Ocho décadas después

Por: Dagoberto Espinoza Murra

El licenciado Juan Ramón Martínez, en su programa televisivo Reflexiones, junto con un historiador abordaron el tema de la Historia Patria y coincidieron que en nuestro país hace falta lo que se conoce como la Historia Local, valga decir, lo que se refiere a un municipio, a una pequeña ciudad o comunidad muy apartada de la capital.

Coincidieron en que si se cultivara la historia local, sería más fácil conocer y escribir la historia del país y pusieron de ejemplo a Alexis Machuca que ha hecho un estudio minucioso de la ciudad de La Paz, consignando nombres y apellidos de muchos personajes así como su figuración en la vida política y social de la ciudad.

Cuando escuchaba el programa vino a mi memoria el estudio histórico de la creación del municipio de Soledad, redactado por J. Agatón Espinoza y prólogo de su hijo profesor, José María Espinoza. Editado en 1996, se contó con la ayuda del expresidente, doctor  Carlos Roberto Reina.

En la primera página el autor dice: “Soledad, es un municipio del departamento de El Paraíso creado el 10 de agosto de 1826. El nombre fue impuesto por sus vecinos en ocasión de la Virgen de la Soledad, cuya imagen era venerada con fervor por los residentes en uno de sus caseríos más poblados, llamado Los Chagüites”.

Limita al norte con Nueva Armenia del departamento de Francisco Morazán y Texiguat  de El Paraíso, al este con Liure de El Paraíso y al sur con Orocuina  de Choluteca;  al oeste con Pespire y San Isidro, de Choluteca.

Rememorando páginas de este estudio, dispuse hacer un viaje a Soledad. Me acompañaron, mi esposa Virginia, mis hijas Maritza y Virginia y los nietos Fiona Raquel y José Carlos. Nuestro hijo Dagoberto no pudo viajar.  Desde el inicio fui brindando información de la carretera, que conozco hace más de seis décadas, cuando viajaba en baronesas de madera y llegábamos a la capital con el cabello y las cejas blancos del polvo que levantaban los vehículos al conducirse por la misma.  Tardó casi un siglo para ser pavimentada y recientemente ha sido mejorada con cemento hidráulico.  La que conduce de Orocuina a Soledad continúa en las mismas condiciones de hace más de 30 años.

En el sitio conocido como “El Mal Paso”, le dije a Maritza, comadre de un hijo de Meneca de Mencía que allí, después del Mitch, se construyó una pequeña colonia que lleva el nombre de esta distinguida dama argentina que hizo de Honduras su segunda patria y quien, por muchos años, fue presidenta de la Cruz Roja Hondureña. El rótulo que señalaba la Colonia ha desaparecido, pero los vecinos de esa comunidad se muestran anuentes a reinstalarlo.

La Cuesta de Combali al Portillo es sumamente difícil, pero el deseo de mis acompañantes para conocer la casa donde hace 8 décadas nací un 15 de septiembre, amainó las dificultades del viaje, especialmente cuando encontrábamos un vehículo en dirección contraria.

Cuando llegamos al pueblo, nos detuvimos frente a la iglesia, que luce remozada.

El templo tiene una característica singular, pues en la fachada, adornada por dos torres con un elevado campanario muestra columnas de estilo griego y en el centro, un arco romano.  En compañía del pariente René Ávila nos dirigimos al colegio, que lleva el nombre de mi padre, profesor José María Espinoza. Hijas y nietos se sintieron muy contentos al recorrer los espacios del colegio acompañados del director del mismo, profesor Óscar Herrera, distinguido mentor que se ha dedicado a la enseñanza y mejora del centro educativo convertido en un colegio polivalente, donde los estudiantes pueden orientarse en actividades agropecuarias o talleres de su preferencia. El colegio fue fundado en la administración del doctor Roberto Suazo Córdova, con el apoyo decidido de los diputados Alberto Rodríguez Espinoza y Carlos Rivas García.

Luego pasamos al Juzgado de Paz, ubicado en un moderno edificio frente al colegio y bajo la conducción del joven abogado Asdrúbal Aguilar, con quien tuvimos una amena conversación sobre detalles de la geografía del pueblo, algunos antecedentes históricos y el recuerdo de personajes que sobresalieron en el municipio.

Al pasar por la rampa del río que facilita el tránsito de vehículos y personas, les señalé la poza de El Calvario; nosotros nos bañábamos en esas aguas. Siempre se nos advertía el tener cuidado con la cueva que está en una de las rocas porque comunica con el cementerio y que algunos ancianos llamaban el respiradero, ahora El Chupadero y, según la leyenda, las ánimas de los recién enterrados en el camposanto, a través de ese conducto llegaban a la poza a saciar la sed y que por eso decían algunos nadadores que cuando uno se aproximaba a la puerta de la cueva, podía escuchar los lamentos de almas que penaban. Mi hija Maritza quedó impresionada y, como no pudimos subir al cementerio para ver el agujero superior de El Chupadero, está dispuesta, a pesar de las dificultades de la carretera, a regresar para conocer más detalles de esta leyenda.

La fecha programada para el próximo viaje es en el mes de agosto, cuando se celebra un aniversario más de la fundación de este laborioso municipio.