Discurso de Matías Funes h. en nombre del Partido Comunista de Honduras ante las cenizas de Ramón Amaya Amador

Compañeros:

Las cenizas de Ramón Amaya Amador, depositadas en esta pequeña urna, han cruzado el Atlántico para venir a reposar en una angosta franja de tierra hondureña, esta misma tierra, sojuzgada y oprimida, por cuya redención tan abnegadamente luchó el inolvidable camarada de Olanchito.

Hoy, de Ramón lo único que viene son sus cenizas, porque lo principal de él -su obra y su ejemplo- siempre ha estado con nosotros, con su partido, con su clase, con su pueblo.

Estas son las cenizas de un intelectual común. Son las cenizas de un intelectual revolucionario, de un intelectual comunista, de alguien que hizo de su pluma el más terrible máuser para golpear al enemigo. Estas son las cenizas de Ramón Amaya Amador.

Ramón  era poseedor de una conciencia indómita. En él el novelista no miraba de menos al hombre; es más, hombre re y novelista se fraguaron sobre la base de un material fáctico amado en las plantaciones de bananos y en talleres, en las escuelas rurales y en el periodismo, en las cárceles y en el exilio. Vida y obra –elementos concurrentes en una personalidad eternamente franca- se conjugaron en él en entrañable unidad dialéctica.

Si hay algo que dignificó a Amaya Amador fue haber sido un auto-didáctico que, como Gorki, adquirió su formación literaria y política en las difíciles trincheras del compromiso revolucionario. Y es acaso esta formación exenta de academicismos la que dio a la obra del malogrado escritor la impronta realista que la caracteriza.

Desde joven supo lo terriblemente estrecho que es nuestro ambiente para alguien que, proviniendo de una familia pobre, quiere superarse culturalmente. La falta de recursos económicos lo obligó a abandonar los estudios secundarios y un día, con unos cuantos libros bajo el brazo; se vio compelido a ejercer el magisterio empírico en humildes aldeas de tierras adentro.

Sin embargo, la más impactante de todas las experiencias que recogió su juventud briosa fue la vivida en los campos bananeros cuando, subordinado a prepotentes gringos y a gamonales criollos, le tocó realizar el peligroso trabajo de regador de veneno. Aquí fue donde el escritor conoció de cerca el drama de los “campeños”, que más tarde retrataría con tanta exactitud en las páginas testimoniales de “Prisión Verde”.

Amaya Amador no vio en los bananales ese emporio de riqueza y prosperidad que siempre nos han pintado los gobiernos entreguistas de Honduras. En su obra los campos  bananeros quedan reducidos a lo que son: un infierno para los trabajadores, una “prisión verde” cuyas rejas solo pueden ser rotas con los golpes de martillo de la revolución.

Ya en la década del cuarenta se había perfilado en Ramón un acendrado instinto de clase que, por el momento no podía desbordar los límites del liberalismo. Desde tal posición blandió su ploma contra la dictadura cariísta y en no pocas ocasiones su intransigente defensa de los intereses populares le acarreó terribles golpizas propinadas por los sicarios del régimen. Empero, la brutalidad de la canalla reaccionaria, lejos de amilanarlo, no hacía sino acrecentar su odio hacia los enemigos del pueblo.

La vida misma hubo de mostrarle que su espíritu rebelde no cabía en el estrecho marco de la doctrina liberal. Su creciente claridad política, a manera de hilo conductor, lo llevó a tener contactos con el núcleo más activo del Partido Democrático Revolucionario de Honduras, en cuyo periódico, Vanguardia Revolucionario, colaboró asiduamente. El sector más clarividente del PDRH fundaría, años después, el Partido Comunista, la más elevada organización de la clase obrera nacional.

Ese desprendimiento de las posiciones liberales, esa búsqueda de una nueva ubicación política –desde luego no marxista todavía- significó para Amaya Amador su segunda toma de conciencia.

Pero un hombre como él no podía ser bien visto por la dictadura que asoló a Honduras durante dieciséis años. Acosado de mil maneras por las clases dominantes, y escuchando las reflexiones de sus amigos más íntimos, decidió exiliarse en Guatemala, a partir de 1947.

En ese tiempo el vecino país vivía un proceso democrático –burgués que mucho preocupaba al imperialismo yanqui y a la oligarquía guatemalteca. La vivienda de ese proceso y las febriles lecturas del marxismo dotaron a Amaya Amador, luego de su efímera y autocriticada participación en la “Legión del Caribe”, de una concepción nueva del mundo y de la vida: la concepción marxista –leninista, única concepción justa y revolucionaria de nuestros días.

Rigoberto Padilla Rush, dirigente de nuestro partido, recuerda emocionado cómo Amaya Amador, con las armas en la mano, dando muestras del más puro y valiente internacionalismo,  defendió al gobierno democrático de Juan  José Arévalo cuando Francisco Xavier Arana quiso derrocarlo.

Desde Guatemala Ramón contribuyó a la fundación del Partido Comunista de Honduras, en el histórico 10 de abril de 1954. A partir de esa fecha y hasta el día de su muerte, Amaya Amador militó en el PCH, de cuyo Comité Central fue sobresaliente miembro. Esta militancia, considerada por él como su más grande orgullo, fue la tercera y definitiva toma de conciencia del recordado autor de “Prisión Verde”.

