LO habitual es presenciar la transferencia periódica del poder de una cara a otra. ¿Cuánto tarda el traspaso, obligado o voluntario, democrático o violento? A veces horas, a veces años. Nada es eterno. Ni las monarquías, ni los señoríos militares, ni los reinados hereditarios, ni las dictaduras, ni las autocracias, resisten la herrumbre de los tiempos. Desde épocas inmemoriales quedan como irrefutables las inequívocas observaciones del inefable Heráclito, “nada es, todo fluye”, contemplando apacible el correr de los ríos sin poder bañarse dos veces en las mismas aguas. Sí, es poderosa la tentación a no desprenderse de algo que –como la ocurrencia de un influyente secretario de Estado del imperio– “tiene propiedades afrodisíacas”. Todavía los hay quienes piensan que su autoridad deriva de lo divino; padres y madres que pasaron la corona a sus vástagos o padrinos a sus ahijados, renuentes a despojarse de aquello que juzgan pertenencia propia. Pero esa obsesión de asirse a algo ajeno, cuya propiedad legítima descansa en los pueblos y su potestad soberana, tarde o temprano rebasa la frontera de hospitalidad.
La Asamblea Popular de China recién abolió el límite impuesto a los mandatos presidenciales permitiendo a su actual gobernante la reelección indefinida; así como hay otras figuras mundiales cuyo rostro familiar pareciera evidente desde siempre. Así que, ¿quién iba a creerlo y menos anticiparlo? Por primera vez en décadas, durante las cuales la presente generación de cubanos no conoció otro apellido que no fuera Castro –primero Fidel por medio siglo y hasta hace unas horas su hermano Raúl– ejerciendo el poder, la isla caribeña se despide de un dilatado episodio de histórica hegemonía, que a ratos parecía no llegar a su fin. No hay sorpresas, el nuevo jefe de Estado es el actual primer vicepresidente. El último Castro entrega el mando cumpliendo con la limitación de períodos que impuso cuando asumió el cargo dejado por su hermano Fidel, abatido por los años y el desmejoramiento de la salud. No se retira del todo. Seguirá siendo el primer secretario del Partido Comunista Cubano. De momento, aparte de los puestos superiores de gobierno, no se auguran mayores cambios. Ni de curso en la práctica de una concepción ideológica que arranca desde el triunfo de la revolución, ni de su política en su correspondencia con otros estados. La transición experimentada ahora por Cuba con el relevo de mando, trae nuevamente a la memoria la vez que estuvimos en La Habana en ocasión de realizarse la IX Cumbre Iberoamericana.
Además de la interesante conversación que sostuvimos con Fidel, bien cuando fue a recibirnos a la autopista, como en los lapsos intermedios de las reuniones formales; de la firma del convenio otorgando una generosa cuota de becas a decenas de hondureños que estudiaron y se graduaron en la Escuela Latinoamericana de Medicina, ELAM, de las brigadas médicas cubanas durante aquel fatídico huracán; todavía escuchamos el eco de aquella frase pronunciada por el comandante durante el singular debate entablado en horas del almuerzo con los demás jefes de Estado: “Toda la historia de Cuba (Martí decía lo mismo referido a “toda la gloria del mundo”) cabe en un grano de maíz”. Al oírla nos inclinamos para decirle al oído: “Algo similar dijo nuestro escritor Heliodoro Valle, que “toda la historia de Honduras, se podía escribir en una lágrima”. “Que bello, Presidente, es historia compartida”, respondió.
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