MEJORAR LOS NIVELES

CADA vez que parecieran repetirse los fenómenos de la historia hondureña, trascendentes o intrascendentes, caemos en ciertas trampas o en abismos insondables por el simple hecho del desconocimiento de los mismos, ya sea en la vida práctica o en los niveles de los lenguajes dirigenciales o de las mismas bases populares. Como consecuencia lógica deviene la desconfianza y una especie de descomunicación entre los segmentos metidos en el ajo del acontecer nacional. Por eso es preciso retornar a elaborar conclusiones preliminares encaminadas a la modernización de las instituciones y de las conductas individuales y colectivas. Sobre todo si esa exigencia se dirige hacia la modernización y creación de espacios internos para que los profesionistas y los intelectuales de alto nivel realicen en forma científica, permanente y autónoma, los estudios desapasionados que hagan posible la relación constante con los ojos puestos en los más caros intereses de la nación, alejados de los coyunturalismos e inmediatismos que carecen de la posibilidad de los alcances estratégicos, ya que vale la pena insertar en los lenguajes el aprecio real a los trabajadores, a las etnias y a la llamada sociedad civil, lo cual significaría, en cierto modo, que todos le guardamos el debido aprecio a nuestra Honduras.
Con este noble propósito debiera existir una nueva institución, por muy pequeña que fuere, encargada de realizar monitoreos desprejuiciados, más o menos vinculantes, con el fin ulterior de evaluar constantemente los comportamientos cotidianos, semanales y mensuales, de las personas que inciden directamente en los destinos de Honduras. Para que también se analice (y autoanalice), en forma realmente desapasionada, los discursos abstractos y los comportamientos concretos de cada personaje que aparezca o reaparezca en los horizontes subregionales e inclusive internacionales. El asunto es que dadas las encrucijadas históricas por las cuales hemos estado atravesando, merecemos el derecho de la anticipación de los sucesos, con un grado mínimo de verosimilitud, a fin de evitar los sobresaltos innecesarios que perjudican el estado de ánimo de toda la sociedad.
Las personas importantes, desprejuiciadas al mismo tiempo, devendrían obligadas a participar en las evaluaciones y autoevaluaciones equilibradas al margen de los acontecimientos políticos que se presentan cíclicamente cada cuatro años. Sentirían la necesidad de consultar con las demás personas; sobre todo con los jóvenes; pero también con las personas maduras que han acumulado muchas décadas de experiencia natural u obligada. Por eso es que en las culturas y en las civilizaciones con raíces antiguas prevalecen todavía los “consejos de ancianos” que saben sopesar los bienes, los males y las ambigüedades que inevitablemente se escenifican en el interior de cada país, comunidad o sociedad.
No podemos ni debemos seguir con el lujo de repetir los parámetros y consignas de personas inmaduras, dadas las consecuencias graves que se desprenden de cada nuevo experimento precipitado, incluso en los terrenos de la agricultura y de la industria, no digamos en los planos de las relaciones interpersonales y de la psicología de masas. No podemos, además, presumir de supuestas genialidades sobre terrenos en donde predomina la realidad del ensayo y del error, sobre los cuales han meditado grandes personajes de todos los tiempos, de la antigüedad y de la modernidad. No debemos “inventar” cosas que ya han sido inventadas, hasta colindar con el error de otras sociedades. Lo que sí podemos y debemos hacer es mejorar sustantivamente los niveles del lenguaje en los tratos personales y en los abordajes de los grandes problemas, sean sectoriales o nacionales. Pues existe una especie de consenso que el lenguaje expresa las coherencias y las incoherencias en las estructuras mentales más íntimas de cada ciudadano, sobre todo si ese ciudadano exhibe capacidad de incidencia en el resto de la sociedad.