“La tormenta perfecta”

Por Juan Ramón Martínez

La expresión la escuché a un analista amigo. Y, reconociendo que describe la situación que pasamos, la uso. En efecto, tenemos en la base, un crecimiento de la población que nunca habíamos alcanzado –reducido porcentualmente al 2.6% pero en términos absolutos es mayor– cada año cerca de medio millón de jóvenes cumplen 18 años. Y buscan puestos de trabajo. En el plano estructural, un sistema económico ineficiente, poco productivo, que reduce su acumulación originaria y en consecuencia, invierte muy poco, lo que hace que la producción del empleo sea deficitario. El que el ítem más importante del PIB y que la inmigración hacia el exterior en vez de disminuir aumente, incluso con acciones publicitarias como las caravanas de desesperados, manipulados por ignorados intereses, configura una situación de crisis en que es un imperativo modificar el modelo económico que, está agobiado por las cargas fiscales y el peso de un gobierno que en forma equivocada desde hace muchos años, le ha hecho creer al pueblo que puede resolver todas las dificultades. Y si a esto le agregamos la crisis política que atravesamos, en que la población electoral ha perdido la confianza en los políticos; con partidos que solo tienen capacidad para llevarlos a votar nada más y con un liderazgo que, en términos generales, ha perdido la óptica de lo que es urgente y necesario para el país y que las acciones suyas y las de sus partidos son instrumentales para asegurar la existencia de Honduras, podemos concluir sin equivocarnos, como dice el ilustre colega, estamos ante una tormenta perfecta. Y en campo libre, sin refugios seguros, amenazados por los ríos que amenazan con ahogarnos y destruir, todo lo que hemos conseguido en los últimos 68 años.

Y lo más grave es que, frente a la “tormenta perfecta”, cunde el desacuerdo gozoso. No logramos entender la peligrosidad, y mucho menos, aceptar que, individualmente, no podemos luchar contra ella. Casi todos hemos perdido el respeto al sistema judicial. Solo creemos en la santa palabra de los fiscales de los Estados Unidos, en una pérdida de orgullo que, nunca me imaginé que llegaría a presenciar jamás.

La idea de unirnos. Aparcar las diferencias. Perdonarnos los enconos y las ofensas que nos hemos inferido unos a otros, no pasa por la mente de “nuestros” líderes. Lo que se ha impuesto, más bien, en la idea que aquí, la única alternativa es derribar al gobierno –de una legitimidad cuestionable formalmente; pero desde el punto de vista fáctico, consentida por todos los que ahora, disputan por los beneficios presupuestarios– como si la solución de los problemas del país, complejos y difíciles como lo hemos indicado, se resolverán con tan solo sacar de la Casa Presidencial a JOH, sustituyéndolo por uno de los dos en disputa: Salvador Nasralla y Orlando Zelaya. Y, al final, si no hay otro valiente, entregarle el cargo, al más probado incompetente disponible: Manuel Zelaya. O como dicen otros, a un gobierno de transición, sin nombres conocidos. Sin disimular el afán de romper, de una vez; y, para siempre, con la frágil institucionalidad. Y vía la ruptura constitucional, elaborar una nueva Constitución, en la que muchos inocentes tienen imaginadas todas las soluciones a los problemas del país. Hemos tenido 15 constituciones, incluso cuando la población no pasaba de 200,000 habitantes, y nada mejoró. Lo que indica que, el problema no está en el volumen de la población, los suelos, las lluvias, las vías de comunicación. O en la distancia de los mercados del mundo. El problema es la calidad de los hondureños. Elegimos mal, sin diferenciar los mandantes de los mandatarios, atrapados en un familismo destructivo, en que los parientes de los elegidos, creen que, han votado por ellos. Y que en consecuencia, pueden hacer del gobierno, un botín para su enriquecimiento. Traspasando las fronteras de la ley.

Hace un tiempo bromeábamos –entre amigos– sobre la posibilidad de un cambio hipotético por un término de 50 años. Todos los hondureños nos iríamos a Japón. Todos los japoneses se vendrían para Honduras. Todos coincidimos que, al cumplir el plazo, Japón superaría a los Estados Unidos y a China. Y los hondureños habríamos destruido al Japón. Parece una broma; pero es claro que, una “tormenta perfecta”, requiere de hondureños menos dañados que, los que tenemos en este momento.