Estamos de acuerdo, en que estamos en desacuerdo

Por Mario E. Fumero

Después de las elecciones de noviembre del 2017, la crisis política en Honduras se convirtió en un factor de división y contienda constante.
Se discute la posibilidad de un fraude, de las fallas tecnológicas de los sistemas, de la manipulación de algunas urnas electorales a favor de uno y otro, la intimidación a los votantes por grupos antisociales, y la manipulación en algunos puntos estratégicos del país controlados por las maras, lo cual evitó el que muchos participaran en las mesas electorales. Todos estos acontecimientos abrieron una brecha entre los dos partidos más votados dentro de este proceso electoral.

Desde entonces, existe en el país una lucha encarnizada para tratar de establecer el fraude y anular las elecciones efectuadas. Se ha buscado la mediación de la OEA, pero al ser descartada, se pidió la intervención de la ONU, la cual, pese a muchos diálogos, encuentros y declaraciones, no puede resolver el problema de fondo, por lo cual la crisis política sigue empantanada, y una cosa es cierta, la mayoría de los partidos de oposición están de acuerdo en que están en desacuerdo, con las propuestas hechas tanto por los miembros de la ONU, como por parte del Congreso y del gobierno.

En este tira y encoge de un lado y de otro, el que más sale perdiendo es el pueblo, porque cuanto más tiempo pasamos discutiendo, manifestándonos y tomando las calles, menos tiempo tenemos para resolver los serios problemas que agobian la nación. Como ya he dicho muchas veces en otros escritos, lo que más debilita la democracia, y la puede hacer sucumbir, es la división y la ambición de los hombres que luchan por el poder. Cuanto más nos dividimos y fraccionamos, más débiles nos hacemos. Es imprescindible buscar un punto de encuentro, y no seguir revolviendo el pasado, sino pensar en el futuro inmediato, pues vivimos en medio de un mundo que se debate en una constante amenaza de crisis política, económica y moral.
Muchas veces se hace necesario renunciar a nuestros derechos personales, para dar paso a los derechos colectivos. Al fin y al cabo, los que luchan por el poder, o tienen el poder, tienen su futuro garantizado económicamente, pero los pobres y marginados tristemente son los que más sufren las consecuencias de una sociedad dividida, en donde perdemos el tiempo en discusiones estériles, en vez de buscar soluciones fructíferas.

Tratar de vivir del pasado, es frustrar el presente. Buscar una crítica destructiva no ayuda a edificar una democracia sólida. Más bien deberíamos luchar porque los diputados legislen coherentemente, para crear las bases de una futura sociedad, con menos corrupción e impunidad, más unidad, y que tenga una estructura jurídica que pueda enfrentar los retos de un mundo cada vez más conflictivo.

Hay graves problemas que nos deben llamar la atención, y no debemos seguir discutiendo de un hecho pasado electoral, del cual ya no podemos hacer nada. Es imperativo y urgente enfrentar la crisis de salud que vive el pueblo, la escasez de agua potable por el daño del medio ambiente, el galopante desempleo en la juventud, el alto índice de miseria, y la terrible contaminación del medio ambiente, además la constante amenaza de una guerra mundial que nos llevaría a una mayor pobreza y escasez.

Solo por medio de una unidad coherente, podremos salir adelante en la situación existente. No esperemos que las Naciones Unidas, ni un mediador internacional pueda solucionar los problemas divisionista que tenemos, y los cuales nacen de nuestra terquedad y soberbia, sino que los líderes políticos puedan tener una actitud humilde para buscar soluciones futuras, a fin de que no se repitan los errores del pasado, porque lo hecho, hecho está, y con lamentarnos y protestar no vamos a resolver nada. Seamos sabios y entendidos sobre cuál es la voluntad del Señor.

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