Y si la ciudad no asoma

Por Rolando Kattán

Bella, indolente, garrida / Tegucigalpa allí asoma / como un nido de paloma / en una rama florida escribió el poeta de Bayamo José Joaquín Palma, inmortales versos siempre y cuando la ciudad asome, porque si no asoma y desaparece en su hondura aletargada, como tragada por un bostezo.

Si la espesura de los cementerios decide un día mudarse de barrio. Si el abrazo de la niebla se compadece también del sufrimiento de los vivos. Si Monet, sentado a la diestra del Padre, comparte con los dioses su paleta de grises y la ciudad por eso no asoma: seguramente las almas en pena quedarían sin camuflaje y volverían a los parques. En cualquier banca los novios tendrían su escondite y una gama de grises, en lugar del dedo solar que nos señala, nos recibiría como iguales.

Pero si la ciudad no asoma porque arde. Si la espesura es contaminación. Si no aparece porque hemos hecho de ella una cámara de gas. Entonces los novios se besarán con hollín en los labios, carbón en la manzana y las almas penantes volverán a la humedad de su tumba.

Esta bruma tiene el ritmo de las trompetas del Apocalipsis. Tegucigalpa desaparece. Primero el agua y ahora el aire. Mañana nos quedaremos sin tierra.

Ya había dado cuenta de esta sequía Rigoberto Paredes en su réplica a Juan Ramón Molina:

¿Río Grande? / ¿Cuál río, amado Juan Ramón, / de clara cabellera / y susurrantes frondas / y gránulos de oro que en sus arenas brillan? / ¿Viste visiones, viejo, /o escuchaste cantos de sirena?/ ¡Si vieras hoy, aquí, lo que yo veo!

Leer el poema Río Grande de Molina es adentrarse en una ficción:

Sacude, amado río, tu clara cabellera, / eternamente arrulla mi nativa ribera, / ve a confundir tu risa con el rumor del mar. / Eres mi amigo. Bajo tus susurrantes frondas, / pasó mi alegre infancia, mecida por tus ondas, / tostada por tus soles, mirándote rodar. . ./ Presa fui del ensueño. Tus guijarros brillantes/ me parecían gruesos y fúlgidos diamantes / de un Visapur incógnito de rara esplendidez; / y –en sonoro y límpido cristal de luna llena–/ el espejo de plata de una falaz sirena / de torso femenino y apéndice de pez.

Ojalá que estas páginas no terminen burladas en el futuro, que alguien pregunte qué ciudad era esa, Tegucigalpa, de la que escribieron tan poco, cuando el tiempo deposite sobre nuestras tumbas los gruesos tomos del olvido. Que nadie recuerde el pinar que vigorizó el aliento de Porfirio Barba Jacob. Ojalá nadie dude de esta rama florida, del verdor del paisaje. Estamos a tiempo. Nadie quiere ver sus hijos vueltos estatuas de sal cuando vuelvan los ojos al incendio. Estas cenizas no son bíblicas. No tendrán sentido.

Como dice Fabio Buitrago, un amigo que lucha por conservar la biodiversidad de los océanos: Nadie quiere asumir su responsabilidad ambiental, pero todos quieren estar en contacto con la naturaleza.

El límite de la ficción siempre es cosa del futuro. Para bien o para mal.