a la conversación mientras esperan -en larga fila matutina- llegar a la ventanilla farmacéutica deseosos de recoger el pan no harinoso de sus medicamentos.  El que estas líneas emborrona, en copia del fisgón Larra, el célebre Fígaro madrileño, perfecciona la membrana auditiva, al tiempo que en la misma hilera aguarda con análoga esperanza que le confieran -sin dorarle la píldora- las píldoras de su receta.
En el lenguaje que emite a ratos bruscos giros chocarreros y punzantes ironías, los dones de por sí desconocidos peroran sobre el duro estado nacional, nunca otrora tan severo: de los hijos y nietos sin empleo, a causa de esos hijos de p…; de la violencia puñetera que menudean los periódicos; de los foros en la tele con inquilinos que ya “rayan”; de los manudos del fisco que a manos llenas “huevean”; de la “robancina” del  “Seguro” que nos “tiene más fregados”; de tanto niño “baldío” debajo de los semáforos; del repetido “se vende” o “se alquila” que cuelga en los edificios; de los hombres y mujeres que rebuscan “cualquier cosa” en los drones de basura; de la dejadez que convive en las pobladas barriadas, en donde “Papi a la orden” brilla solo por su ausencia; de la canasta familiar y  los servicios públicos -luz,  agua, transporte- por encima de las nubes; de las ventas de comida que aparecen día a día en “esas calles de Dios”; de la reelección “piruja” y del “chanchullo” que malogró la votación; del tal peruano Mayor que botaron del país y del Almagro que en Caracas quiere “volarse” un chato maduro;  de la oposición que tira “manotadas de ahogado”; de los partidos chiquitos que viven de la “guayaba”; del “fuera JOH” de los puentes y paredes; del religioso “apechugado” en costosas comisiones… En suma, una carga enunciativa de lo que sienten, piensan y explayan los “acabados”, las víctimas del desamparo.
No dejan de sorprender -cuando se es testigo audiovisual- los diálogos coincidentes y el crecido despertar del hondureño común, a pesar de los pesares.  Sorprende corroborar el nimio respeto que le merece el poder, el bajo nivel de apoyo popular que este posee a causa de una gestión inútil socialmente, al contrario del paisaje venturoso que le pinta “don dinero” y con que busca cubrir su falta de eticidad.  Sorprende en menor cuantía, el raquítico interés y la despreocupación que a la fecha le infunde -sin saberse a qué se atiene- el ruidoso y, más aún, el callado descontento acumulado, al que suele dirigirse con palabra increpadora o intimidarlo con la bala que suprime.
Aquellos cuatro caballeros otoñales de tambaleante salud, mostraban a su sabía manera los lunares del día, incluso con vocablos blasfemos -que a su solo enunciado reprocharía la hermandad pacata-.  Uno a uno ejemplariza que de la adultez mayor -de aquella que sudó la gota gorda- es posible tomar lecciones de dignidad y de emulativo coraje, distinto de los que en el camino malamente enriquecidos cedieron las honradas banderas o los que con decoro liliputiense han transitado de la juventud al cercano ataúd, dando malos consejos y, en similar medida, dando malos ejemplos.
Para ellos -Pérez, López, Martínez, Ramos o como se singularicen sus comunes apellidos, el recuerdo del que tanteó sus enconos, con discreto asentimiento; que entrevió en el de gafas gastadas un ejemplar de LA TRIBUNA bajo el arco  del sobaco y en el de más empaque el libro condensado de “Las mil y una noches”. ¿Le ajustará el tiempo al grupo veterano para ser partícipe de un cambio en el país? ¡Difícil si se alarga la espera! Más probable es que hijos y nietos provean y aprovechen ese logro mediano y perfectible. “¿No veis que hasta las piedras ceden al poder del tiempo, que las torres más altas llegan a caer y que las rocas se desmoronan?”. (Lucrecio). “No hay nada hecho por la mano del hombre que tarde o temprano el tiempo no destruya”. Cicerón.