Manuel Gamero Durón In memoriam

Por Óscar Aníbal Puerto Posas
Me ha sido muy difícil aceptar su muerte.
Más que un amigo fue algo así como un hermano mayor, al que mucho se le respeta. A quien se consulta en momentos de duda y de quien se aprende a través de la conversación.
¿Cómo olvidar su silente persona el 19 de agosto de año 2000? Fue el día de la muerte de Conchita Posas, mi madre. Me dijo palabras muy sentidas, que reconfortaron mi alma. Hasta donde cabe, en tan tristes circunstancias.
Gamero fue un caballero, en la amplia extensión del vocablo. Procedía de una ilustre familia de Danlí. Las letras fueron su quehacer intelectual favorito. Con eventuales incursiones en otros campos: la diplomacia, que ejerció en México: Secretario de la embajada de Honduras y, a la vez, cónsul general. En la patria de Cuauhtémoc, hizo muchas amistades. Frecuentó librerías. Estudió Derecho en la UNAM. Se las ingenió –me contaba- para conocer al gran poeta Jacobo Cárcamo. Lo encontró tras azarosa búsqueda, pobre, tísico y sordo. Y aún así, conversaron mediante el papel. En Anáhuac encontró la mujer de su vida: Amada Ramírez (“Mayita”), con la que formó su hogar. Lo amó tanto, que 15 días después de su muerte lo acompañó hacia lo ignoto.
Al servicio exterior llegó gracias a su parentesco con don Jorge Fidel Durón, repetidas veces ministro de Relaciones Exteriores. De regreso a Honduras, hizo periodismo. Dio sus pinitos en diario “La Prensa” y de ahí pasó a diario “Tiempo”, que dirigió durante 40 años. El 15 de enero de 2018 falleció en su casa de El Olvido, “el barrio Encantado” como alguien lo llamó. “Tiempo” cerró operaciones el 2015. Un diario, dio la noticia del óbito de Gamero con este titular: “Murió el director eterno de Tiempo”, y dijo la verdad. “Tiempo” tuvo un solo y sólido director: Manuel Gamero Durón. Creo que murió de nostalgia. Para Gamero era imposible aceptar la vida sin el diario agitar de las noticias. Siempre supo orientar la opinión pública hacia objetivos del bien común. Manuel amó a Honduras sin valladares y sin fronteras. Por Honduras expuso su vida en la tenebrosa década de los años 80. Fue el único que editorializó contra el terror de Estado; a mi juicio, el peor de los terrores. La defensa de los Derechos Humanos, cuando ocurría algún caso de violación de los mismos, nosotros los defensores de los derechos fundamentales, acudíamos a su periódico y, él o sus subordinados, siguiendo instrucciones de su director, nos abrían espacios para la denuncia. Por supuesto que fue amenazado. Pero Gamero fue un raro ejemplar humano. Nunca conoció el miedo o aprendió a dominarlo.
Dije que su otra faceta fue la política. A ella se acercó con mucha cautela. Sabiendo que es una actividad donde se mezclan almas nobles –la suya lo fue- con guiñapos de almas. Él lo sabía, por eso no profundizó en su praxis. Fue Liberal de prosapia como su padre don Abel Gamero. Aún así no hizo daño a nadie, ni obtuvo beneficios materiales de su militancia. A lo sumo, fue diputado al Parlamento Centroamericano. En el Partido Liberal se ubicó al ala izquierda, con Edmond Bográn, su entrañable amigo. Luego del golpe de Estado, se unió a la “Alianza contra la Dictadura”.
Como periodista, era dueño de una rara ilustración, producto de su disciplina como lector. Además, no leía novelas –excepto las de su ilustre antepasada Lucila Gamero de Medina.- Se puso a estudiar autores serios: Erich Fromm y Noam Chomsky, y otros de similares vuelos.
Nos unió el expresidente Porfirio Lobo Sosa, haciéndonos junto a otros compatriotas: Enrique Aguilar Paz, Lea Azucena Cruz y Donaldo Reyes Avelar, miembros del “Consejo de Notables” que cumpliesen con el mandato de asesorar al presidente de la República, a la Secretaría de Estado de Derechos Humanos, entonces ejercida por la abogada Ana A. Pineda y a la Unidad de Seguimiento de las Recomendaciones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (US-CVR), a cargo del historiador Rolando Sierra. El quid del asunto era hacer factibles las 84 recomendaciones de la Comisión de la Verdad. Misión imposible porque no se nos dio potestad ejecutiva para poner en marcha esas recomendaciones. Como sea, nos reuníamos con bastante preocupación para que no se nublara el cielo de la patria. Además, fue propicia la ocasión para estrechar una amistad inmensa con el licenciado Manuel Gamero. La simpatía fue recíproca.
Cuando publiqué mi libro “Cápsulas de Derechos Humanos”, estaban en primera fila Manuel Gamero, Rosa María Nieto, Guadalupe Jerezano y Enrique Aguilar Paz. El resultado fue que me invitara a su ciudad natal Danlí, adonde acudí con todos los gastos cubiertos por el fallecido periodista. Después prologó mi libro “Auras Otoñales” y de su docta pluma surgieron múltiples elogios, muchos de ellos inmerecidos. Se convirtió en un visitante asiduo de mi hogar. Su muerte significó un duelo familiar. Un día antes de su partida a lo eterno, tuvimos una conversación telefónica. Ha de entenderse la sorpresa que me causó su fallecimiento. Al partir de este mundo, Honduras ha perdido a un periodista que, parafraseando a Roy Jenkins (biógrafo de Winston Churchill); sus editoriales habían alcanzado una línea de pleamar; por lo que vivirá en la historia.
Reciban este mensaje de dolor sus hijos e hija, destinados a seguir las huellas de honestidad que les trazó su padre.
Tegucigalpa, MDC, 12 de febrero de 2018