Gaitán

Por J. E. Mejía Uclés

“El hambre no es liberal ni conservadora, y el paludismo no es liberal ni conservador, afecta a la gente del pueblo, a la de arriba no la afecta”. Jorge Eliécer Gaitán.

Gaitán, la figura, el pensador, el líder, el forjador de su propia vida con la fuerza y el derecho a forjar la existencia de los colombianos. El parteaguas de la conducta de ese país, que con su muerte cambió la historia, que fue la sucesión de hechos que todavía perviven, el Bogotazo y la sucesión de acciones que dieron lugar al desarrollo de la conducta de una nación que después de setenta años trata de sanar unas heridas profundas que la han marcado y que todavía lamentablemente perviven, porque las situaciones que dieron lugar a tales acontecimientos no han sido superadas todavía.
El Gaitán liberal, el que de lo sustantivo pasa a plantear una democracia sin adjetivos, a un estado más comprometido, a diseñar y dar cumplimiento a las leyes, es el que merece mi atención, más ahora que en el devenir histórico los crímenes políticos han persistido y persistirán porque el hombre es como animal superior el que mata por matar y no por necesidad como sus inferiores que lo hacen para comer, para subsistir. Su actitud hobesiana llevada a los últimos extremos. Desatar a las masas para que maten, para que roben, eso lo hace cualquiera, pero volver a encarrilar a esas masas, es una prueba de dominio excepcional que de las multitudes, Gaitán, desataba.

Los crímenes desde Trosky y Ramón Mercader, a la memoria de Luis Donaldo Colosio y Mario Aburto, a Luis Carlos Galán y Pablo Escobar, víctimas y victimarios. La tragedia de la historia. La voz se apagó aquel 9 de abril de 1948. Que fue de aquel hombre y su liberalismo social? El jefe, el conductor de las masas, el que con la ayuda de los desarrapados, trataba de reconducir al pueblo a una nueva sociedad. La marcha del silencio, impresionante, cincuenta mil personas que desfilan, ni un solo grito, ni un solo estruendo el líder con su poder de sacrificio y abnegación, termina esa marcha y todos desfilan en absoluto silencio, reflejo del poder de Gaitán sobre las masas. El principio del fin, del dominio sobre las multitudes, el silencio de la muchedumbre. Una Colombia con sed y hambre de justicia.

La muerte de Gabriel Turbay, dejando al liberalismo colombiano huérfano de un liderazgo, esa pausa que dejó López Pumarejo, del avance social del pueblo, idéntico a lo iniciado por Villeda Morales en esta sufrida patria; es lo que recogió Gaitán, un gran caudal de opinión popular en torno a su figura, y no una organización partidaria que se opusiera a aquellos sectores conservadores, que primaban en la política. El movimiento era él, bien lo sugería, que si lo mataban no quedaría piedra sobre piedra en el país, y los acontecimientos históricos, así lo han constatado. El gaitanismo como un movimiento, como un contenido de clase, que desapareció con su muerte. El país nacional y no el país político. El Gaitán, que repetía que hay que ser fuerte, que el estoicismo, es parte del hombre, que el espíritu debe de domesticarse, siempre con la fuerza de voluntad de conducir a un pueblo.

La masacre de las bananeras lo marcó, al oponerse al trust bananero, la United Fruit Company, lo mismo que sucedió aquí con la huelga de 1954, un reflejo de lo que acontecido en Guatemala, con el derrocamiento de Jacobo Árbenz Guzmán. El odio proviene del rechazo a las políticas del progreso, odios que se dirigieron contra la voz, contra el vasto espectro de aquellos que no comulgan con los cambios. El odio, una pasión que daña y degrada, sobre todo a aquellos que lo sienten. Ese odio ciego, insondable, irracional, insaciable. El odio como una forma extrema, que no crea, que incendia. El caso del odio político-ideológico, que confunde a puros y traidores. Que en el fondo suponía una propuesta de conciliación nacional. De un pueblo que a través de su historia, ha vivido enfrentado a la lucha partidista vale el ejemplo de la guerra de los mil días entre conservadores y liberales, que dio lugar a la pérdida del departamento del istmo, y al “I took Panamá”, de Teddy Roosevelt.

Ante la frustración, la impotencia, la tristeza del pueblo, ante el poder del crimen, han buscado un responsable con rostro a quien odiar que lo encontraron en Juan Roa Sierra, autor material del magnicidio. Los tres balazos fueron mortales, más aquel disparo que le destrozo el cerebro. Aquel hombre ambicioso, vital enérgico, se desplomó, sin tener conciencia de este último minuto yacente, con el rostro desfigurado por la muerte, a la una y cinco de la tarde. Como el poema de Federico.

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