La moraleja

Por Carlos Eduardo Reina Flores

La ilusión óptica nos permite observar la realidad de distintas formas. Cada cual da una perspectiva distinta a las cosas que observa dándole su propia interpretación y su particular sentido. Así que cualquier hecho, dependiendo de quien lo observa y lo interpreta, va a merecer diferentes valoraciones.

Desde que Einstein sorprendió a los incrédulos con sus chispazos de genialidad, nos enteramos que en el mundo todo es relativo. El relativismo muestra que la validez del conocimiento depende del lugar, el tiempo, la cultura u otras condiciones externas que lo influyen. Cada persona se forma un retrato de la verdad en “conformidad con su experiencia, criterio y sentimiento”. La falacia, a contrario sensu, esconde la vedad, la manipula, la redibuja para engañar.

La masiva destrucción de bienes y valores -ya no digamos de vidas humanas- durante la Segunda Guerra Mundial dio pie a la creencia en algunos que la destrucción se antepone a la generación de riqueza. Lo anterior esconde el principio básico que lo destruido conlleva los costos de reconstruirlo. O bien la generalización que el equilibrio se obtiene redistribuyendo el capital. La ciencia económica nos ilustra sobre la “falacia de la ventana rota”, explicada por Frederick Bastiat en su ensayo “Ce qu’on voit et ce qu’on ne voit pas”. Más o menos el relato es una narrativa sobre la rotura de un cristal de un negocio. Se asume que la acción favorece al que fabrica cristales, quien se beneficia con la necesidad del reemplazo. De la utilidad que obtiene con la venta puede, a la vez, comprar otros bienes contribuyendo así al crecimiento económico.

La presunción sería, entonces, que el acto de sabotaje contra los cristales del comercio, más bien repercutieron en favorecer la sociedad. Sin embargo, ese razonamiento encierra una falacia. Ya que solo hace consideración a los beneficios derivados del cristal roto sin consideración a los costos en que incurre el dueño del negocio para reemplazar la vidriera. No se trata solamente del precio de la vitrina. Sino además de consideraciones adicionales.

El acto ha provocado que el comerciante sienta la necesidad de asegurar su tienda, incluyendo factores exógenos como el temor que ello genera a su seguridad personal, lo que implica daño también a su libertad personal. Distribuir valor de uno a otro, pareciera un factor equilibrante, pero ello solo si se ignora la moraleja oculta.