Psicópatas en el poder

Por: Dagoberto Espinoza Murra

Miguel Ángel Ruiz (periodista, licenciado en Ciencias de la Información, Universidad de Navarra), publicó en una revista española un trabajo con el título que lleva este artículo: Psicópatas en el poder. En la página de presentación, se lee: “Crece la sensación de que estamos gobernados por sujetos incapaces y perjudiciales para el interés general”. “Hoy día es imposible echar un vistazo a la prensa sin que nos invada un enorme sentimiento de impotencia. ¿Cómo es posible que todo funcione tan mal?, se pregunta. Partidos políticos que mienten a su electorado; decisiones arbitrarias e incomprensibles; corrupción generalizada; gobiernos que ocultan datos; corporaciones que compran congresos enteros… Pero, ¿qué hay tras estos desvaríos? ¿Será cierto -como apuntan algunos expertos- que estamos gobernados por psicópatas?

“Empecemos definiendo el término. La psicopatía es un trastorno antisocial de la personalidad. No es en sí una enfermedad, sino más bien una “forma de ser”, hecho que arroja algunos problemas en cuanto a su “tratamiento”, especialmente porque para este trastorno no se conoce cura posible.

Esta forma de ser antisocial se reconoce por rasgos como los siguientes: no pueden empatizar ni sentir remordimientos (para ellos las personas y los objetos tienen el mismo valor), hábiles socialmente, simpáticos y atrayentes. Son así de carismáticos porque mienten constantemente para conseguir sus fines, sin que les importe nada cualquier otra cuestión.

El psicópata no tiene la capacidad de sentir emociones, suele simularlas para conseguir beneficios. De hecho, muchos psicópatas en primera instancia parecen gente muy preocupada por el prójimo, los animales o el medio ambiente. Sin embargo, la verdad es otra pues, en realidad, se trata de “desalmados”. Te usan en su propio beneficio, no sienten ningún remordimiento y piensan que tienen derecho sobre los demás. Son incapaces de aceptar sus errores y, si lo hacen, es solo coyunturalmente para lograr otro fin. Además, no se suelen adaptar a las normas, son impulsivos, deshonestos y muestran despreocupación por la seguridad”.

En las últimas semanas, con motivo de la presentación de la novela “Yo el Supremo” del escritor paraguayo  Augusto Roa Bastos, el tema de la dictadura ha ocupado varios espacios en los periódicos hondureños, haciendo enfoque desde  un punto meramente político hasta consideraciones psicopatológicas de la personalidad de los dictadores más conocidos en el Continente Americano. Escritores de la talla de Gabriel García Márquez han dedicado valiosas obras para llegar a conocer (El otoño del patriarca) las entrañas de estos extraños seres. Una obra muy conocida comentada y analizada desde el punto de vista psicológico, es “El Señor Presidente”, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio  Nobel de Literatura. En esta novela se conocen los actos de crueldad del dictador Manuel Estrada Cabrera, abogadillo que se cansó de trabajar en un cuarto de madera en la provincia, para solazarse en el Palacio Presidencial de la capital, así como su enmarañada mentalidad al observar la conducta de sus críticos y la animosidad en contra de sus adversarios.

Vargas Llosa nos ilustra la conducta cizañosa de Rafael Leónidas Trujillo (El chacal del Caribe). Todas estas obras literarias fueron precedidas por la magnífica novela “Tirano Banderas”, del consagrado autor español Ramón del Valle Inclán.

Un dato que llama la atención en la vida de estos enfermos personajes, es su creencia o simulación de estar ligados a un poder divino. Veamos: Rojas Pinilla en Colombia ofrendó su gobierno al Sagrado Corazón de Jesús. Maximiliano Martínez de El Salvador, en una ocasión reprendió a uno de sus guardias por haber matado este a una cucaracha. Él, el dictador que se hacía llamar Teófoso, consideraba el acto de eliminar insectos como algo que contrariaba la ley divina. Sin embargo, no tuvo ningún escrúpulo, ninguna compasión para mandar a asesinar a más de 20,000 campesinos que reclamaban tierra para cultivarla. En fechas recientes escuchamos al gobernante hondureño decir en una manifestación de su partido:  “De la mano de Dios y con apoyo de los hondureños, gobernaré el país por cuatro años más”. Sin importarle que esto constituía un acto violatorio a la Constitución de la República.

El doctor  Francia, que no era médico sino abogado, al comienzo de su formación profesional no ocultaba sus deseos de estudiar Teología, campo que, según decía, le era más afín con su formación de servir a su pueblo, aunque esto supusiera el asesinato de sus adversarios y ejecución de dos próceres independistas de su país. Desafortunado uso de las creencias religiosas de los pueblos por parte de los tiranos. Desconfiemos de aquellos que usan el nombre de Dios para la consecución de sus malhadados objetivos.