Los motivos de Lobo

“En el hombre existe mala levadura”. Rubén Darío
Por:  Óscar Armando Valladares
En el debe y haber del ser humano no extraña la connivencia de contrastes, de condiciones opuestas de diverso signo y amplitud, que inciden en la conducta oral y práctica de cada cual. La natural inclinación a hacer el bien, la propensión a la maldad suelen entrelazarse y dominar uno u otra según con causas o corrientes inductoras. No hay virtud tan fuerte que pueda estar segura contra las tentaciones, decía Kant. No poseemos ni la verdad ni el bien nada más que en parte, y mezclados con la falsedad y el mal, razonaba Blas Pascal.
Vienen de la tinta estos renglones, a propósito de la “tuerce” que acomete al señor Porfirio Lobo y su círculo parental, luego de ser figura coyuntural tanto en el escenario político como en los hechos que ocasionó la cruenta asonada de 2009.
Preludió su declive la detención y ulterior condena de un hijo suyo, por cargos de narcotráfico, vástago que a su entender lo “engatusaron” los Cachiros. Siguió el calvario con el fallecimiento de un segundo miembro de su cosecha filial.
Lo que ha colmado, empero, la pena y el coraje del personaje olanchano ha sido la captura funambulesca de su Rosa Elena, suceso que ribeteó la espectacular cobertura mediática arremolinada y que con ojo implacable registró los momentos en que la esposa esposada -semblante adusto y cuerpo bien custodiado- salía de los despachos de la diosa Temis.
Un logro de Edgardo Melgar propició que el mandatario echara su malestar en un lapso que excedió la hora del programa 30/30 y, entre actuales y tardías confesiones, puso el dedo en la pústula que, quiera que no quiera, dejó al descubierto lo que de ella supura en daño de la Honduras en que medra la excepción y lo general revienta. A título personal resintió que a una exprimera dama la exhibieran con tintes despreciativos, como si no fuera ese el trato que se estila y se estiló en su mandato.
Cuestionó que cinco personas hayan decidido en Casa Presidencial “dar algo a la MACCIH” y que ese algo fuese la señora de Lobo y, si no bastara, que en la detención anduvieran dos emisarios colombianos. “Me sentí ofendido, como presidente que fui, que dos extranjeros fueran a mi casa”.
Asoció que en los años de la guerra fría, le sobrevino un malestar porque dos “americanos” lo pararon durante un operativo practicado en La Venta, matizando que no tiene nada en contra de los retoños del Tío Sam, pues “en mi gobierno me ayudaron enormemente a combatir el narcotráfico”. Aludió a su rol en defensa de los derechos humanos -con Ramón Custodio- cuando “en  Honduras por chismes hacían desaparecer a las personas”, en olvido –tal vez por no ser del caso- de lo que aconteció en el Seguro Social, asunto del cual hizo mutis por “no afectar al partido”.
Como entre negociantes y políticos de pacotilla la amistad es transitoria, el oxígeno solidario deja de suministrarse al adepto en desgracia. Don Porfirio lo ha sufrido, aún de aquellos que dadivó.  Por donde dijo y predijo, con su habla refranera y coloquial, que cuando el mal de unos es viejo, el de otros es nuevo; que la conciencia acusa y patea; que Rosa no va a ser la última; que va a ver así “a un montón de esa gente”; “que la injusticia que están haciendo la van a hacer con otros”.  Refirió que a los hijos condolidos confidencia: -Rosa es la primera dama a quien le están haciendo esto, pero no será la última dama a la que le pase lo mismo-.
En abono de su causa letreó una cita de Brecht sobre cómo se llevaron en remesas sucesivas a judíos, comunistas, obreros, sindicalistas y curas, con el sonsonete “y a mí no me importó”.  “Ahora me llevan a mí -dice la cita al final- pero ya es demasiado tarde”, final que en boca del entrevistado induce más bien a hipótesis y sutilezas.
-¡Paz, hermano Lobo-, ¿le dirá a lo menos uno de los cinco que acreditaron a Rosa la espina del cautiverio? Y él, por no afectar otra vez a su partido, ¿responderá en el acto: -Está bien, hermano…? Pues no. “-Yo ?le ripostaría de modo reiterativo? voy a pelear por mis cosas. Y si a los 70 años voy a levantar el puño, lo voy a levantar con firmeza”-. ¡Claro, sin blandirlo como otrora por la pena capital!