Siempre con la puerta cerrada

Manuel Aguilar Palma
Caminando por nuestros poblados, uno se encuentra con curiosidades que definitivamente deben  considerarse, como parte de las costumbres, por ende, como segmentos  de nuestra cultura, que forman retazos  de nuestra identidad nacional, así en tiempos pretéritos,  fue muy común  encontrar los hombres bien protegido su cabello  con un elegante sombrero extenso, de alto precio, para el momento histórico, generalmente caminando por aquellos senderos de nuestra campiña  o   cabalgando en elegante bestia mular, pistola al cinto, que impresionaba a los jóvenes, del sexo opuesto hoy, de este medio de trasporte, hemos pasado al vehículo de trabajo, o bien, al de mucho lujo y comodidad.
También he observado otras costumbres, como el hecho de mantener las puertas principales de las viviendas, totalmente abiertas,  costumbre  ancestral en  nuestros pueblos,  en nuestros recorridos  por el interior del territorio nacional, he observado que esa costumbre se mantiene, con algunas singularidades, como es el caso de ciudades como  Comayagua, donde permanecimos por algunos años, ejecutando labores de procuración para un organismo estatal, donde era muy corriente  ver  en el centro de la ciudad, cerradas las viviendas, pero ya un poco adentro de la ciudad en los barrios y aldeas era  muy corriente encontrar  viviendas totalmente abiertas, como en espera del visitante.
A pesar de haber pasado algunos años, todavía guardo gratos recuerdos  en mi mente cuando, ejecutando labores agrícolas, de ganadería, por aquellos poblados  del sector sur del país, en el camino, desmontábamos  del brioso caballo, moro,  y entrábamos a la vivienda,  de nuestro paso,  expresando desde el lumbral de la casa, las consabidas palabras de: buenos días, o buenas tardes, que era contestado desde el fondo  de la morada  con voz suave, dulce como la miel, en  iguales términos,  por una joven  de elegante porte  y exquisita conversación; desde luego, que  en ningún momento dejábamos de  saborear el tradicional café, en grano, acompañado del pan de casa, cocinado en nuestros ancestrales,  instrumentos de barro.  Particularmente  guardo imborrables  recuerdos y afectos por Carmela, una dulce  señora, hacendosa, siempre de paso lente y de mirada de un colibrí, que ha nuestro paso, inmediatamente que llegábamos nos extendía el blanquísimo mantel, sobre su meza-comedor  como una expresión, de su limpio corazón, con abundante  bebida y comida, que nos hacía recordar la vieja tradición de nuestros poblados, donde  nadie que llegue de visita, debe irse con el estómago vacío.
Caminando por el mero  corazón de la capital, me reencontré  con una vieja educadora  ahora jubilada, que ejerció la docencia  por muchos años en el área rural y platicando de sus experiencias, me contó cómo ella, hasta que llegó por aquellos lares, supo de tortilla de maíz caliente, del tamaño del comal, de la sopa de frijoles, con carne de “guasalo”, como de otras  comidas, que no  conoció en su lugar de origen. Generalmente en todos estos lugares donde no se comía tortilla, ocupaban como sucedáneo al plátano o al pan. Luego profundizando más en la conversación,  me expresó, pero la vida de nuestros  pueblos es tranquila, barata, -quizá para aquellos tiempos pensé- y agregó:  todo  mundo con las puertas abiertas, repartiendo saludos a todos sus vecinos con alegría y cariño, qué bonito  expresó para finamente agregar, pero que allá por su pueblo, habían algunas personas que siempre estaban  con la puerta cerrada, pocas veces los saludé, porque siempre  cerraban la puerta y para su conocimiento eran parientes suyos,  y luego nos despedimos con una fuerte sonrisa y abrazo.
Ya en casa reconfortado por una agradable taza de leche reparé en ese hábito característico  de los parientes, que confieso no lo conocía. De mantenerse con la puerta a media  hoja o totalmente cerrada, toda  la vida. Hábito que también conservaba la familia  Casco,  que solamente abrían sus puertas cuando tenían una visita,  generalmente los Espinoza, que llegaban desde esta  capital.
En los años sesenta, con la creación de las llamadas “colonias  residenciales”, y  más tarde con el advenimiento  desafortunadamente  de la delincuencia ya no solo se mantiene la puerta  cerrada, para no relacionarse con el vecino, al cual muchas veces ni se conoce  sino que, se mantiene sellada la vivienda, con sofisticados portones de hierro, para impedir cualquier ingreso, y hasta para que no lo vean.
Entre tanto, usted apreciable lector, con cuál se queda, con los de las puertas   abiertas  o con los de las puertas siempre cerradas?
Periferia de San Miguel de Heredia