Limpieza y caries de la escritura

Por: Óscar Armando Valladares

Elena Poniatowsca -conocida escritora y periodista francomexicana- confiesa que nunca ha podido responder a las agresiones, nunca al menos en el momento oportuno. “Solo después en la noche, la cabeza sobre la almohada se me ocurren respuestas fulminantes y devastadoras, pero en el instante mismo me quedo en suspenso, la mente detenida en el aire y simplemente presento la otra mejilla sin pestañear siquiera”.

Otro mal no menos inoportuno experimentamos quienes de cuando en cuando hilvanamos cuartillas: advertir a posteriori y no a tiempo el desliz de un vocablo inapropiado. Aunque, en abono a la verdad, tres fuentes a lo menos coadyuvan o pueden ser el origen del desaguisado: ignorancia del autor, pifia a la hora de la transcripción o cambios en el libro o periódico.

Vengan algunos ejemplos. En el caso uno, frecuente es ver y oír la expresión “aperturar una cuenta”, en que a partir del sustantivo “apertura” se ha inventado el verbo tal en lugar del adecuado “abrir”. Vicios son, también asiduos, decir “renovo” y no “renuevo”, “hubieron” por “hubo”, “banderilla” cuando se habla de “bandería”, “ingerencia” y no “injerencia”, etc., que se advierten en artículos y notas.

El segundo trance ocurre cuando el original se redacta -el cual hago yo- en máquina tipo manual y la persona que lo transfiere a la computadora cambia -mudando el sentido- un término por otro (“cegar” por “segar”, digamos) sin advertirlo el redactor en la revisión consiguiente.

Tiene cupo la tercera situación bien en el libro, bien en el escrito periodístico. Neruda dio cuenta de erratas en su obra y en ajenas, algunas de ellas “sanguinarias”. Donde dijo “el agua verde del idioma” apareció “el agua verde del idiota”. Sentí -relató el poeta chileno- el mordisco en el alma. “Porque para mí, el idioma, el idioma español, es un cauce infinitamente poblado de gotas y sílabas, es una corriente irrefrenable que baja de la cordillera de Góngora hasta el lenguaje popular de los ciegos que cantan en las esquinas. Pero ese “idiota” es como un zapato desarmado en medio de las aguas del río”.

En otro de sus libros, “Crepusculario”, la imprenta le jugó otra pasada: en vez de “besos, lecho y pan”, colocó “besos, leche y pan”. “Muchas veces vi traducida a otros idiomas la erratísima, y ese “milk” me costaba lágrimas”. Manuel Altolaguirre, gran cantor malagueño, era además por regla general excelente impresor, con una excepción en su haber sobradamente infortunada: cuando le tocó llevar a las prensas un poemario de Nicolás Guillén.

Oigamos a Neruda: “¿Errores? -pregunta el poeta-. -Ninguno, por cierto, contesta Altolaguirre. Pero al abrir el elegantísimo impreso, se descubrió que allí donde el versista había escrito: Yo siento un fuego atroz que me devora, el impresor había colocado su erratón: Yo siento un fuego atrás que me devora”.

También las portadas, ocasionalmente han colgado gazapos tipográficos, percibidos más tarde en las estanterías. En la edición de EDIME, 1983, de “Así habló Zaratustra”, de Friedrich Nietzche, el nombre del reformador persa figuró trastocado (la segunda “r” inserta entre la “t” y la “u”). Las alteraciones en la prensa son de ordinario de menor cuantía y a ratos de mera apreciación (un acento que no va -como cuando “mas” equivale a “pero” o cuando “aun” (sin tilde) es sinónimo de “hasta”, “también” o “inclusive”.
Con el título “Venga usted mañana” -de mi última entrega- hubo un cambio singular: a una cita textual del novelista Pío Baroja que reza: “El mundo es ansí”, tomando por error “ansí” se eliminó la “n”.

Por lo demás, sobra proferir que no somos lingüistas, ni académicos, ni mucho menos propugnamos exageradas escrupulosidades idiomáticas. Tampoco andamos lexicón en mano a la pesca de flaquezas ortográficas de ajena incumbencia. Empero, como añoso lector elijo y sugiero la buena lectura y, por adherencia, procuro escribir aceptablemente, no tanto por decoro: por consideración al abonado de LA TRIBUNA que fija los ojos en las hojas de fondo.

Por lo mismo, vale considerar y aprovechar el espacio del periódico que, bajo el marbete “Español correcto”, da paso y respuestas a temas y problemas usuales de diversa índole gramatical, a cargo de Fundéu y el soporte académico del “Diccionario panhispánico de dudas”.

Y si por fas o por nefas el idioma de Castilla herencia es sin vuelta de hoja, preciemos su varia utilidad -su moldeo, por caso, de la literatura ibera y continental- y con la voz de Ibarbourou, la Juana uruguaya, digamos en loa suya: “Lengua en que reza mi madre/y en la que dice: ¡Te quiero!/una noche americana/millonaria de luceros./ La más rica, la más bella,/ la altanera, la bizarra,/la que acompaña mejor/ las quejas de la guitarra./La que amó el manco gloriosos/y amó Mariano de Larra/…Lengua de toda mi raza, habla de plata y cristal,/ardiente como una llama,/ viva como un manantial”.