SOLDADOS Y EL MUNDO DE LOS MORTALES

DE los mensajes recibidos, que no tienen que ver con ese pleito de perencejo contra la doctrina liberal, cuyo inspirador en Centroamérica, a propósito de la efemérides que se conmemora, no es otro que el héroe de la unión y de la integración cuya memoria se consagra, hay uno que agradecemos bastante. De un alto jefe militar: “Buen día presidente. Se merece usted una felicitación este día, por su contribución a la profesionalización de los soldados de las Fuerzas Armadas y el fortalecimiento de la institución militar; un logro importante de su gobierno”. No podemos menos que valorar –cuando la necedad mezquina intenta negar los liderazgos que dieron la vida a las lides democráticas, regateando mérito de esos cambios trascendentes que quedaron para beneficio de Honduras– que todavía haya memoria histórica que los recoja.

En efecto, el ascenso del Ejército al puesto que siempre debió ocupar en el marco de la somera responsabilidad que la Patria espera de su instituto armado, se dio con las reformas constitucionales que impulsamos. En un inicio ejerciendo la titularidad del Congreso Nacional, cuando junto a los oficiales del mismo Ejército, gracias al consenso obtenido en la Cámara Legislativa con las fuerzas políticas relevantes –ya que en eso consiste la civilidad; dialogar sin sectarismo para alcanzar acuerdos necesarios de beneficio colectivo– se decidió separar la Policía de la institución castrense con ánimo de profesionalizarla, subordinarla a un Ministerio de Seguridad, incrementar su salario y beneficios sociales y así levantar la moral de los mismos policías. Ya en el ejercicio de la presidencia tocó hacer la otra reforma constitucional para eliminar la Jefatura de la Fuerzas Armadas ya que, virtud de un pacto político anterior –que permitió viabilizar la elección de segundo grado– el Ejército adquirió autonomía en la Constitución de 1957. Se tenía que corregir esa cuasi simetría que existía entre el poder presidencial y el jefe militar, no solo aboliendo el cargo sino eliminando la disonancia que el Comandante en Jefe debía ejercer su potestad constitucional hacia el Ejército por intermediación del alto jerarca militar. Hay que decirlo así, que ya para ese tiempo, cuando la democracia había madurado suficiente, los jefes castrenses tampoco oponían demasiada resistencia a la reforma. Sentían que aquello serviría para devolver a la ciudadanía la confianza en los uniformados, para profesionalizar la institución, para situarla en la esfera apropiada de atribuciones y responsabilidades.

Claro que muchos deseaban continuar gozando de la liberalidad en el ejercicio de sus funciones, sin sometimiento del todo a la égida del poder civil, sin embargo, la historia estaba de parte de la reforma. Ello consistió en realizar la honrosa restauración del mando presidencial. Así ocurrieron las reformas constitucionales y se emitió la nueva Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas. Hubo alguna escaramuza cuando tocó hacer el cambio de mando al nuevo Estado Mayor Conjunto, estableciendo por primera vez la autoridad jerárquica del Presidente de la República. Sin embargo, allí también, el grueso de los altos jefes militares, respetuosos a la ley, reiteraron su lealtad a la Constitución y al Comandante General de las mismas. Así que no hay duda, absolutamente, de qué lado estaría Morazán y su legado liberal, si dispusiera hacer una visita al mundo de los mortales.