Ramón Amaya Amador no se afilió al partido por cosas del azar. Su militancia no fue episódica ni ocasional. Ese compromiso que desde 1954 formalizó con nuestra causa debe considerarse el lógico corolario de toda su vida. Amaya Amador transitó el doble camino de la explotación y el estudio para llegar a la suprema verdad de la época contemporánea: la verdad de la revolución y el socialismo.

Al ser defenestrado el régimen de Arbenz, Ramón, el comunista, viajó a la República Argentina, desde donde habría de regresar hasta el año de 1957, aprovechando la amnistía general concedida por la junta militar que depuso al gobierno de Julio Lozano Díaz.

En Honduras continuó su labor creadora. En 1959 publicó dos ob ras: “Los Brujos de Ilamatepeque” y “Constructores”. Tres años después la policía del régimen liberal de Ramón Villeda Morales decomisó la novela “Destacamento Rojo”, cuyo tema central lo constituye la gesta de aquella pequeña legión de valientes que dio vida, en un barrio de San Pedro Sula, al Partido Comunista de Honduras.

Conociendo los méritos políticos y literarios de Amaya Amador, en 1959 el PCH lo nombró su representante en la Revista Internacional, órgano teórico e informativo de los partidos comunistas y obreros del mundo que se edita en Praga, capital de la República Socialista de Checoslovaquia. Amaya Amador se propuso cumplir con entusiasmo esa delicada responsabilidad partidaria, aunque quizás presintiendo que nunca retornaría a su patria, a esta Honduras pequeña y doliente, por la que sentía un amor profundo y entrañable.

El 24 de noviembre de 1966, en el trayecto Bulgaria-Checoslovaquia, lo sorprendió la muerte al estrellarse en las proximidades de la ciudad de Bratislava, el avión en que se conducía. Es posible que sus últimos recuerdos hayan estado dirigidos hacia su patria, hacia sus viejos camaradas y h hacia esos “campeños  que él convirtió en protagonistas de una de las más vividas historias escritas en Honduras en todos los tiempos.

Ramón Amaya Amador es un ejemplo de verticalidad y consecuencia para los intelectuales de este país. Los artistas que no quieren ascender a la altura sencilla del hombre común, del hombre-pueblo, deben ver en el novelista de Olanchito el prototipo del escritor que hace de su pluma un efectivo instrumento de combate por la liberación de la patria.

Amaya Amador es el gran novelista de la revolución hondureña. Sus novelas, despejadas de limbos esteticistas, tienen el inmenso mérito de haberse centrado en los anhelos más sublimes y más profundos de nuestro pueblo.

Desde luego el calor humano de sus obras difícilmente  lo lograrán aquellos intelectuales que se autoproclaman “apolíticos” o aquellos  otros que, afiliados a una izquierda abstracta, no tienen suficiente valor como para compactar lazos firmes, orgánicos y militantes con los oprimidos de Honduras en su lucha por una sociedad mejor.

Amaya Amador no fue un simple diletante del marxismo. Se adhirió a las grandes ideas de Marx, Engels y Lenin no por snob sino por convicción. Por convicción honda y sincera.

Para nosotros, miembros del Partido Comunista de Honduras, el camada Amaya Amador es fuente inagotable de inspiración. Su franqueza, su honestidad, su entrega sin reservas a la causa, son cualidades que tratamos de hacer nuestras.

En él también admiramos al internacionalista, al revolucionario sin desviaciones, al ferviente defensor del socialismo real.

Seguramente la oligarquía que ha hipotecado a Honduras seguirá tratando la obra de Amaya Amador con calosa reticencia. A esa camarilla vendepatria le recordamos que comunistas fueron Gorki y Gagarin,  Picasso y Neruda, Paul Robeson y Anatole France, Vladimir Majakovski y los esposos Curie, Mariátagui y Bertold Brechd, César Vallejo y Antonio Gramsci, Jorge Dimitrov  y Ho Chi Minh. Y por si se le ha olvidado tenemos que recordarles, además, que el primer novelista de Honduras, el inolvidable Ramón Amaya Amador, también fue aguerrido soldado del movimiento comunista internacional.

En el epílogo de “Prisión Verde” se lee el siguiente presagio optimista:

“La prisión verde no es solo oscuridad. Máximo encendió en ella el primer hachón revolucionario. Otros cientos de hermanos se aprestan a mantenerlo enhiesto.

¿Triunfarán algún día los campeños? ¡Su propia voz contestará en las luchas del futuro”!

Hoy te podemos decir, camarada Ramón Amaya Amador: tú, al igual que Máximo, no luchaste en vano, hermano. El hachón revolucionario que encendiste en hoguera que quema en manos de obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales progresistas.

Y tenemos que agregar, camarada Ramón: cuando llegue el gran día de la revolución saldrán a las calles y a los campos, multiplicados como por encanto y festejando el triunfo con las coplas vibrantes de Tivicho, los Rotundo García, los Andreo Nada, los Máximo Luján y los Lucio Pardo. Y en ese gran día estarás presente, indefectiblemente presente, con tu franca sonrisa y tu boina de lana, porque, la verdad, camarada Ramón, lo que hoy viene en esta pequeña urna, ya que tu ejemplo y tu obra –lo decimos una vez más- siempre han estado con nosotros, con tu pueblo, con tu clase, con tu partido… el invencible partido de los comunistas hondureños!

Septiembre, 1977