Por Juan Ramón Martínez
La elección de Almagro, para sustituir al chileno Insulza, fue un verdadero alivio para los hondureños que, fuimos agredidos, condenados y ofendidos como solo había sido Cuba en los años sesenta del siglo pasado. Mucho más moderado, de suaves maneras y cautas expresiones, nos hizo pensar a todos que, con él –como ha ocurrido en ciertos aspectos– la OEA recuperaría su prestigio perdido y que su imagen deteriorada sería cambiada por otra. Más esperanzadora, fraterna y solidaria.
Sin embargo, las cosas no le han salido del todo bien al Secretario General de la OEA. Se ha enfrentado valientemente a la oligarquía bolivariana de Venezuela; ha pretendido penetrar la esférica estructura politice de Cuba, y en ambos casos, las cosas le han salido mal. En el primer caso, Maduro ha sido malcriado con Almagro. Y en Cuba, le fue negado incluso el ingreso a La Habana. En el aeropuerto, le detuvieron; y lo regresaron con la corbata puesta a Washington.
En la crisis de las antorchas, ocurrida en Honduras como un reflejo de la destrucción de la institucionalidad impulsada por la ONU en Guatemala, Almagro y el gobierno de Honduras, firmaron un modélico acuerdo, en virtud del cual, se creó una misión destinada a apoyar los esfuerzos de un país miembro –porque eso es Honduras en el encuadre jurídico de la OEA– por recomponer sus relaciones con parte de su población, escandalizada por la explosión de la corrupción en el interior del mundo burocrático nacional. Todo iba muy bien, hasta que Jiménez Mayor descompuso las cosas. Y en la confrontación, que le hiciera mucho daño a Almagro incluso, este ha buscado la forma de recuperar el liderazgo de una iniciativa que, la mantiene la Secretaria General, de conformidad al respaldo del gobierno de Honduras. La MACCIH que dejó Jiménez Mayor, está en gran parte, penetrada de intereses que, van más allá del convenio original, animada por el deseo de destruir el estado de derecho nacional.
Frente a este reto, en que incluso más de la mitad de los 50 miembros de la MACCIH, están abiertamente en contra del Secretario General, Almagro ha buscado el camino para recuperar su liderazgo, sin afectar sus relaciones con el gobierno de Honduras y sin fallarle al espíritu del convenio que creó la Misión.
Pero, por las presiones que tiene que enfrentar, sumado a los prejuicios que los sudamericanos tienen con Centroamérica y, por qué no decirlo, la tentación de menospreciarnos a los hondureños y a sus gobernantes, le ha llevado a faltar a una de las obligaciones fundamentales de la diplomacia: la discreción. El que haya presentado un candidato a vocero de la MACCIH, no le autorizaba, sino hasta que le respondiera el gobierno de Honduras, para publicitar entre el público el nombre del funcionario propuesto. Pero Almagro, en un error propio de un aficionado, hace público el nombre antes que el gobierno de Honduras, le dé la aceptación respectiva. Con lo que, al tiempo que incumple una regla normal del mundo diplomático, como es el respeto institucional, se deja llevar por la emoción, colocándose en una posición incómoda frente al gobierno que, al margen de lo que digan sus adversarios, representa la legitimidad del país. Que haya un movimiento político contrario al actual gobernante; que este se haya replegado, para darle espacio a que las fuerzas contrapuestas se entiendan, no puede hacerle creer a Almagro que, aquí todo está destruido. Y que, en consecuencia, él puede llegar con un diplomático brasileño, exjuez según sabemos, a resolver la problemática hondureña y a recomponer en un grupo de profesionales leales a Jiménez Mayor, el perdido respeto a la más alta autoridad ejecutiva de la OEA.
Creo que hay cosas que decirle a Almagro. Primero que en Honduras hay, una división de la sociedad. Pero no por ello, hay que creer que hacerle guiños a la oposición, resolverá el problema de conjunto. La OEA como institución, no puede irrespetar a Honduras y a sus legítimos gobernantes. Ni tampoco irrespetar, para alcanzar por otros medios, las finalidades suyas, en el sentido de poner en entredicho la legitimidad de los gobernantes nacionales. Hacer lo que en Guatemala ha hecho la ONU, no lo puede repetir aquí. Le darán con la puerta en la cara. Y le gritarán como Micheletti con Insulza, expresiones impublicables.
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