Por: Segisfredo Infante
En medio del caos y del bombardeo informático de todos los días, el “Hombre” moderno y posmoderno se siente como sitiado física y espiritualmente, con poquísimas esperanzas de encontrarle un verdadero sentido a la existencia. No encuentra su propio camino, hundido como está en el laberinto de problemas provenientes, quizás, de las ráfagas de desinformación que infestan el mundo por causa de las habladurías reiterativas que señalaba Heidegger; habladurías muchas veces incoherentes, de aquellos “yoyistas” petulantes que peroran con el fin principal de exhibirse políticamente, para amenazar, chantajear o para desinformar al prójimo. No comprenden, estos individuos últimos, la importancia de las bellas pausas; del silencio enriquecedor; y de la necesidad humana de escuchar respetuosamente a los demás, incluyendo a los que difieren de nuestras propias perspectivas. En tal dirección aquellos que poseen tendencias ideológicas aplastantes, o intolerantes, son expertos en interrumpir, provocar, ridiculizar y ningunear a las personas que disienten de sus posturas, de sus rencores escondidos, complejos y posibles altanerías.
Un grupo de amigos “alcohólicos” me invitó a disertar sobre diversos temas, a partir de mi artículo “Buscando el sentido de las cosas”, publicado en estas mismas páginas el jueves 21 de diciembre del año 2017. El artículo había sido elogiado, previamente, por el gran filósofo y filólogo dominicano el doctor don Bruno Rosario Candelier, actual director de la Academia Dominicana de la Lengua, respecto de quien esperamos que algún día venga a Tegucigalpa a incorporarse como miembro correspondiente de la nuestra, bajo la iniciativa de don Juan Ramón Martínez, y de otros académicos directivos. Pero este detalle lo desconocían los amigos anónimos que me invitaron a charlar.
Como ellos me expresaron que el tema de la religión ya había sido abordado por otra persona, determiné hablar del sentido de la vida desde tres perspectivas: A) La perspectiva de la “logoterapia” de los libros del escritor y psicólogo austriaco excepcional Viktor E. Frankl, un sobreviviente milagroso de los campos de exterminio nazi. B) Desde el ángulo de la “Filosofía” pura, como pensamiento más general, con Aristóteles como ordenador y catalogador de las informaciones caóticas del mundo clásico antiguo, quien de alguna manera se convierte en modelo teórico para ordenar el caos informático y accidental que inunda nuestras vidas cotidianas actuales. C) Desde una filosofía de la “Historia” que observa con estoica serenidad el aparecimiento y el derrumbe de las civilizaciones, a veces contrarias entre sí; y que observa el resurgimiento del Ave Fénix de la humanidad, desde las cenizas inciertas de tales destrucciones, tanto de las civilizaciones desaparecidas cuyas mediaciones de tipo hegeliano subsisten, como desde el pensamiento de los hombres recios que a pesar de los avatares fotoiluminan conceptualmente la “Historia”.
En el contexto de la plenaria (del jueves 17 de mayo) los amigos formularon una serie de preguntas difíciles de memorizar simultáneamente. Pero de hecho reapareció el tema de encontrarle algún sentido a la vida, por muy transitoria que esta sea, desde el ángulo del amor, del corazón y de la creencia en Dios. No rechacé ninguna posibilidad planteada por los interlocutores ávidos de nuevos conocimientos. Recordé, para mis adentros, que el sacerdote y poeta Karol Wojtyla (más conocido como Juan Pablo Segundo) había expresado como síntesis de su vida “que el amor lo explica todo”. Sería interesante averiguar o recapitular algunos momentos históricos y espirituales claves de cómo el sacerdote polaco arribó a tan hermosa conclusión, en un mundo en donde todavía impera el odio, el sexo desbocado, el libertinaje, la inautenticidad, la violencia y el desamor.
Por mi lado he estado meditando en silencio pavoroso, en estos últimos días, sobre los sentimientos derivados de la soledad, la tristeza, la deslealtad (en doble o en triple vía), el desempleo, el hambre, los deseos de suicidio y, sobre todo, la tremenda posibilidad de experimentar un proceso de desvanecimiento del individuo hacia un vacío que semeja un abismo nocturno compacto. En este punto siempre trato de recordar un libro, en dos tomos, sobre “La Obsolescencia del Hombre”, del escritor judeopolaco Günther Anders, discípulo de Martin Heidegger, Ernst Cassirer y Edmund Husserl. También ex-marido de la filósofa y gran politóloga Hannah Arendt. Desde la perspectiva de Günther Anders, el “Hombre” se vuelve obsoleto frente a una tecnología de guerra aplastante, que escapa de las manos del hombre mismo, en un proceso de autodestrucción. Desde los campos de exterminio nazi, pasando por Hiroshima hasta la tragedia de Chernobyl, para sólo mencionar tres casos.