Réquiem

Por Rolando Kattán

Bien hizo Dante en buscar la compañía de Virgilio -me dice Segisfredo Infante- cuando leíamos un fragmento de las Églogas: Aquí, feliz anciano, entre los ríos / y las sagradas fuentes de tu infancia, / gozarás la frescura de las sombras. / El seto vivo del vecino linde, / adonde acuden a la flor del sauce las abejas hibleas, / como siempre te adormirá con plácido zumbido; / y al otro extremo, al pie de la alta peña, / el podador dará su copla al viento, / mientras roncas palomas, tus amores, / y en el olmo la tórtola, incesante te hagan oír su arrollador gemido.
Espejan estos versos la Arcadia, ese reino del dios pan revelado al divino ojo del poeta romano. El mayor error de la humanidad ha sido creer que en verdad fuimos expulsados del Paraíso. Tal simpleza, no puede ser obra de quien, ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes! ¿y si la culpa es de la córnea? Esa dura membrana que dispuso Dios entre el mundo y la pupila, para filtrar a ojo vulgar los jardines edénicos. Cada uno cruza su arcadia, como aquél que enfermó de amnesia e ignora a su viejo amor en el supermercado.
Esas sagradas fuentes de tu infancia que refiere Virgilio son para mí las nochebuenas, alejado de los campos, la celebración de Navidad era el éxtasis de las vacaciones. Desde principio de diciembre las aceras se adornaban con los colores de las coheterías. Con la razonable legislación que prohíbe la venta de pólvora, creí que nunca volvería a ver aquellas ventas multicolores.
Invitado como jurado a los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán, con melancólico pie, detuve mi marcha en la carretera de occidente, cuando vi orilladas al camino aquellas tiendas coloridas de mi infancia: silbadores, cachinflines, metralletas, luces de bengala, morteros y chispitas.
Ese lugar hacía honor a su nombre: Nueva Arcadia como tal otro paraíso. Como en la leyenda de la fábrica de juguetes en el Polo Norte, comencé a imaginar la vida de los pobladores que orquestaron los sonidos de mi infancia: En primer lugar, nadie debe encender un fósforo, así que en lugar de tortillas comen maíz molido y fresco. Sin candelas. Se saben las constelaciones de memoria y por eso imprimen en sus productos los caballos y dragones que se imponen en la noche. En las iglesias no hay veladoras para las vírgenes, por lo que los muertos, deficitarios de plegarias circundan el parque.
De esto hace algunos años y lo había olvidado. Tal vez el cerebro tiene otra córnea. Hoy (17 de marzo de 2018) lo recuerdo por las fatales noticias que leo en el periódico: Explota una cohetería en Nueva Arcadia, Copán. La tragedia dejó como resultado la muerte de María Clementina Soriano junto a sus tres hijas: Brenda Xiomara (15), Fausta Rosa (16) y Delmy Yanory Soriano (18). El poblado no es una leyenda. Familias trabajan con pólvora, viejos periódicos y pintura para tener un pan en la mesa.
Que sirvan estas palabras como un tributo a esa familia pobre. Ruego aquí por sus almas. Imagine que una voz anuncia que los duendes del Polo Norte han muerto, que se lo dicen a su primera infancia, como si usted se lo contara a sus menores; suponga la inmensa lágrima en sus manos juntas; tense el nudo en la garganta. En nuestra Arcadia han muerto cuatro ángeles.