Por: Patricia D´Arcy Lardizábal
En el comportamiento de los humanos, uno puede escoger entre los valores existentes: la verdad. Algunos creen o pretenden pasarse de vivos, diciendo mentiras pero, olvidan que la mentira llega hasta donde llega la verdad. Entre los egipcios se comenta que el presidente del Senado llevaba en el pecho una figura de esmeralda sin ojos: este era para ellos, el símbolo de la verdad.
Nosotros podríamos también en nuestros tiempos, llevar en el pecho una figura de oro sin ojos y esta simbolizaría la fe. La luz de la verdad tarda pero llega al fin en este inmenso depósito de mentiras que se vierten a diario en los medios de comunicación hablados o televisados. El pueblo debe ignorar muchas verdades y creer muchas cosas falsas y así, aun los sabios de la Iglesia y los propios papas, afirman que en este apotegma se encierra todo el contenido de la política.
En las distintas castas humanas existen caracteres visibles que las distinguen unas de otras, y a veces, son tan pronunciadas en ciertas razas que, por el grado en la naturaleza misma se ha querido establecer el nivel de inteligencia del ser humano.
Se ha reconocido que el ángulo facial, es símbolo de inteligencia, el cual se abre a medida que las castas son más nobles y perfectas, y este ángulo, se cierra a medida que la persona va decreciendo en inteligencia hasta que se aproximan a la idiotez y al brutismo. Sin embargo la verdad, valor de tanta significación y mérito, es la misma en todas las castas, mienten los blancos, mienten los negros y mienten los de la raza amarilla entre otras pero, también todos ellos pueden decir la verdad porque esta no distingue razas sino que establece valores.
Esto sucede con otro valor, la belleza, no la física, sino la moral; en el género humano, los griegos para el caso, poseían el arte de imprimir dirección a la belleza física y, aun crearla, mediante reglas y procedimientos que aplicaban al cuerpo humano, habiendo llegado a establecer los patrones o “canon de la belleza” juzgando así el tamaño de las formas para acercarse a la perfección o que al menos, resultasen y permitiesen, convertir al cuerpo humano en un conjunto seductor.
El arte de la belleza y de las medidas estrictas impuestas por los griegos con tanto acierto, como se ven aplicadas en la Venus de Milo o en la Victoria de Samotracio es una de las ramas del ser humano que se ha perdido entre nosotros.
La obesidad es en el país del norte el factor que genera más muertes en su población por el desequilibrio de los que ingieren este tipo de alimentos. Para ellos, aun el gimnasio ha caído en desuso, lo que nos hace pensar en la frase “pobres ricos”, teniendo la esperanza de que algún día ellos vuelvan a cultivar el arte misterioso de comer e ingerir sus alimentos en forma equilibrada.
Y, lo lamentable desde el punto de vista humano es que, aun hartándose en los países que frecuentan la comida rápida diariamente, sobran enormes cantidades de alimento que la botan, afirmando los sociólogos modernos que con las sobras y todos estos desechos, si se los dieran a los desvalidos, podrían alimentar todos los niños de un continente como América.
Asimismo, nadie se opone, excepto los ñangaras que la nobleza como clase distinguida merece el respeto de las demás clases sociales, siempre que la misma respete a su vez a sus semejantes. Grandes plebeyos como Marco Tulio que ayudó a los Césares, no hacía ningún caso de la aristocracia y tampoco se abstenía en quejarse de los aristócratas; “nosotros, exclamaba: hombres nuevos, no podemos congraciarnos con la nobleza: por muchos y grandes que sean nuestros servicios, pues no vencemos jamás su repugnancia”.
Sin embargo la nobleza no da inteligencia: un noble tonto, aunque sea rico, se le reconoce si tiene talento, y si no lo tiene, es porque equivocadamente vive persuadido de la escasa importancia de esa gran prenda. Estas personas, aunque nobles son menguados que transitan por el camino de la soberbia, olvidando que los bienes de la fortuna no pueden jamás suplir la inteligencia, una persona inteligente debe también acompañarse de la virtud, única justificación para llegar a la gloria, Dios en la Biblia, dejó rotundamente establecido que entre las cosas que detesta “son los ojos altivos”.
La nobleza no es cosa esencial innata, afirma Montalvo: El noble se hace como el orador, no nace noble. Wellington, el vencedor de Napoleón, salió del estado llano y después que lo derrocó le hicieron Duque de Wellington y noble de primera clase. El noble aun como vencedor debe ser humilde, por ello hemos querido concluir este artículo rindiéndole tributo a la verdad, al inteligente humilde y a la nobleza por sus valores, a la nobleza del alma ante la cual, nos sentimos plebeyos.
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