Leer y escribir

Por Carlos Eduardo Reina Flores

Recibo mejores comentarios de estos artículos, de amigos que nos siguen en la lectura, cuando versan sobre temas más relajados. Les gustan las anécdotas contrario a los temas económicos y otros más áridos y aburridos. He querido hacer un contraste entre las costumbres de lectura del pasado y del presente. Pero como no tengo recuento tan lejano en la distancia del tiempo, como quizás lo tengan mis abuelos y las personas mayores, llego hasta donde recuerdo de mi edad temprana. Vaga memoria tengo de uno de nuestros vecinos.

Se trata de un hombre que todas las mañanas madrugaba a recoger el periódico que encontraba en el bordillo de la puerta de su casa. Con el diario en la mano lo extendía encima de una mesa mientras saboreaba su taza de café. Comenzaba a hojearlo, no como suelen hacer muchos ahora de atrás hacia adelante, ya que las noticias que más interesan las colocan en el periódico en las últimas páginas, sino como se acostumbra leer los libros, comenzando por la carátula y de allí pasando los folios en secuencia numérica. Notaba que se detenía en las páginas con más fotografías, pero tampoco pasaba demasiado aprisa las demás; a veces haciendo muecas y otras con la cara seria. Mi sorpresa fue enterarme que el vecino no sabía leer ni escribir, era analfabeto. Pero ojeando el periódico se entretenía y seguramente algo aprendía. Supe que alguna de sus hijas, cuando regresaban del trabajo ya en horas de la tarde, le leía algunas de las noticias y también pedía que le leyeran artículos de las páginas de opinión.

Ahora en editoriales de La Tribuna se lamentan que la gente sabe leer y escribir pero aún sabiendo no lee ni escribe. La gente de bien, los estudiados, los que van no solo a la escuela primaria y secundaria sino a la universidad, se divagan, como escape a la cruda realidad, absortos en sus aparatos portátiles, intercambiando disparates o sentados en cómodo colchón frente a un televisor, viendo Netflix, Hulu o Amazon Prime. Aburridos y quejosos que no encuentran nada interesante porque ya se volaron todo el repertorio. La moraleja de la historia, no encuentro otras, quizás sería que algo de razón hay en los editoriales que pasamos de un analfabetismo a otro. De los que no sabían leer ni escribir, pero intentaban hacerlo, a los que saben pero no quieren.