La salvación es cosa del pasado

Por Rolando Kattán

La historia extraña de un hombre que deplora los tiempos viejos, / cuando todo era lento y había tiempo de hallar a Dios en las cosas, / en los ojos ariscos de la ardilla, en las puertas talladas, / en la divina lentitud con que se acercaban las ciudades al viajero, / piedra a piedra, lago a lago, fronda a fronda, / no como si existieran al final del camino / sino como si el viaje las inventara.

Así concluye el poema “el hombre que visita los anticuarios” del colombiano William Ospina. Ese hombre va por los pasadizos de un almacén de cosas tristes, / viejas, calladas, tristes, hechas por hombres muertos, / hechas para hombres muertos, / que amaban sentir en las cosas el aleteo de lo eterno, / que lentamente paladeaban el mundo / tratando absurdamente de comprender sus leguas, sus matices, / su indescifrable pulular de cuerpos y de almas.

Cada uno aprende a llevar sus ausencias como animales singulares, cada una tiene su colmillo, cada derrota con su cola. Hay a quienes les crecen transparentes aletas en el corazón y llevan su pérdida como tortuga en el pecho. Hasta los otros, que pueden sentarse en la banca de un parque con sus lamentos, como rottweilers amaestrados. Pero si alguien convive adentro del vivario, en una relación de tu a tu con los animales obligatorios, ellos son los coleccionistas.

El coleccionismo sobrevive por la ausencia. Ella es la piedra de una región personalísima. Cada pieza es losa imprescindible para el camino a una salvación, pero a diferencia de las religiones occidentales esta salvación tiene su paraíso en el pasado. El devoto no busca salvar a su ego futuro busca salvar al que un día fue.

El historiador del arte Maurice Rheims “La vie étrange des objets” afirma que: La pasión del objeto nos lleva a considerarlo como una cosa creada por Dios; un coleccionista de huevos de porcelana considera que Dios no creó jamás forma más bella ni más singular, y que la imaginó para dar gusto a los coleccionistas.

El teórico cultural y filósofo Jean Baudrillard en su libro “Le système des objets” escribe sobre el coleccionista: incluso cuando no interviene en esto la perversión fetichista, mantienen en torno a su colección un ambiente de clandestinidad, de secuestro, de secreto y de mentira que tienen todas las características de una relación pecaminosa. Este juego apasionado es lo que hace sublime esta conducta regresiva y justifica la opinión según la cual todo individuo que no colecciona nada no es sino un cretino y un pobre despojo humano.

Dice Baudrillard: Así, pues, el coleccionista no es sublime por la naturaleza de los objetos que colecciona (estos varían según la edad, la profesión, el medio social), sino por su fanatismo. Fanatismo idéntico en el rico aficionado a las miniaturas persas y en el coleccionista de cajas de cerillos.

¿Qué diferencia hay entre un bibliófilo y un coleccionista de juguetes? Aquel que busca como el hombre que visita los anticuarios a Megatrón, el protagonista de los transformers en los ochentas, es mi semejante.

Perpendicular a la plaza Los Dolores encontré una pequeña tienda de artesanías. Entre los tallados de madera y los trajes típicos se venden juguetes clásicos, la tarde convoca frente a la tienda a una tertulia de coleccionistas, ellos no son capaces de devolverte la infancia, pero sí de conseguir las aldabas que abren su puerta.